Desastres ambientales como erupciones y terremotos; cataclismos naturales en general, así como las consecuencias nefastas que este tipo de catástrofes de proporciones bíblicas tales como huracanes iracundos, inclementes tempestades y arrasadores tsunamis en cualquier latitud del planeta, pueden traer consigo; ¿podrían tener como origen la mano del hombre detrás de un proyecto gigantesco para reducir la población humana a como dé lugar?
Probablemente.
Mucho se ha especulado y también juiciosamente indagado, desde tiempos atrás, a propósito de los alcances reales y la intensión medular de proyectos urdidos al interior de las más orgullosas potencias, en una carrera tan soterrada como diabólica por conquistarlo y controlarlo todo; plataformas mimetizadas en las más recónditas zonas, desde donde, incluida la naturaleza, todo y todos, nos hallamos en constante amenaza.
No solo el gran ojo de alguna potencia o de varias nos vigilan, sino también parecieran querer vigilar y sujetar al mismísimo Dios. Por ahora, volveré a referirme al trascendental proyecto “Haarp” (en sus siglas en inglés “High Frequency Active Aurora Research Program”, que traducen: “Programa de investigación de aurora activa de alta frecuencia”) desarrollado en Alaska, Estados Unidos, y financiado por las principales fuerzas de seguridad de esa nación.
Según algunas fuentes, un proyecto deshabilitado hace un tiempo, otras, aseguran que jamás ha dejado de trabajar a la sombra y bajo el amparo de los más poderosos; lo cierto es que, a juzgar por el alcance de la evidencia y los textos recientes que a esta siniestra ambición del hombre concierne, no se puede definitivamente descartar su vigencia; la existencia del proyecto Haarp parece fue y sigue siendo un hecho. De cualquier modo, todo indica que el americano no sería el único de su naturaleza.
El «Haarp» es un proyecto gigantesco consistente, palabras más, palabras menos, en investigar a fondo la ionósfera y su influencia tanto en la dinámica climática, el geomagnetismo, radiación y efectos solares universales, así como en el comportamiento de los sistemas de comunicación (enlaces, señales, radio y “sistemas de navegación en general”).
La ionósfera es aquél espacio de la atmósfera situada entre la mesósfera y la exosfera; aproximadamente a unos 500 km del planeta. Su principal propiedad radica en ser la capa reflectora de las ondas de radio emitidas desde la superficie terrestre. Y, en tal virtud, gracias a las partículas de iones que revisten a la ionósfera, las frecuencias radiales pueden viajar a grandes distancias sobre la tierra. De ella también manan las auroras boreales, habida cuenta el filtro que representa para millones de partículas cargadas de energía y portadas por el viento solar, las que quedan atrapadas en esta “red atmosférica”, produciendo el fenómeno aludido.
Paralelamente a la pretensión enriquecedoramente científica y la hipótesis por parte de los más “altruistas” de calificar a Haarp como un designio exclusivo para comprender a fondo la composición física, química y termodinámica de la ionósfera; existe una teoría que le atribuye injerencia directa en inundaciones masivas, sequías devastadoras y, entre docenas de infortunios, caídas de aviones, propagación de enfermedades crónicas, e incluso le han llegado a endilgar corresponsabilidad no solo en el terremoto de Haití sino en el furioso paso de huracanes tipo Andrew, Katrina, Irma y demás; aunado a provocar la alienación de “adolescentes”, como consecuencia directa de las potentes emisiones que dispara el Haarp a través de grandes “espejos reflectores” y satélites que alteran el revote expansivo en la ionósfera; blanco en efecto de pulsaciones emitidas artificialmente para estimularla y obtener de ella la expansión de ondas que luego de viajar grandes distancias a través de la atmósfera interior, son capaces de penetrar la tierra a insondables profundidades y hallar depósitos de misiles, túneles, submarinos y, etc.
Los haces de radiofrecuencia que invaden la ionósfera serían (son) perfectamente capaces de alterar el clima, irradiar tormentas eléctricas que convulsionarían las comunicaciones, afectando cables telefónicos y eléctricos; e incluso, por medio de imperceptibles punzadas (“shocks”) influenciar directamente el estado emocional del hombre, o todavía más aún, predestinarlo. Influencias encaminadas no solo predeterminar conductas legítimas o terroristas incluso, sino feroces hábitos de consumo masivo.
¿Y, usted señor(a) lector(a), por cuál teoría se inclina?
¿La más sofisticada y hercúlea arma geofísica construida por el hombre para controlar no solo a la raza sino “encadenar” a la naturaleza? ¿“un proyecto para manipular al mundo saturado de grandiosas cargas de ionización capaces de acarrear consecuencias inimaginables”? ¿un «sistema integrado de armamentos peores que una legión nuclear»?,…etc; cualquiera sea la denominación que el Haarp se ha ganado, la capacidad que se le endilga para sobresaltar el cerebro humano e incluso el poseer efectos tectónicos, no puede pasar de soslayo.
Quizá la “basta” información que existe en “la red”, no sea suficiente para adentrarse más en este apasionante y aterrador asunto.
A escudriñar entonces.
(Adjunto, solo una mínima fuente de estudio, que suficiente, lejos de desvirtuar el «fenómeno Haarp», lo ratificaría.)