“Guadalajara de Buga”
Buga milagrosa, Buga cautivadora, religiosa, devota y hechizante. Pero amenazada.
No solo del peregrino creyente que llega a orar y agradecer con fervor a la imponente Basílica, estacionando su coche donde se le da la gana, invadiendo espacios y atropellando a diestra y siniestra; no solo del nativo que no cuida ni ama su territorio, no solo de las cuadrillas de motocicletas que parecieran carcomerse el pintoresco municipio; sino de los indigentes que están demacrando el pueblo.
Sombras fantasmagóricas que deambulan sin control, acechando al viajero, intimidando al transeúnte; atracando y escabulléndose en la oscuridad del que hasta hace poco era un ícono extraordinario de nuestra mística Buga.
Allá, perdidos en el río, a donde pareciera no poder entrar ni siquiera la autoridad policial o sanitaria a escarbar y limpiar tanta podredumbre que a diario contamina con saña el todavía soberbio paisaje. Sitiado sí, y cada vez más corroído irrebatiblemente, por los excrementos y cuanta inmundicia puede haber detrás de todo el vicio que allí, debajo de cada puente por donde corre el río Guadalajara, se consume.
He tenido la hermosa fortuna de visitar últimamente con especial frecuencia, este estupendo municipio cargado de misticismo y un envolvente imán e incienso valluno. Me gusta su gente, amorosa, amable, servicial, me seduce su entorno, las sutiles montañas que matizan su periferia y el aroma embriagante a puro valle. Su clima acusa desinhibición y una energía fabulosa; una temperatura ardorosa pero con bemoles de una lluvia tan refrescante como romántica.
El balance ha sido positivo hasta ahora; taxistas cordiales, honestos, el personal de restaurantes, hoteles y hospitales muy servicial, y en general, un “comité de bienvenida, en cada esquina”, dispuesto a hacerlo sentir a uno, dueño de un cáliz esplendoroso en el que se vierte un placentero brebaje que se degusta íntegramente.
Retomo el caudal del espléndido río Guadalajara, sutil, nada estrepitoso y, piadoso, tal como la preciosa leyenda o “historia” mejor, que envuelve su tradición y el protagonismo y grandeza del imponente Señor De Los Milagros de Buga; una pintura de afluente que raya la beldad intrínseca en esta “pequeña ciudad”, o “gran pueblo” como dirían algunos. Un hermoso río desgraciadamente insisto, tiznado de hollín y vicio.
Efectivamente, el “lunar” de esta fascinante e histórica población no podía faltar. Y penosa y desgraciadamente está asentado en el contorno del icónico río Guadalajara. Ollas de vicio y depravación yacen bajo los pintorescos puentes que lo atraviesan. El desfile de indigentes y viciosos que sobre la calle 1ª a la altura de la solemne Torre de “El Faro” y así mismo del excepcional Hotel que lleva su mismo nombre, es sencillamente espantoso.
Da grima ver como la permisiva administración ha sido impotente para repeler tanta indigencia rayana en delincuencia; o, si quiera por lo menos, evitar que ese espléndido pasaje hermoso se vuelva lo que es hoy: una repulsiva pasarela de viciosos y paupérrimos que cual “zombies” gatean desde las orillas del río hasta la acera intimidando vehículos y saliendo a amenazar y a atracar al inerme transeúnte, repito; para luego desaparecer reptando prácticamente, en las sombras de la maleza, la piedra y la frondosidad del ligeramente escarpado paisaje que encinta la ribera del seductor Guadalajara.
Allí, debajo del puente, el “expendedero” de vicio es inaudito, insisto una y otra vez, porque necesito que ese hedor que allí está reinando, brote a través de estas líneas. Una paupérrima realidad que desfila ante los ojos alarmados del turista y la vista inerme e indiferente de la autoridad policial y la administración local. Esa misma administración muy señalada por el grueso de la población, no solo por hacer poco o nada por evitar los permanentes y exasperantes cortes de agua que desahucian al municipio, sino por ser una alcaldía ineficiente, sumisa y, presa de la voraz politiquería regional.
Quiero resaltar en este acápite que numerosas voces de oriundos bugueños, afirman vehementes que la administración local de Bogotá, está exportando vicio e indigencia a otras regiones del país; “reductos” humanos procedentes del Bronx. Y Buga, desgraciadamente ha sido destino de tal infamia. Me indignó escuchar eso; como bogotano nato me abochornó que una acuarela tan agraciada como lo es nuestra devota Buga este siendo teñida infamemente de esa forma. Pero quizá no sea de extrañar, que con la aquiescencia o no de nuestro alcalde, esto esté ocurriendo. Vergonzoso e inaudito a toda costa.
A pesar de lo anterior, “Guadalajara de Buga” como aparece bautizada según reseña oficial, sigue siendo un epicentro de singular belleza y sosegado encanto, seductora y muy cariñosa; en donde enamorarse definitivamente, es muy fácil.
Inmaculada todavía en sus enigmas y calles estrechas plagadas de motos y cuyos senderos indefectiblemente conducen y lo llevan a uno encandilado a la fastuosa Basílica del Señor de los Milagros. Erigida en una especie de recinto vaticano; en donde a pesar de las críticas de los más escépticos y agnósticos (y fieles también), transpira en medio de un monopolio de fe que entrelaza férreamente el turismo entre hoteles, restaurantes y monumentos, un ambiente devoto exquisitamente contagioso. (.)