Columnista:
Miguel Villa Escorcia
El título de esta columna de opinión es tomado del comediante, actor y guionista argentino Diego Capusotto que durante el diálogo que sostuvo con Radio Colonia, criticó fuertemente al Gobierno del ahora expresidente Mauricio Macri.
La primera vez que escribí una columna de opinión para este portal, expresé que en Colombia predomina fuertemente una actitud optimista, que permitía, en cierta forma, asumir con rigor y tenacidad los problemas que acontecen en el diario vivir. Sin embargo, esta actitud de la cual nos aferramos, es frágil ante las contrariedades que uno como ciudadano espera solo existan en mundos imposibles, mundos inimaginables.
En la historia reciente de Colombia los hombres que han sido presidentes proceden de familias con una historia política importante y todos ellos de derecha, es decir, hasta ahora un gobierno propiamente de izquierda nunca ha gobernado en Colombia.
Ahora bien, desde que el Álvaro Uribe llegó al poder, Colombia ha trascendido por una serie de eventos que no deja oportunidad alguna para optar por ese optimismo reconfortante. El uribismo ha logrado “cautivar” desde la pasión y no desde la razón a sus electores y, por más de 18 años nos han colocado presidentes, fiscales generales, procuradores, contralores, entre otros. De igual forma, ha logrado dominar el Congreso de la República en donde apenas, una mínima bancada de oposición que a veces pasa inadvertida no logra hacerle frente de forma contundente a los proyectos de ley presentados, muchos de ellos por el mismo Gobierno y con el único objetivo, joder al pueblo colombiano, pues solo basta con hacer memoria y ver la cantidad de medidas en materia política, económica y social que lograron implementarse durante el régimen de Uribe.
Basta con echar una mirada, fugaz o no, sobre el Gobierno del Duque, para constatar las desgracias que hemos experimentado y que por mucho que se intente vedar, el hecho de saber que vivimos en un país torcido, no es motivo para sacar pecho y levantar la voz y decir, expresar; estamos en un país jodido por unos cuantos, donde los que gobiernan lo odian y la pandemia ha hecho evidente ese odio, ha mostrado lo más ruin de aquellos gobernantes con instintos de tiranos.
Es hora de ver los problemas que se han agravado durante la pandemia de forma diáfana, no hay porqué ocultarlos o hacer lo que el Gobierno del Duque intentó, a lo cual le siguieron la pista los medios de comunicación, esto es, denominar las masacres como “homicidios colectivos” un acto de bajeza que trastoca la cruda y violenta realidad, esto muestra que la sociedad, según el Gobierno, puede tragarse cualquier embrollo, cualquier cambio semántico que borre eso que tanto les asusta, la realidad. Esa realidad que es la suma de todos los problemas a nivel social, político, económico, cultural e histórico y que de forma imperativa debe expresarse en un lenguaje vivo y verdadero, es decir, tal y como es.
Pero tengan la seguridad que el Gobierno Duque ha hecho todos los méritos motu proprio para saltar a la historia como el presidente más adverso, incompetente, bellaco, cagalindes y clasista de Colombia.
Ese odio acérrimo y rampante es expresado por nuestros gobernantes en cada palabra y acción que realizan. El vil asesinato de un hombre en estado de indefensión por parte de dos patrulleros de la Policía también es una muestra de ese odio, no es y nunca han sido casos aislados, nada de manzanas podridas. Considero que las instituciones en Colombia actúan con base al proceder de la clase política dominante.
En Bogotá la noche de la masacre del 9 de septiembre la cual tuvo como detonante el asesinato de Javier Ordoñez, dejó 14 víctimas mortales y la única salida del Duque fue visitar disfrazado de policía —tal cual un payaso visita un hospital de niños enfermos para alegrarles el día— los CAI que habían sido destruidos, asunto que fue una afrenta a las familias de las víctimas, que hasta ahora no han recibido en palabras del presidente alguna muestra de solidaridad, acompañamiento o garantía de que esos crimines no quedarán impunes, trabajo fácil pues se sabe quiénes fueron los perpetradores, entonces ¿no merecen la disposición completa del “gobernante”, que debió expresar su solidaridad para con ellos? Pero, que hasta ahora no ha descalificado el actuar de la Policía.
Otra víctima del odio es el proceso de paz, ese acuerdo que finalizó una guerra y trajo un relativa tranquilidad y calma a muchas regiones, pero que hoy de nuevo la guerra está a la vuelta de la esquina, entonces si no es odio qué será. Ser indiferente ante las víctimas también por parte del presidente que es símbolo de unidad nacional es un desatino y un hecho que ha golpeado fuertemente a las víctimas que vieron con deseo y anhelo la oportunidad de conocer la verdad y obtener reparación por parte de sus victimarios, no obstante, el camino se ha visto truncado por el mismo presidente y su partido que instan en el propósito de lograr “reformar” o hacer trizas el peligroso acuerdo, ese que ofrecerá la anhelada verdad.
En definitiva, el filósofo griego Empédocles sostenía que existen dos fuerzas fundamentales en la vida: el amor y el odio. Ambos sentimientos son inescindibles porque el amor es lo que une y el odio lo que disocia, siendo así, ya conocemos quiénes son esos que procuran en la praxis y a partir de su militancia política gobernar desde el odio.