Columnista:
César Augusto Guapacha Ospina
Hace tiempo vengo siguiendo la pista a Jeff Bezos y Elon Musk, dos personas que, a mi modo de ver, merecen un análisis especial en la nueva era dorada de la exploración espacial, la cual ya no es de países o grupos de países; como en la otrora guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ahora es de multimillonarios y empresas privadas a la cabeza. Lo anterior, nos recuerda en pleno siglo XXI, el poder de las corporaciones y el alcance astral de sus ambiciones.
Pero ¿quiénes son estos excéntricos personajes que hasta hace unos pocos años eran prácticamente desconocidos en el ámbito internacional y cuál es su papel en la nueva era de la carrera espacial? Por un lado, Jeff Bezos, flamante fundador de Amazon, la plataforma de ventas en línea más grande del mundo. Este personaje, un brillante hombre de negocios que decidió emprender a finales de los noventa en su pequeña tienda de venta virtual para convertirse, en cuestión de dos décadas, en el hombre más rico del mundo; según Blomberg al corte de esta columna. Durante su carrera empresarial, Bezos desarrolló un interés particular por la exploración espacial, tanto que decidió invertir y fundar Blue Origin, una empresa enfocada en el transporte aeroespacial, tanto para misiones oficiales como vuelos privados. La idea de Bezos era explorar gradualmente el espacio y con ello, la posibilidad de conquistar nuevos mundos.
Por otra parte, tenemos a Elon Musk, un ingeniero espacial fundador de siete empresas en el sector tecnológico y energético, dueño de SpaceX, Tesla, Hyperloop, Solar City, Neuralink, entre otras varias. Sin dudas, una especie de Tony Stark en la vida real. Musk sobresale sobre todos los otros multimillonarios, quien se sitúa como segundo hombre más rico del mundo según Blomberg, por su inteligencia en múltiples disciplinas, mezclado con un agudo olfato para los negocios y una voluntad de superación inquebrantable. Desde niño, al igual que Bezos, sentía una atracción superlativa por la exploración espacial. Esta simpatía lo llevó a fundar SpaceX, la empresa de servicios aeroespaciales privada más grande del mundo, con la cual tiene un contrato con la NASA para el desarrollo de tecnologías de propulsión y puesta en órbitas de misiones espaciales, así como una iniciativa para la colonización de Marte, el cual es actualmente el proyecto más ambicioso en el que trabaja la compañía.
El deseo de superación de ambos magnates significó un impulso superlativo de la nueva era de exploraciones espaciales. De alguna manera, ambos se empujan a superarse en una competencia que piensa en la colonización espacial con un objetivo común: Marte. Aunque Musk tiene una ventaja competitiva sobre Bezos en términos instalados de capacidad y respuesta a operaciones espaciales de alto turmequé, el creador de Amazon dimitió como CEO de la empresa para dedicar sus esfuerzos de lleno a Blue Origin, con la finalidad de recortar la ventaja que ha ampliado SpaceX con el paso de los años, lo cual augura un desarrollo tecnológico trepidante durante la próxima década con ambas compañías trabajando a tope en sus intenciones de amartizar con personas.
Esta batalla de genios nos plantea varias incógnitas con relación al futuro próximo de la humanidad. Por una parte, es ineludible preguntarse por la gestión ambiental espacial; esa que será indispensable en la adaptación biológica de la vida como la conocemos en la Tierra bajo otros contextos. Tratar de recrear ecosistemas terrestres en Marte será todo un desafío de proporciones titánicas y con esta tarea, la posibilidad de desarrollar actividades medianamente parecidas a las desarrolladas en la Tierra por los humanos que osen colonizar el planeta rojo en un principio.
De igual forma, las mutaciones y cambios a nivel corporal, así como las formas de organización social y las nuevas concepciones ambientales en un contexto interplanetario no dejarán de ser muy llamativas. No cabe duda de que, de concretarse esa proeza, la expansión de la ciencia será tan inflexiva como el hecho mismo de viajar a Marte. Una escena inverosímil hace tan solo tres décadas, hoy es una posibilidad latente ante el avance sostenido y el interés despertado por la exploración espacial durante este siglo.
Otra cuestión que salta a la vista de forma llamativa es el creciente interés por salir de la Tierra. Se podría pensar que hace parte de nuestra naturaleza explotaría el hecho de querer saber y conocer más allá de los cielos y es una argumentación loable. Pero ¿en el fondo esa necesidad de salir del planeta obedece más a un punto de no retorno en términos ambientales del planeta que a una curiosidad infinita por explorar el universo? Pienso que ambas premisas están estrechamente relacionadas, porque de otra manera no se explicaría la inyección de recursos en temas espaciales tan acelerada en momentos en los cuales solo queda una década para tener algún chance de contrarrestar el cambio climático. En ese sentido, es paradójico que estemos pensando en colonizar otro planeta del sistema solar para recrear en otro contexto los mismos problemas que no hemos podido solucionar en la Tierra. Ese salto interplanetario debería suponer una mejora sustancial como sociedad, una oportunidad de procesos paralelos, porque miles de millones quedaríamos en la Tierra y el reloj no para.
Explorar el espacio, tan rápido o tan despacio, con las manecillas apuntando al ocaso, tiene acaso un renglón aparte, un atardecer en Marte, mas temprano que tarde, mientras la Tierra arde; toda una obra de arte.