Uno de los temas que más despierta interés en los jóvenes es el fútbol, la pasión y curiosidad se desborda cuando el referente es la polémica pelota. Las argumentaciones resultan interminables al momento de sustentar y defender actuaciones, resultados, tácticas o estrategias de equipos y jugadores insignes de las ligas europeas, verbigracia, España, Inglaterra, Italia o Alemania. Así, es usual encontrar fascinantes discusiones futbolísticas en las aulas.
Para un educador, también curioso, esto es una excusa, una pausa activa para problematizar o ambientar otros asuntos del habitus cultural, haciendo transposición didáctica de lo complejo a lo sencillo, a partir del interés, curiosidad y pasión con la que se asume el proceso de enseñanza-aprendizaje. Aquello es un acto provocador, intencional, un pretexto para apropiarse de realidades mucho más complejas, decodificándolas.
El fútbol es alucinante, la religión más extendida en todo el globo terráqueo, sus fanáticos se cuentan por montón. Seguramente alguna vez gritamos un gol —momento sublime, poético para Albert Camus—, lo vemos en transmisiones televisivas, asistimos a estadios o lo practicamos por diversión. Como toda actividad lúdica debió potenciar el tránsito del homo habilis al homo sapiens.
Demostrado está: las especies del reino animal que más juegan, son las más inteligentes. Desde Piaget, la pedagogía valora el aporte del juego y la lúdica en la maduración del pensamiento. Este es el énfasis del preescolar, deuda histórica en Colombia (de tres grados obligados, el Estado solo ofrece uno).
Históricamente muchos pueblos reclaman ser antecesores inmediatos del fútbol moderno. Antes de que el pie europeo pisara suelo americano, los mayas tenían cosmovisiones religiosas donde tributaban honores al dios sol a través del pok ta pok, juego de la pelota o esférica en honor al astro rey.
También se lo adjudican chinos, griegos y romanos (harpastum), el imperio más extendido del mundo antiguo implantó su práctica en todas sus comarcas, así llegó a Britania, colonia romana en la actual Inglaterra.
Como la necesidad es la madre de todas las cosas, el ocio y la recreación imponen la futbolfilia, diversión amena, relax para una sociedad esclava en principio del maquinismo y la industrialización. En Londres se institucionalizan las reglas de este deporte en 1867, en la efervescencia de la revolución industrial y niñez del capitalismo salvaje, tanto ayer como hoy. Evidentemente, el fútbol como negocio nació con el capitalismo, es una mercancía, una empresa más del mercado.
Traigo a colación el tema del fútbol porque aula es toda la sociedad, no solo cuatro frías paredes, el universo extramural permite reflexionar sobre la dimensión humana, la sociedad o la naturaleza.
Los resultados de la Uefa Champions League 2019, dejó por fuera encopetados equipos como el Real Madrid, Barcelona, Bayern Munich o Manchester United, reposicionando el fútbol inglés como una de las ligas más competitivas del viejo continente, son finalistas cuatro equipos de su liga. Liverpool y Tottenham disputarán la final de la Uefa Champions League, mientras Arsenal y Chelsea se enfrentarán por la Europa Champions League.
En ciencias sociales todo es susceptible de problematizar, discutir, analizar. El mundo del deporte y el fútbol en particular no pueden escapar a ello. Es posible establecer relaciones entre el fútbol, la política, la economía, filosofía o religión por citar solo algunas de las disciplinas del ámbito social. A las relaciones entre el balompié y algunas incidencias sobre el contexto social se refiere la presente nota.
Desde lo filosófico en el fútbol hay ciencia, inteligencia, malicia, saberes, tácticas y estrategias (epistemología); es todo un arte (estética); encontramos comportamientos, relacionamientos y aptitudes humanas (antropología); enajenación, alienación, esencia, resultados inesperadamente mágicos, de ensueño e inspiración que hacen añicos las estadísticas, como la remontada 4-0 del Liverpool al Barcelona (metafísica); presencia de lo dionisiaco (pasional) y lo apolíneo (racional) en perspectiva nietzscheana.
Se trata de un deporte que mueve multitudes y multinacionales, en cabeza de una empresa monopólica, la Fifa, comercializador de un producto de consumo masivo, seguramente el deporte más globalizado del planeta, generador de rentas exorbitantes, con todo tipo de exenciones y prebendas jugosas, de apetito voraz por capturar sus manejos (mafiosos).
Por esto mismo, pululan escándalos, tráfico de influencias, corrupción galopante. Como sucedió en la asignación de sedes para las citas orbitales, venta y reventa de boletas, en Colombia salpicó algunos miembros de la división mayor del fútbol colombiano en las eliminatorias al mundial de Rusia 2018, allí jamás hubo juego limpio.
A nivel continental y local se emulan esquemas corporativos que ligan al fútbol con la política. Berlusconi fue empresario, máximo accionista del Milán y presidente de Italia. Igual sucede con los Macri, ligados al Boca Juniors de Argentina.
En Colombia actualmente está el clan Char, dueños del Junior de Barranquilla, destacados empresarios y comerciantes de origen sirio, constructores de vías (contratistas del Estado), viviendas, dueños de las reconocidas Supertiendas Olímpica, con bancada propia en el parlamento, alcalde de Barranquilla, sin lugar a duda el grupo con mayor influencia política en el caribe colombiano.
A pesar todas estas complejidades, el mundo del fútbol encierra principios, fundamentos, valores que bien pueden germinar en las canchas societales. Me refiero a las declaraciones del técnico del Liverpool Jurgen Klopp, desapercibido por la gran prensa del establecimiento.
El bávaro es un estratega revolucionario. Abiertamente y sin miedo a represalias Klopp dijo ser de izquierda, creer en el Estado de bienestar, votar en contra de quien prometa bajar impuestos a los ricos y que jamás en su vida votaría por la derecha.
Destaco la defensa de Kloop del Estado, en especial, el preocupado por el bienestar de sus asociados, que atiende sus necesidades fundamentales, especialmente de aquellos ciudadanos en condición de vulnerabilidad, socialmente desventajosa. La Europa arrasada por el fantasma de la Segunda Guerra Mundial fue su escenario propicio, reclamado por uno de sus hijos. Alemania perdió en las aventuras guerreristas mundiales y hoy es la locomotora económica de Europa.
Por el contrario, en estos lares, la ausencia de Estado ha sido una constante, desmantelado por imponer creencias absolutas del poder regulatorio, neutro y equilibrador del mercado (mano invisible), bajo la batuta de oligarquías mezquinas de derecha, para quienes el Estado es uno más de sus activos.
Colombia también ha padecido los azotes constantes de la guerra, aquí el Estado brilla, solo que por su ausencia (neoliberalismo).
Para muchos el fútbol es el opio de los pueblos posmodernos, enajenante, los estadios son como hipermercados, catedrales o centros de culto religiosos con fanaticadas de todos los estratos y edades, válvula de escape a la avalancha de dificultades y vicisitudes de un mundo inhumano.
En él, miles de jóvenes abrigan esperanzas de redención y emancipación contra el yugo de la pobreza. Al final, pocos rompen “el cerco de las carencias”, es un deporte competitivo, de élite, exclusivo, excluyente, como el mundo de carne y hueso que lo nutre.
Finalmente, en política como en el fútbol hay jugadores derechos, izquierdos y ambidiestros, los últimos son hábiles, manejan ambos perfiles, ellos prefieren que les llamen “de centro”.
Como romántico del fútbol pienso que es posible y valedero soñar con una mejor sociedad, si cada jugador (ciudadano) se pone la camiseta (participa). No importa el perfil que maneje, o en función de qué equipo (Colombia), con una única estrategia (interés colectivo), anotando goles que derroten la violencia, intolerancia, respeto por la diferencia, pobreza, exclusión, inequidad y falta de oportunidades, con presencia activa de un Estado (arbitro) que actúe en beneficio y al servicio de todos los jugadores.
Foto cortesía de: RTVE