A finales de 1995 me invitaron a una charla que daría Florence Thomas en la Maestría de derecho de mi alma máter, la Universidad de Caldas. Yo era una estudiante de pregrado con buenas conexiones y de esa forma terminé en conferencia con una mujer a la que había visto muchas veces en televisión, a la que leía cuando tenía la fortuna de que un periódico con su columna cayera en mis manos —no había internet— y de quien tenía un gran concepto por todas esas cosas que decía acerca de lo que debíamos ser y hacer las mujeres.
Al mismo tiempo, me había enamorado de una mujer que al parecer correspondía a ese amor, y en lo personal estaba en serios conflictos acerca de cómo iba a manejar todo el asunto, con mi familia y con mi casi novia, que por cierto nunca había tenido nada con una mujer ni había pensado en hacerlo.
Cuando supe de la conferencia invité a mi chica a que me acompañara. Qué mejor manera de seducirla que llevándola a escuchar a Florence, quien de manera enfática y apasionada decía cosas como que el amor no tiene sexo, que las personas aman a las personas y que el amor siempre se debería ponderar por encima de cualquier convencionalismo social.
La charla estuvo emocionante, Florence como siempre puso los puntos sobre las íes ante cada pregunta que le hicieron y arrancó aplausos del grupo cuando terminó la sesión. La mujer a mi lado también estaba conmovida, de allí salimos a caminar un rato, a intercambiar impresiones y al final de la jornada y las emociones, nos dimos nuestro primer beso. Esa fue mi primera Florence.
Algún tiempo después le regalé, a quien ya era mi novia, un pececito al que le pusimos por nombre Florence, que nos acompañó un tiempo y que casi se convierte en motivo de divorcio temprano porque murió, aparentemente porque se deprimió cuando ella se fue de viaje y me lo dejó a cargo. Esa fue mi segunda Florence.
Años después, hacia el 2003, nos volvimos a encontrar. Empecé a vivir en Bogotá, cambié de novia y trabajaba en Profamilia. Florence era “amiga de la casa”, de manera que nos volvimos a cruzar y además empecé a hacer parte de la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, que ella había ayudado a fundar. Ahí empezó mi historia con la tercera Florence.
La Florence que conozco es una mujer generosa, con su conocimiento, con su tiempo, con su vida, que trabaja incansablemente por los derechos de las mujeres, de este país que ama con locura. Una mujer que ha dedicado décadas a hacer de Colombia un lugar distinto, un país donde la canción emblemática del amor romántico no sea “cosas como tú” y en el que su voz y acento francés se han convertido en todo un símbolo para el feminismo.
Porque si algo puede definir a Florence es esa palabra: feminista. Una feminista que reconoce su lugar de privilegio, como extranjera, como docente de la Universidad Nacional, como académica, y que desde allí se conecta con las mujeres en todas sus diversidades, en todos los lugares del país.
Las mujeres de Colombia le han hecho vivir historias hermosas y otras no tan bonitas, pero siempre son esas mujeres por las que trabaja día a día, con su voz, con sus opiniones y con la incidencia que hace de maneras muy efectivas, a muy altos niveles, aprovechando esos lugares de privilegio que ella reconoce de sí misma.
Florence, la convencida de la palabra, el diálogo y la concertación, acaba de recibir la Legión de Honor, el reconocimiento estatal más importante que se le puede otorgar a una persona por parte del gobierno de Francia. Una medalla instituida por Napoleón, un hombre de guerra, para distinguir a hombres de guerra y que solo cincuenta años después de creada, se le otorgó por primera vez a una mujer miembro de las fuerzas armadas.
Para completar, la medalla solo se otorga en el grado de caballero, de manera que Florence, la feminista, ha sido honrada con un mérito que no se puede nombrar en femenino.; sin embargo, ella —como siempre tan ella— en sus palabras de agradecimiento ha dicho: “…Manuelita Sáenz fue condecorada por el general San Martín con la orden de “Cabelleresa del sol”, así que yo seré Caballeresa de la Legión de Honor.” Y así aceptó la medalla.
A sus 73 años está lista para seguir trabajando por esta revolución que ha transformado la vida de los hombres y las mujeres de este país, esa revolución que como ella dice: “nunca estalló, sino que ocurrió sin recurrir a la fuerza…” y mejor aún, Florence está lista para empezar nuevas aventuras, para soñar nuevas utopías, para creer siempre en un país más igualitario para todos y más respetuoso de las mujeres y de sus derechos.
Florence es una mujer grande y brava y es muchas mujeres en una sola. La mujer que conocí casualmente hace veinte años, que apareció en mi vida para reafirmar que otras formas de amar eran posibles; la mujer que se ha convertido en el ícono de tantos como un referente cotidiano, aunque sea como un pececito; la profesora, investigadora y académica, citada y consultada; la activista convencida y en constante alerta y la que hoy es Caballeresa de la Legión de Honor.
Desde los distintos momentos de mi vida en los que he tenido el honor de encontrarla, hoy, a todas esas mujeres que la componen, solo me queda por darle un enorme: GRACIAS.
Publicada el: 14 Jun de 2016