La Fiscalía es una institución denigrante, corrupta, ineficiente, mal diseñada y de resultados que dejan mucho que desear. Hay barreras absurdas en el proceso para muchos de los denunciantes.
La encuesta de percepción de usuarios de los servicios de la Fiscalía General de la Nación arroja cifras en las que el 34 % de los encuestados consideran que la accesibilidad al servicio es de baja calidad, y un 38 % cree que la disponibilidad de recursos también lo es*. Cifras que se tornan sumamente preocupantes al ser la motivación de muchas personas para acceder a la justicia barrial o por mano propia, pues consideran que esta instancia es más eficaz que el mismo ente institucional, o que desmotivan la denuncia, lo cual estimula de alguna manera la reincidencia por parte de quienes comenten los delitos.
Tiene funcionarios sin tacto, que asesoran mal a los usuarios, los hacen perder su tiempo, y los revictimizan con el mal manejo de la denuncia; habrá personas a quienes la institución les sea de gran utilidad, sin embargo, hay a quienes, lastimosamente, la fiscalía en vez de brindar una solución, les empeora la situación. Y este fue mi caso.
Desde pequeña me inculcaron el autocuidado: no le reciba dulces a extraños, si alguien se la va a llevar, grite; no hable con desconocidos, en fin, otros tantos consejos para evitar que alguien con malas intenciones me hiciera daño. Desde mi primer columna hablé sobre la importancia del tema. Qué triste ponerlo en estos términos, pero hay cierto valor en ser desconfiado, incluso en la adultez y mucho más si vives en un entorno tan hostil como este, con tasas altísimas de robo y de violencia generalizada.
Esa misma desconfianza me volvió hermética con mis amistades, las cuales son pocas y cuidadosamente seleccionadas. No obstante, de vez en cuando me doy la oportunidad de conocer otras personas e intercambiar algunas palabras, y por qué no, tal vez un café. Así he conocido gente maravillosa en medio de lo mucho que me cuesta confiar. La semana pasada me di la oportunidad de conocer a un hombre en el gimnasio Smart fit; comenzamos a entablar una conversación a través de mi Instagram, y luego de vernos por casualidad un día en el gimnasio intercambiamos números y comenzamos a hablar por Whatsapp. En ese intercambio de mensajes acordamos vernos un día después de una de mis clases de la Universidad donde él me recogió.
Le pedí que me llevara a un almacén de cadena a comprar algunas cosas y él muy caballerosamente accedió. Al llegar al almacén continuó con la caballerosidad que solo entendí después; se ofreció a llevar las cosas que yo tenía en la mano: mi teléfono móvil, mi billetera y un termo con agua; yo le dije que no había necesidad, puesto que iba a tomar agua y lo otro no me estorbaba en lo absoluto. Pero cuando comencé a tomar las cosas que iba a comprar de los estantes, yo solté mis pertenencias al interior del carrito de súper mercado para estar más cómoda, e instantes después escuché el sonido que normalmente hace mi termo al ser destapado. Al voltear, vi al caballeroso acompañante intentando introducir en mi agua una sustancia, un polvo blanco.
Inmediatamente, y en una calma que yo me admiro, lo confronté, le pregunté qué era lo que estaba haciendo, le pregunté qué sustancia era esa, él nervioso no supo qué responderme. Yo terminé mis compras, agarré mis cosas y me fui. Llamé a un amigo para que me hiciera compañía mientras me recordaba que no debía confiar en nadie y continuar con mi útil hermetismo. Intenté tranquilizarme pensando que lo peor ya había pasado y me equivoqué. Ahí empezaba el calvario.
Al día siguiente de esa terrible experiencia, comencé a preguntarme por mi responsabilidad ética en el asunto de la denuncia, puesto que hacer esto podría marcar un precedente y evitar que él intentara lo mismo con alguien más. Así que llamé al 123 para ser orientada respecto a cómo se debe procede en un caso como este y ellos me indicaron que me dirigiera a la fiscalía, donde el vigilante de apellido Velasquez consultó con el patrullero Gonzales que si allá se hacía la denuncia, ambos dijeron que sí, pero que volviera unas cuatro horas más tarde para que me pudieran atender.
Volví y me atendió el fiscal Pahuly Andrés Marín Escobar, quien por escrito me dejó constancia de que no podía atenderme por ser fin de semana: “hay horario para esas denuncias, venga el lunes temprano.” Preocupada pero intentando entender que así son muchos trámites administrativos, le pregunté que dónde podía dejar por lo menos constancia de los hechos, y él me remitió a la Permanencia Del Bosque, donde la señora Gloria Zuluaga me dijo que no podía tomarme la denuncia porque hace 15 días no tenían tinta en la impresora. Luego me dijo que me dirigiera a una inspección y se fue del lugar dejando la permanencia sola a pesar de que supuestamente en ésta atienden las 24 horas.
Fui a una inspección, y me dijeron que efectivamente debía ir el lunes a la fiscalía; entonces volví, hice una fila de cuatro horas para que me atendiera la funcionaria Lucinda Amalia Marín, quien me dijo: «Si usted no se tomó esa agua, si él no la ha amenazado, si él no la agredió, ¿Usted qué va a denunciar?» Me fui indignada porque no podía creer que esa fuera la respuesta real de las autoridades a un hecho que yo considero que vulneró no solo mi seguridad, sino mi paz y mi dignidad. Y entonces llamé a la línea 155, donde un hombre me contestó y me dijo lo mismo que la anterior funcionaria pero rematando con esto: “Si él le hace algo, vuelve a la fiscalía”
Me dirigí a una inspección, donde el caso será manejado como una contravención menor, incluso con mi solicitud de aportar el video de seguridad del almacén de cadena donde nos encontrábamos, porque lastimosamente, por mi desconocimiento el termo con la sustancia que él intentó darme no sirve como prueba al no haberla aportado inmediatamente.
Para sumarle a hechos que superan la ficción de Kafka, me dirigí a la sede de Smart fit con una carta que narraba lo ocurrido y copias de la citación de la inspección al usuario que intento denunciar, esto en la misma vía de mi responsabilidad ética, advirtiendo de la conducta del usuario, pensando que tal vez estar alertas con él puede evitar que aborde a otra mujer del gimnasio teniendo la misma intención que conmigo, a lo que en la peor forma de revictimización el gerente responde que ellos no tienen nada que ver con eso al no haber ocurrido dentro de las instalaciones del gimnasio, y se negó a recibir la carta, dejando claro que para ellos, yo soy una mensualidad más, y nada más.
¿Soy yo la que tiene que dejar el gimnasio? ¿Fue culpa mía por haber confiado? ¿El inspector no me cree? ¿Por qué nadie supo decirme con claridad qué procedimiento seguir para evitarme tantos dolores de cabeza? ¿Cómo confiar en un sistema que le cierra las puertas a los denunciantes? A mí prácticamente me dijeron que la próxima vez que alguien intente drogarme lo mejor es que me tome la droga si quiero que la fiscalía pueda recibir mi denuncia y evitar que este hombre lo haga con alguien más, porque de lo contrario, no hay ninguna conducta estipulada en el código penal que respalde una denuncia contra lo que yo siento como una agresión gravísima.
Vivimos en un sistema pésimo, de instituciones que no previenen, que sólo reprimen, que son incapaces de re-socializar. Lo cual deriva en una profunda desconfianza estatal, de desprotección. El estado existe para cobrar mis impuestos, pero no es capaz de garantizar mi protección: ¿A cambio de qué hay contrato social? ¿De mi nacionalidad? Se hacen mejoras mediocres, que demandan una cantidad de energía, tiempo, dinero y una paciencia enorme por parte de los denunciantes. Ahora se suman a mis pendientes en el caso reclamar mi espacio ante el gimnasio, denunciar ante procuraduría la lista de funcionarios que me asesoraron mal, y sentar un precedente con él para que tal vez algún día pueda evitarle este dolor de cabeza a alguien más.
Son necesarios mecanismos que generen confianza institucional, así como funcionarios que brinden una orientación adecuada y eficiente, pues sin un estado robusto es imposible la inclusión.
Un estado selectivo y/o ineficiente para impartir justicia es una forma de segregación de la que nacen y se perpetúan todo tipo de violencias, y eso es precisamente lo que a toda costa se debe evitar.
Yo sé que él me está leyendo, y quiero que sepa que no lo voy a dejar ganar. Ni a él, ni al gimnasio Smart fit, ni a los funcionarios les voy a permitir una revictimización sistemática en vano. Esta es mi otra forma de denunciar.
Adenda: Agradezco a la línea 123 mujer por su acompañamiento jurídico y psicológico durante este proceso.
*Encuesta de percepción de usuarios de los servicios de la Fiscalía General de la Nación