¿Fiesta brava o carnicería de animales? 

Se regocijan, se divierten como carniceros y de sus hocicos babea la sed de la crueldad. Aplauden como si matar en escena fuera el acto más puro.

Opina - Ambiente

2019-02-12

¿Fiesta brava o carnicería de animales? 

Encerrados en coliseos, deseosos de percibir el hedor vaporoso de la sangre, y sus ojos no parpadean porque su instinto asesino, de lujuria, brota enceguecido enfermo por la avaricia de ver morir a un toro. ¡Malditos sanguinarios! ¡Por todos lados corren vientos de violencia! Como si la guerra por más de 50 años no fuera suficiente, llevando consigo avalar cualquier acto de crueldad.

Se regocijan, se divierten como carniceros y de sus hocicos babea la sed de la crueldad. Aplauden como si matar en escena fuera el acto más puro. ¿Arte? Si una espada les atravesara el pecho, si alguien celebrara su desangre, si sus orejas fuesen el motivo de trofeos, si el silencio fuera el castigo más severo como protesta ante el dolor, sería un motivo para darse cuenta que ha sido la salvajada y la tradición más cobarde en la que se juega la vida de un animal.

Escenario apropiado para derrochar, a manos llenas, tragos de whisky, mientras, como testigo, el ocaso irradia la cruel faena que se halla en la profundidad del evento en la parte más baja en donde la arena contempla ser partícipe y alcahueta. Lugar de encuentros, que se mezclan con el fervor de las costumbres mientras la algarabía y el silbido empoderan al malhechor, al terrateniente, al gamonal. Allí, donde el político consigue su tajada, en donde se burlan de la humanidad aprovechando su impuesta potestad para manejar las masas, para hacer lo que a su voluntad desenfrenada le venga en gana.

Godos, arbitrarios, verdugos, cómplices. Si tan siquiera empuñaran la espada para clavarla en lo que para ellos es un pedazo de carne, si tuvieran los cojones para hacerlo, seguramente no pasarían a llamarse taurinos, no serían más que cobardes. Sí, ¡Cobardes! Delegan en otros lo que ellos no pueden hacer, pero saborean presenciar la defensa que por naturaleza ha concebido el animal, el simple instinto de supervivencia. Repudio que gran parte de la sociedad ha hecho saber y, por simple atropello, capricho y gusto han torpedeado. Han llevado la contraria de una mayoría que se opone a ese estilo de vida bravío, retrógrado y perverso.

¡Vuelven los toros, vuelve la fiesta brava! Vuelve el circo de los que sonríen con la sangre en sus fauces, cuya comprensión sobrepasa las fronteras aberrantes de la tortura cuando de matar se trata. ¡Sí, matar! La vida como medio, por deporte y no como fin en sí misma. Tan osada es su estupidez que supera el tamaño del más inmenso sarcófago. Ojalá fueran éstos los que tomaran la batuta de conservar especies en peligro de extinción, pero es paradójico que alguien así lo haga. Si ver ríos de sangre les divierte ¿Qué se puede esperar de sus arrogantes conciencias? Porque estamos ante la necrópolis del ciclo absurdo de la vida bovina.

País de privilegios para unos pocos y que le abren paso al recreo de los injustos, de leyes fabricadas a la medida y semejanza de los padres de la patria con boleto libre al amparo de la crueldad taurina. Del uso exagerado del Estado en desmedro de nuestras instituciones. ¿Fiesta brava o carnicería de animales? 

¿Desfallecer como única opción? No. Hay que utilizar las herramientas legales que la Constitución nos ha dado. Seguiremos en pie de lucha mediante el discurso, la palabra y cediendo a la justicia de la razón y no ante el capricho, porque proteger los seres vivos es un suceso digno de la inteligencia humana: ecuánime con lo que tenemos, con lo que hemos utilizado y retractándonos de lo que hemos destruido.

¿Qué tan ejemplar es esa decisión de quitar la vida? ¿Cuál es el legado para las generaciones venideras? ¿No es este el inicio de un futuro pacífico para Colombia? Hay que incentivar la erradicación de la violencia, hay que brindarles a los pequeños la orientación adecuada de lo que es bueno, de lo que es peligroso y de lo que podría modificar su forma de actuar.

Cuan heroico seria ver a esas multitudes protestar contra los actos irracionales, verles aplaudir por suspender tales “faenas”, promulgar la lucha incansable de la vida. Esa es la verdadera meta social para desenmascarar a los que dicen llamarse artistas, a quienes teniendo la ventaja con una espada atraviesan cuerpos bovinos, partiendo en dos la supervivencia del indefenso. Artista no es aquel que mata, es el artesano que dibuja la supervivencia de un animal que yace en perversos ríos de sangre de manera arbitraria, en coliseos con majestuosidad elaborada, pero con la falta de respeto a la humanidad bien educada.

 

Imagen cortesía de El Espectador.

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Rafael Pachón
Profesional en Mercadeo.