Columnista: Germán Ayala Osorio
Arde América Latina. Los sucesos de Ecuador, Chile y Bolivia son claros ejemplos de una inquietante ebullición alrededor de lo que significa vivir en democracia y de la confluencia de intereses corporativos que oscilan entre las dimensiones internacional, regional y local. Dedicaré esta columna al caso boliviano.
En el país de los Aymara confluyen varias circunstancias, factores o elementos que hacen difícil hacer cualquier análisis que no se quede atrapado en las lecturas que, de izquierda y derecha, se vienen haciendo desde el preciso momento en el que se dio la forzada dimisión de Evo Morales.
La primera de esas circunstancias es la reivindicación étnica que lideró Evo Morales. Al llegar al poder, Morales convirtió a la Pachamama en un discurso de confrontación con los actores de un pasado en el que los indígenas siempre resultaron siendo las víctimas. Al final, lo que echó a andar Evo en Bolivia, fue un proceso decolonial o decolonizador.
Como líder indígena, Evo Morales Ayma devolvió la dignidad a las comunidades indígenas, por años subestimadas, atropelladas y subvaloradas por castas de mestizos y “blancos” que las mantuvieron en el ostracismo.
Ese país de indios llegó al poder con Morales y logró que la whipala compartiera honores con los colores y los rituales del Estado nación moderno. Ese mismo Estado, nacido de las entrañas de una modernidad europea que dejó insepulta a la Pachamama, hasta que llegó Evo Morales a desenterrarla y darle vida política y, por esa vía, devolverle la dignidad perdida, avasallada y criminalizada. Al final, dejó un Estado plurinacional a pesar de la resistencia de los sectores que tradicionalmente vivieron de ese Estado nación que jamás reconoció a los indígenas.
El odio a los indígenas
Desde la ontología política el proyecto de Morales tenía toda justificación y asidero cultural, antropológico, histórico, ancestral y práctico, pero enfrentó, desde el inicio de su primer mandato, a la acción política de desacreditar la cosmovisión indígena; dicha acción venía, por supuesto, anclada al proyecto unívoco de la modernidad en la que están instalados de tiempo atrás los “blancos y mestizos” que tumbaron a Evo Morales.
Al estar en el poder por 14 años, Evo Morales pudo perder de vista el proceso de radicalización de los sectores que no solo negaron ontológicamente al pueblo Aymara, sino que profesaban un odio histórico.
En este punto, considero que la reelección presidencial termina debilitando a las instituciones, porque el mecanismo está fundado en la idea de que hay una única persona capaz de liderar y consolidar cambios y proyectos. Y allí se equivocaron Uribe en Colombia, Chávez, en Venezuela; Morales en Bolivia y Correa, en el Ecuador, para nombrar solo algunos casos.
Un verdadero líder político —no mesiánico— forma cuadros, consolida un partido político, deja las bases conceptuales y procedimentales de un proyecto de país que no puede actuar bajo el principio del espejo retrovisor con el que siempre se ha gobernado en todos los países de América Latina.
Las figuras egocéntricas terminan por debilitar proyectos políticos claramente reivindicativos como los que se dieron en Ecuador, con Correa; con Chávez, en Venezuela y con Evo Morales en Bolivia; para el caso de Colombia, con Álvaro Uribe no hubo jamás un proyecto político tendiente a exigir respeto o reconocimiento alguno de un sector social o étnico históricamente atropellado, desconocido o perseguido.
Todos sabemos que allí lo que se dio fue un proyecto neoconservador, en lo sociocultural; neoliberal, en lo económico; en lo ambiental-ecológico, extractivista y de sometimiento de los ecosistemas naturales-históricos. Todo lo anterior, guiado por un ya entronizado ethos mafioso.
Al final, todos los políticos señalados líneas atrás, actuaron desde un fuerte mesianismo que acrecentó los egos de cada uno, lo que al final los llevó a hacerse insostenibles en el tiempo. Y resultó así, porque cada uno llegó al poder defendiendo una idea particular de democracia y de Estado. Idea que no fue consensuada con todos los sectores, incluyendo a los que se declararon en resistencia.
La Whipala
Las consecutivas reelecciones en Bolivia terminaron erosionando las instituciones y de manera concomitante, fijando en la institucionalidad estatal los colores de la whipala.
La derecha boliviana y continental asumió a este símbolo como un factor homogeneizante al que debían resistirse. Lo hicieron desde los primeros años de gobierno, pero al ver que los triunfos electorales de Morales eran inobjetables, lo soportaron y lo aceptaron a regañadientes. Y es aquí en donde emergen las diferencias antropológicas alrededor de lo que significa vivir en democracia.
La democracia liberal, aupada por la derecha boliviana, fue puesta en cuestión no solo por la intención clara de Evo Morales de perpetuarse en el poder, sino por lo que significaba e implicaba para los sectores “blancos y mestizos” de Bolivia, ver a un indígena en lo máximo del poder político, cuando ellos habían diseñado un Estado nación que solo podría ser manejado por alguien de su origen y que les asegurara en el tiempo sus intereses de clase dominante.
Y la idea de democracia de Evo Morales se quedó en la intención de recuperar el lugar arrebatado a lo indígena. Una vez lograda la reivindicación étnica, Morales pudo haberse aislado de una realidad política latente. Una realidad política que exhalaba odio y resquemores.
El golpe
Lo que se advierte en las maneras como se dio el golpe de Estado a Evo Morales es un cansancio en quienes debieron soportar que la whipala se erigiera como símbolo de una unidad plurinacional que jamás se concretó.
La acción de retirar la whipala de los uniformes de la policía simboliza el agotamiento de un discurso y de un proceso de reivindicación étnica que jamás fue aceptado en los sectores de poder no indígena. Esos mismos sectores esperaron durante varios años la oportunidad para retomar el poder político. Ese chance se los dio el mismo Morales al querer perpetuarse en el poder. Incluso, más allá de si hubo o no fraude en las pasadas elecciones, la concentración del poder se hizo insostenible.
Al poner la Biblia sobre la bandera boliviana y exclamar que la Pachamama jamás volvería a Bolivia, la derecha local y continental hace resurgir el proyecto colonialista. Nuevamente se abren los caminos para la persecución a los indígenas.
Se configura el golpe de Estado desde el preciso momento en el que el comandante de las fuerzas armadas, el general Kaliman, señaló: “Pedimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial y permita la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad, por el bien de nuestra Bolivia“.
La “amigable” sugerencia o petición del alto oficial se dio después de que el mismo Evo Morales accediera llamar a nuevas elecciones y de esta manera aceptar que por lo menos hubo irregularidades en el conteo de los votos. Hay que decir que a un General no se le puede aceptar una “recomendación” de ese tipo, sin pensar que de fondo hay una presión indebida y una acción deliberativa que terminó en una dimisión forzada que puede catalogarse como un golpe de Estado moderado, pero al fin y al cabo, golpe de Estado.
El crecimiento económico y los avances en materia social durante los 14 años de mandato de Evo Morales no podrían ser reconocidos por la derecha internacional, porque esta jamás aceptó que el presidente indígena se enfrentara a los Estados Unidos y retara a los organismos multilaterales de crédito que históricamente han erosionado las soberanías estatal y popular de varios Estados y pueblos de América Latina. Ese tipo de retos resultan inaceptables y así se lo hacen saber hoy a los indígenas bolivianos que acompañaron a Evo en su aventura decolonial.
Al final y a manera de aprendizaje, debemos reconocer que las dificultades que afrontamos para consolidar al interior de cada país latinoamericano un proyecto democrático amplio y plural, pasan por la insistencia en negar que venimos de un largo proceso de mestizaje.
Esa histórica crisis identitaria pesa a la hora de pensar y consolidar proyectos libertarios y decoloniales como los que echó a andar Evo Morales.
Más allá de las diferencias ideológicas, lo que debe primar es un único objetivo: sacar adelante a cada pueblo, a cada Nación, atendiendo a todos los sectores, con el propósito de consolidar una idea consensuada de Estado y de democracia. Y es allí en donde hemos fracasado históricamente.
Que buen escrito.