El sociólogo Erving Goffman define al estigma como “un atributo profundamente desacreditador». Sin embargo, lo importante es tener en cuenta las relaciones, ya que un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro, según sea el contexto”(1970). Lo que esto quiere decir es que un estigma cumple dos funciones: desacreditar y posicionar un discurso, una creencia o una idea como la normalidad dominante e incuestionable. En este sentido, Álvaro Uribe Vélez es un claro ejemplo de una persona que utiliza la estigmatización para posicionarse.
El expresidente y actual senador es una figura que utiliza su Twitter como una máquina de generar estigmas: “violador de niños”, “castro-chavismo”, “aliados del terrorismo”, etc. Él envilece el debate público con un juego perverso en el cual a todos aquellos contrarios a su posición se les atribuyen categorías, difamaciones y etiquetas que desacreditan su labor, todo esto para posicionarse como el caudillo y redentor mesiánico que puede salvar la patria: asunto que muchos de sus seguidores repiten al pie de la letra.
Considero que los estigmas que produce Uribe dan cuenta de su prontuario y voy a poner dos ejemplos.
El primero es la estigmatización constante a defensores de los derechos humanos, muy en sintonía con los grupos armados de ultraderecha. Para Uribe, los defensores de derechos humanos son “voceros del terrorismo” y, por ende, criminales. No es casualidad que en su gobierno, la entonces Relatora Especial de Naciones Unidas Margaret Sekaggya, resaltara que “un motivo fundamental de la inseguridad de los defensores de derechos humanos radica en la estigmatización y el señalamiento sistemático del que son objeto por parte de funcionarios del Gobierno”.
Álvaro Uribe contribuye activamente a la hostilidad, la violencia y la guerra que sufre el debate público en el país; es un ejercicio cotidiano encontrar a sus seguidores vociferando violentamente estigmas creados por él en redes sociales, encuentros de opinión y discusiones.
La capacidad de Uribe de generar estigmas es la misma que tiene de crear ficciones y relatos que atemorizan a muchos colombianos que creen que su palabra es la fuente de la verdad, la ley y el orden.
Y, el segundo ejemplo es el reciente conflicto con el periodista Daniel Samper Ospina, a quien Álvaro Uribe ha llamado “violador de niños”, basándose en suposiciones, exageraciones, interpretaciones y descontextualizaciones. Álvaro Uribe se posiciona en tres elementos: que Daniel Samper Ospina es anti-antioqueño, que no respeta la familia tradicional ─lo que sí hacen Ordoñez y Vivian Morales─, y que, además: es un “violador de niños”, debido a un número de la revista Soho y a una ─o varias─ columnas de opinión de la Revista Semana.
Después del torbellino y de señalarlo pública y arbitrariamente, Álvaro Uribe publicó, el 16 de julio, las razones por las que llama a Daniel Samper de esta forma ─no antes, como debería haberlo hecho─ y deja entrever lo que muchos colombianos sabemos: que él se siente por encima de la ley, ya que su comentario es una interpretación del Código Penal y del Código de Infancia y Adolescencia, en su artículo 18, pero los únicos autorizados para declarar a alguien culpable de un delito en Colombia ─en caso de tal─, son los jueces. Lo que demuestra que la impunidad constante de la que el ex presidente goza lo ha hecho creer que está por encima de la ley.
Creo fielmente que Álvaro Uribe no ha hecho todo el daño que puede hacer, y que su actuar da cuenta de lo que podría ser un gobierno cercano a sus posturas, es decir: un gobierno estigmatizante y sistemáticamente violento para con aquellos ciudadanos, periodistas o políticos que lo llegasen a criticar.
Para Uribe, los defensores de derechos humanos son “politiqueros al servicio del terrorismo que cobardemente se agitan en la bandera de los derechos humanos para tratar de devolverle en Colombia al terrorismo el espacio que la fuerza pública y la ciudadanía le han quitado” (8 de septiembre de 2003), y los periodistas serán “pro- FARC” , o “amigos de Venezuela”, en la medida que omitan decir lo que él quiere escuchar, como en el caso de los periodistas que han revelado hechos cuestionables sobre el Ubérrimo en Noticias Uno, o las columnas de Daniel Coronell que dan cuenta de sus marcadas incoherencias, y etc.
Álvaro Uribe estigmatiza desde una posición ideológica que ha sido funcional para él porque de esa manera gana votos, pero que es sumamente dañina para el país. Los estigmas que produce desde su cobarde Twitter han radicalizado el día a día político colombiano y nadie a nivel social ha ganado con sus declaraciones, excepto él y sus partidarios, porque de eso trata su política de destruir, desacreditar e intoxicar de un odio generalizado e irracional para capitalizar elecciones.
Pero lo más grave es que después del estigma que produce Uribe llegan las amenazas de muerte para sus adversarios. Es decir, no sólo es grave por el debate público, sino también por la seguridad e integridad de los ciudadanos y periodistas colombianos, labor que se supone debería tener presente un buen Senador de la República.
Cerraré con esta frase de Goffman que, a mi criterio, resume las acciones del hoy senador: “Hay otras funciones del estigma: control social y eliminación de minorías en la competencia”.
Goffman, E., & Guinsberg, L. (1970). Estigma: la identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu.