Lo que pasó raya en lo intolerable: una vez más el señor Uribe arremete en contra de los periodistas que se atreven a desenmascararlo y a debatir con argumentos sus actuaciones reprochables durante toda su vida pública.
Ya lo ha hecho antes. Lo ha hecho desde siempre. A Daniel Coronell lo llamó testaferro de Justo Pastor Perafán, a Yohir Akerman lo tildó de guerrillero del ELN, al periodista Julián Martínez de Noticias Uno lo llamó periodista pro Farc. Al periodista Daniel Samper Ospina lo tildó de payaso. Pero lo que pasó, justamente en contra de este último, se sale de cauce en todos los sentidos: tildar de violador de niños al columnista de la revista Semana por un comentario satírico de Amapola, la hija de Paloma Valencia, no solo llega al punto de lo absurdo sino que nos obliga a plantear en qué tipo de país vivimos.
En un país medianamente serio estas conductas obligarían, no solo a la retractación por parte del agraviante, sino además llevarían a la parte más alta de la picota pública a quien genere este tipo de comentarios sin sustento alguno. Esto sin contar con las medidas judiciales pertinentes que incluirían sanción pecuniaria y privación de la libertad por calumnia e injuria.
Eso en un país medianamente serio. Pero la realidad es otra. El señor Uribe conoce bien de los beneficios que le procura su alta popularidad entre las gentes iracundas que le siguen ciegamente, y sabe a la perfección que esta popularidad en este país de locos le otorga patente de corso para difamar y calumniar a todos quienes discrepamos de él.
Su prontuario no podría estar más abultado y sin embargo, sigue pavoneándose por los pasillos y las plenarias del Congreso, y en cuanto auditorio le sueltan el micrófono, para llenar de su insaciable odio y su infinita mezquindad las mentes de quienes creen que realmente es el “Gran Colombiano”.
¿Hasta cuándo tendremos que seguir aguantando a este ser intolerante e irascible? ¿Hasta cuándo Colombia tendrá que ver en este despreciable personaje su más acérrimo enemigo? ¿Hasta cuándo el pueblo enceguecido seguirá inflando el ego de este mendigo del poder?
Ya estamos cansados. Todas las semanas un nuevo escándalo le salpica, y todas las semanas arremete en contra de alguien, mediante sus delirantes declaraciones, o mediante sus deditos iracundos a través de su cuenta de Twitter.
Pero no solo es irónico el hecho de que siempre salga impune, como si nada. Lo es aún más el hecho de que, justamente por estas épocas, están cayendo en las redes de las justicias respectivas de sus países, expresidentes igual a este, por delitos infinitamente menores a los cometidos por este mercenario de ilusiones.
¿Por qué en Colombia no puede haber la esperanza de que este personaje oscuro y siniestro compadezca ante la justicia por los delitos cometidos por él y por su organización, antes, durante y después de su mandato? ¿Por qué razón puede seguir calumniando y despotricando de sus adversarios políticos e ideológicos, sin que esto represente ninguna consecuencia?
La respuesta es tan simple como compleja: porque el mismo pueblo le ha otorgado el beneficio de la impunidad a través del beneplácito y los aplausos tributados en cada una de sus fechorías. Porque cada vez que Uribe trina, hay una parte de la población que se sacude de frenesí, y se identifica con sus afrentas. Sencillamente porque el señor Uribe es un hombre no solo peligroso y cargado de ira y odio sino también altamente manipulador, al igual que esa parte de la población que lanza vivas de emoción y aceptación ante cada uno de sus ataques.
Si este fuera un país serio, el señor Uribe tendría que responder por sus delitos y los de su organización ante las autoridades judiciales. Pero este país no lo es. No es un país serio y mucho menos maduro.
Es un país que se niega la posibilidad de pensar por sí mismo y le endosa esa responsabilidad al primer caudillo que les calienta el oído diciéndole todas aquellas cosas que quieren oír. Esa es Colombia. Un país en el que el delito sí paga. Un país en el que un delincuente sale impune de sus crímenes sin siquiera sonrojarse. Un país en el que la palestra pública es efímera y la indignación dura tan solo unos pocos días y después se desvanece en las brumas del olvido. Esa es Colombia. El país macondiano en el que a un expresidente que lleva en su conciencia miles de muertos y el gobierno más corrupto de la historia, lo llaman disque “El Gran Colombiano”.
¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde está la Fiscalía para investigar al expresidente por este y por todos sus delitos? ¿Dónde está la opinión pública que juzga más a un futbolista por un mal partido, que a este tirano por sus afrentas? ¿Dónde estamos usted y yo levantando la voz en contra de estas injusticias? ¿En qué parte del camino perdimos la razón y les concedimos el beneficio de la impunidad a los bandidos que nos gobiernan?
Ya estamos cansados del expresidente Uribe. No es justo con Colombia. No es justo con las generaciones venideras que las condenemos al eterno odio que intenta inculcarnos el señor Uribe. No es justo que este señor nos impida tener un día de esperanza en que podemos sellar nuestras diferencias a través de un dialogo civilizado.
Todos los colombianos merecemos un país en paz y en armonía, pero está muy claro que el señor Uribe se opondrá de todos los modos posibles para impedirlo.
Solidaridad con el periodista Samper Ospina y con todos aquellos que han caído y seguirán cayendo en los tentáculos despreciables del falso Mesías.
Esperemos que ojala, algún día, la justicia opere con diligencia en contra de todos los intereses oscuros que el señor Uribe representa.
Eso que describe es cierto, en la medida en que los medios sirvan de caja de resonancia a cada palabra o trino que ese individuo pronuncie. Denunciar, repetir hasta obtener resultados positivos, cada delito cometido por este delincuente, exigir que la justicia cumpla su responsabilidad ante la sociedad de juzgarlo, eso sí debemos todos hacer, pero abstenernos de repetir cual loros cada despotricada, del nefasto.