Estamos a tiempo de detener el fundamentalismo

Opina - Sociedad

2017-07-31

Estamos a tiempo de detener el fundamentalismo

Es normal que al hablar del fundamentalismo se vengan a nuestra mente personas degolladas, lapidadas o atentados terroristas. También muy común que al escuchar la misma palabra, aunque muchos sepamos que no es así, la relacionemos infaliblemente con musulmanes. No es para menos, a diario recibimos este tipo de información no solo de noticieros nacionales.

En estos reportes periodísticos, comúnmente se suele resaltar la religión de los autores (cuando son de procedencia árabe o islámica) aun cuando la motivación del acto no tenga un trasfondo religioso, lo que nos ha hecho creer que este es un fenómeno que padecen sociedades islámicas o por los menos es característico de ellas, que sufren réplicas las sociedades europeas por ser las más próximas, y que «gracias a dios» estamos a miles de kilómetros de distancia de esa barbarie y atraso religioso.

Pero desafortunadamente, fundamentalismo no significa terrorismo o tortura física, si buscamos su significado encontramos que se refiere simplemente a corrientes que promueven la interpretación literal de textos sagrados o fundacionales, o bien la aplicación intransigente y estricta de una doctrina o práctica establecida.

Por lo que considera un determinado libro, como autoridad máxima, ante la cual ninguna otra autoridad puede invocarse y la cual incluso debería imponerse sobre las leyes de las sociedades. De aquí entendemos ya que tanto las torturas físicas como el terrorismo no son más que un, que un fundamentalista no se limita exclusivamente a ellos, y es mucho más importante entender, que tampoco es un fenómeno del cual estamos lejos, por el contrario estamos inmerso en él y cada día sigue creciendo entre la indiferencia o imperceptibilidad.

Que hayan desaparecido las cruzadas, los tribunales de la santa inquisición o que católicos y protestantes hayan dejado de matarse, no quiere decir como muchos piensan que el fundamentalismo en los cristianos haya desaparecido, por lo menos no en Colombia, donde lo empezamos a padecer, quizá nuevamente.

Ahora bien, encuentro muy acertado al filósofo Umberto Eco, por lo menos para el caso colombiano cuando dice que el fundamentalismo cristiano predomina en los ambientes protestantes, y explica que al caracterizarse por la decisión de interpretar literalmente las escrituras, es necesario que puedan ser interpretadas libremente por el creyente y en eso consiste el protestantismo, no siendo así en los católicos donde por supuesto la interpretación viene dictada desde el vaticano.

Furio Colombo en su libro El Dios De América (Il Dio d’America, título original) comenta que la religión ingresó a la política de Estados Unidos aproximadamente en 1979 en la campaña Carter vs Reagan, donde el conjunto de sectas fundamentalistas se alineó con el segundo y éste les correspondió acentuando su posición religiosa, por ejemplo, nombró jueces antiaborto en el Tribunal Supremo; y en contraprestación a Reagan los fundamentalistas apoyaron todas las posiciones de la derecha en cosas que hoy quizá nos parecen absurdas, como por ejemplo, oponerse a la asistencia médica y peor aún a través de sus predicadores más fanáticos apoyar la política belicista, donde promulgaron el holocausto atómico como algo necesario para derrotar el mal.

Es evidente que la realidad colombiana se apega a esto, puesto que son los protestantes quienes mantienen al día de hoy –sutilmente algunos- una línea belicista, no del tamaño de promulgar un holocausto nuclear pero sí para promulgar el fratricidio entre colombianos como una solución viable. Muchos pensaran que hago una exageración, pero qué más se podría decir de un líder religioso que tergiversa versículos bíblicos a tal punto de convertir al presidente en el anticristo.

Colombo agrega que si bien es verdad que en el pasado los fundamentalistas se oponían a los católicos, ahora los católicos, y no solo en Estados Unidos, se van acercando cada vez más a las posiciones de los fundamentalistas, caso concreto de sectores católicos de la derecha de nuestro país, que han pasado de defender directamente sus políticas retardatarias a camuflarlas con el fundamentalismo que hoy pasa casi que desapercibido. Por ejemplo la oposición al acuerdo de paz, puesto que se ve menos retardatario si en lugar de uno decir que se opone a un acuerdo de paz, se está es en defensa de la familia, en contra de la implantación del socialismo ateo marxista que prohíba en un futuro promulgar el credo cristiano, o a la imposición una agenda LGBT que haga homosexual al país.

Cierto es y afortunados somos, en que en nuestro país no hemos llegado a los horrores extremistas que se ven en el mundo islámico, pero si seguimos haciéndonos los de la vista gorda, no será extraño que cuando pongamos la vista en el problema, el antídoto tenga que ser tristemente violento.

Ahora, no quiero decir que debemos correr a sacar a todos los cristianos y demás creyentes de la política, ni más faltaba, lo que quiero decir es que estamos a tiempo de evitar caer en un encierro donde no se pueda dimensionar la política dentro de parámetros fundamentalistas y que todo aquel que piense por fuera de estos sea atacado y quizá castigado como un hereje o un blasfemo.

 

Moises Anaya Villadiego
Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas - Universidad De Cartagena