Sin lugar a dudas el 27 de junio de 2017 quedará en la memoria de quienes creemos en un país mejor, como el día en que una parte de la sociedad silenció sus fusiles para siempre.
Esa misma parte de la sociedad que hace 53 años se vio obligada adentrarse en los montes, muchos de ellos para siempre y hasta el fin de sus días, luchando por unos ideales que lentamente se fueron desvaneciendo por el camino, y se fueron prostituyendo por prácticas tan reprobables como el narcotráfico, el secuestro a civiles y actos terroristas.
Esa parte de la sociedad que desde la comodidad de nuestras casas criticamos y por quienes tantas veces reclamamos la más severa de las justicias, hoy está diciéndole adiós a las armas y a estas prácticas que deben ser proscritas y desterradas para siempre de nuestra cultura y de nuestra civilización.
A partir de ahora dejan de sonar 7132 fusiles para darle espacio en los campos al trinar de los pájaros y a los sonidos de los vientos.
Está renaciendo la esperanza de ver los cielos llenos de los algodones de las nubes y no repletos de los humos hostigantes de los plomos recién disparados.
Por primera vez, aunque la paz esté lejos de ser perfecta, podemos sentir de cerca la ilusión de darle un país a nuestros hijos mejor, al menos un poco mejor, del que nos tocó a nosotros.
Sin saberlo, tenemos el privilegio de vivir este momento histórico, el más histórico de todos los momentos de los que tenga memoria esta sociedad reventada; tenemos ante nuestros ojos las imágenes en vivo y en directo de una esperanza por siempre esquiva y lejana.
Sin pedirlo, se nos está regalando una oportunidad que muchos se empeñan en negar de facto, pretendiendo opacar una alegría que debería cuando menos unirnos bajo un mismo anhelo.
Por esto, es tan triste ver a personajes cuya estatura histórica no está a la altura del momento que vivimos. Seres tan empecinados en la perpetuación de la guerra, acudiendo a todo tipo de argucias y mentiras para convencer a un pueblo confundido por los horrores del conflicto, desconociendo su propia responsabilidad y sus propias culpas en un enfrentamiento incesante por décadas, en el que ellos mismos mucha culpa han tenido.
Encontrarse con los discursos anacrónicos de los señores de la guerra, nos demuestra que aún queda todo por hacer, y que en nosotros mismos está el no dejarnos arrebatar la ilusión que por primera vez tenemos al alcance de nuestras manos.
Es verdad de Perogrullo que nada, absolutamente nada, satisfará la sed de venganza de estos tiranos vendedores de humo, que prometen a gritos volver trizas, no solo los acuerdos de La Habana, sino el futuro de todo un país.
Ya los escuchamos reclamando más armas, más municiones, más caletas, más dineros escondidos. Vociferan que 7132 armas son muy pocas, que ellos estiman que son muchas más. Si entregasen 15.000 saldrán a decir que Montesinos les vendió 50.000 y si entregasen 50.000 alguna patraña se inventarán para reclamar que son 100.000.
No existe fuente que alcance a saciar la sed de sangre de estos indeseables, que ejecutan sin recato los mismos actos de barbarie que ellos mismos condenan.
No digo con esto que no pueda ni deba haber reparos ni observaciones en un proceso tan complejo como el que vivimos.
Una de las mayores bondades que puede regalarle a una sociedad la democracia es la pluralidad y la aceptación de diferentes puntos de vista con respecto a una misma realidad de un país diverso.
Entender que una sociedad no debe ni puede verse en blanco y negro, sino comprender que existe una extensa gama de grises que conforman el gran prisma que es un solo país bajo una misma bandera.
Que existan diversas opiniones con respecto a un tema en el que tenemos como sociedad que hacer tantas concesiones es perfectamente plausible y alentador, siempre y cuando no existan en estos, intentos sesgados y mezquinos por manipular y tergiversar la opinión pública.
Sin embargo, habla muy mal de nuestra madurez colectiva, que un tema tan noble como lo es la paz y el fin de una guerra que ha dejado millones de muertos y desplazados, polarice y divida a todo un país, partiendo en dos a una sociedad que merece por fin la oportunidad de vivir unida.
Seguirán hablando y vociferando los caballeros oscuros con olor a azufre y plomo caliente. Se seguirán quejando incesantemente porque el tiempo de su daga ha expirado. Seguirán inventando cuanta falacia acuse una oportunidad de apagar esta llama que se ha encendido en la oscuridad.
Pero el peso de la ilusión de un país en paz deberá ser mayor que estos mezquinos intentos, para darle paso de una vez y para siempre a la esperanza.
Bienvenida sea la Paz.