El próximo 26 de junio, los españoles están llamados a acudir a las urnas por segunda vez en menos de un año para unas elecciones generales que, según todas las encuestas, arrojarán un resultado muy similar al del pasado 20 de diciembre. Cuatro partidos, el derechista Partido Popular, PP; el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español, PSOE; el izquierdista radical Podemos y el centroderechista Ciudadanos, se encontrarán en la obligación de buscar una alianza de gobierno porque ninguno tendrá mayoría suficiente para gobernar en solitario. Si no se consigue esa alianza no se debe descartar una tercera convocatoria a las urnas,
La novedad de la actual situación política española consiste en la aparición de dos partidos, Podemos y Ciudadanos, que han venido a disputar el electorado en lo que fue coto exclusivo del PP y PSOE. Estas dos últimas formaciones, lastradas por graves episodios de corrupción, están pagando sus errores con dos partidos jóvenes que las llevan por la calle de la amargura. Entre ambas perdieron casi cinco millones y medio de votantes. El PP perdió 63 diputados en las elecciones de diciembre y el PSOE 20 en una cámara de 350 miembros, y ahora, si quieren gobernar dependerán de lo que decidan Podemos y Ciudadanos tras esta nueva convocatoria electoral. Pero la cosa no resulta tan sencilla.
En la lógica política al uso el PSOE, un partido de izquierda, podría aliarse con Podemos, que también es de izquierda; y el PP, un partido de derecha, podría aliarse con Ciudadanos, un partido de centro derecha. En otra parte del mundo, no en España. Ya una vez después de las elecciones de diciembre tuvieron oportunidad de hacer alianzas de gobierno y no lograron, no se ve muy claro cómo o por qué lo iban a conseguir esta vez.
La primera hipótesis (alianza PSOE-Podemos), sería inviable por la lucha fratricida que existe en ese bando ideológico, ya que Podemos tiene la vocación de comerse el terreno de lo que fue tradicionalmente la izquierda en España, el PSOE. Y en la segunda hipótesis (alianza PP-Ciudadanos), podrían no llegar a alcanzar juntos un número de parlamentarios suficientes para tener la mayoría de la cámara (176 diputados); además el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, dice que no quiere saber de alianzas con el PP mientras este partido mantenga a su líder, Mariano Rajoy.
En este panorama el fenómeno más interesante es la irrupción de Podemos que, con menos de dos años de vida hoy podría ser el segundo partido en número de votantes, y quizá también en puestos en el Congreso. Y es interesante no solo por esto sino por los elementos de polémica que ha traído a la vida política española. En primer lugar, es curioso su nacimiento en el seno de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, como respuesta a las políticas de la Unión Europea para la crisis económica.
El nacimiento de Podemos en España coincide también con el movimiento que surgió de las manifestaciones ciudadanas el 15 de mayo de 2011, en protesta por las medidas de ajuste económico que empobrecieron a la clase media y rescataron a la banca privada, entre otras cosas. Sin embargo, no todo fue tan espontáneo en el surgimiento de esta formación política.
Podemos, además de fenómeno político, es un fenómeno televisivo. Su líder, Pablo Iglesias, pasó de ser analista político en tertulias televisivas a aspirante a la presidencia del gobierno de España. Dado el poder que teóricamente tiene el gobierno del Partido Popular en los canales de televisión, la conclusión que sacan algunos es que el PP, o sea, Mariano Rajoy, aupó el nacimiento de Podemos para debilitar al Partido Socialista. Pero se creció el monstruo y ahora no sabe cómo detenerlo.
Al margen de las consideraciones éticas o estéticas del asunto, la operación de Rajoy en ese sentido resultó correcta. Hoy el líder del PSOE, Pedro Sánchez, es de los cuatro dirigentes políticos principales, el que se encuentra en mayores problemas, entre otras cosas porque puede pasar a la historia como el político que dejó perder al histórico partido en España la hegemonía de la izquierda. Y esto es quizá lo más grave de todo este embrollo.
El Partido Socialista Obrero Español, PSOE, ha jugado un papel fundamental en la transformación y modernización de España en los últimos treinta años. En sus manos ha estado la entrada en Europa, en la moneda única y en operaciones de política interna que han requerido consenso con el gran partido de la derecha. El último ejemplo la abdicación del Rey Juan Carlos.
Si las encuestas no se equivocan, la izquierda socialdemócrata dará paso a la hegemonía de una coalición llamada Unidos Podemos en la que el partido de Pablo Iglesias ya se comió al viejo partido Comunista que hasta hace unos días ha estado agitando banderas con la hoz y el martillo como si estuviera en el siglo pasado, que pregona la ruptura con Europa y la salida del euro. Más inquietante aún, la hegemonía de la izquierda en España queda en manos de Podemos, un partido cuyo financiamiento inicial fue puesto por el gobierno de Venezuela.
Los vínculos de Podemos con el gobierno de Hugo Chávez son públicos y notorios, por más que sus dirigentes se empeñen ahora en negarlos. Internet y sitios como Youtube están inundados de evidencias de esos vínculos por más que Iglesias y sus compañeros posen ahora de socialdemócratas. Pero en donde es más peligrosa la presencia de Podemos en la vida española es en lo que se refiere a la unidad de España. Podemos aboga por la autodeterminación, léase posibilidad de independizarse de territorios como Cataluña o el País Vasco, si una mayoría de sus habitantes lo decide y esa es la línea roja que el PSOE no está dispuesto a traspasar, eso es lo que ha impedido después de las últimas elecciones una coalición de izquierda para formar gobierno.
Un viejo militante socialista me decía en estos días en tono amargo y acaso aceptando resignado que Podemos se convertirá en el gran partido de la izquierda española: “En Podemos hay odio, hay mucho odio”. ¿Por qué? No es fácil responderlo. España ha sido desde la Guerra Civil de 1936 a 1939, un país excéntrico en el sentido que ese término implica estar fuera del centro, tener un centro diferente. Aquí se cuestionan permanentemente los símbolos que implican unidad, como una bandera común o un himno nacional, y los nacionalismos agitan constantemente el fantasma del separatismo.
Hay en los españoles un cierto espíritu anárquico que ya durante la Guerra Civil jugó un papel importante. Para un observador imparcial resulta muy chocante comprobar que el espíritu guerracivilista pervive después de tantos años en la sociedad española, y resulta sorprendente que un líder político como Pablo Iglesias, cuyo desaliño es toda una declaración de principios, un hombre nacido tres años después de la muerte de Francisco Franco, agite el espíritu de un abuelo muerto en aquella contienda fratricida. Igual que hizo el socialista José Luis Rodríguez Zapatero durante sus ocho años de gobierno.
El rey Felipe VI, cuyo papel está muy limitado por la Constitución, deberá encargar la formación de Gobierno a uno de los cuatro líderes de los grandes partidos españoles después de que los votantes les digan en las urnas que deberán ponerse de acuerdo, que el tiempo de partidos mayoritarios pasó a la historia. Y si no lo logran tampoco esta vez, habrá una tercera convocatoria electoral. O Felipe, igual que hizo su padre durante el golpe de Estado de 1981, tomará una decisión histórica. Podría encargar el gobierno a una personalidad independiente, al margen de los cuatro grandes líderes, cosa que le permite la Constitución, por más remota que aparezca hoy una opción semejante.
Publicada el: 24 Jun de 2016