Ya que mis redes sociales personales –personales, hagamos énfasis en eso-, se han convertido en el vehículo para que muchos lectores de este portal contra argumenten mis ideas basados en mi forma de ser y mi personalidad y no justamente en mis posturas –lo que constituiría un verdadero ejercicio de debate a la altura-, quise aprovechar esa herramienta para hacer una encuesta pública a mis amigos y conocidos acerca de qué pensaban sobre dar limosna.
Insté a mis contactos a que me dieran su opinión acerca de dar o no dar dinero a las personas en la calle (niños, ancianos, personas que limpian parabrisas en los semáforos o venden dulces, personas que cantan en buses o reparten imágenes de divinidades, entre otros) ya que yo doy dinero casi que sin reparo alguno, esa ha sido mi ética personal desde hace mucho tiempo y mensualmente destino un porcentaje poco significativo de mis entradas económicas para todo aquel que me brinde un show o me limpie el parabrisas mientras espero que cambie el semáforo (e incluso a los que sólo me piden y no me ofrecen nada a cambio); sin embargo, en reiteradas ocasiones he sido acusado por mis propios amigos de promover la mediocridad, de motivar a que esas personas consuman drogas o alcohol o que simplemente no salgan adelante.
Entre más de cincuenta comentarios que me llegaron al respecto en la misma publicación y en mensajes posteriores de amigos y no amigos, pude detectar que en la mayoría de los casos las personas que apoyaron sí dar dinero, lo hicieron con un condicionante. Los condicionantes eran diversos: algunos argumentaron que si la persona ofrecía un servicio (limpiar el parabrisas, dar un show de malabares, cantar, etc.) sí merecía el dinero, si no, no. Los que no apoyaban dar dinero en la calle me ofrecieron argumentos –algunos que comparto y otros que no-, que en su mayoría hacían referencia a promover la indigencia, que si pidiendo les va bien no se van a esforzar por salir de esa situación o que nunca sabremos si quien pide es un vividor o no y podemos estar siendo engañados.
Como vemos, en ambas posturas hay una fuerte presencia de juicios propios y es absolutamente comprensible, ya que dar o no dar dinero es una decisión enteramente personal y no es una obligación. No obstante, quedé con la inquietud acerca de si dar o no dar debe siempre depender de lo que yo considere que va a pasar con eso que yo doy. Quiero hacerme entender con el siguiente ejemplo: si una anciana me pide dinero para comer pero a la final no lo hace y en lugar de eso se compra una blusa, ¿fue mi deber prever que ella se iba a comprar una blusa con mi dinero en vez de comer? La que mintió fue ella, no yo, porque yo cumplí con darle confiando en su palabra.
A diario vemos ejemplos iguales: ¿le doy dinero a un joven de mi misma edad para que se drogue o no lo hago? ¿Y yo por qué tengo potestad de definir qué está bien o qué está mal para él? ¿Por qué lo obligo a insertarse en mis propios paradigmas acerca de lo negativo de las drogas además asumiendo que eso es lo que hará?
El debate se pone aún más álgido cuando se trata de niños. Ha habido algunas historias en las que se asegura que no todos los niños que piden dinero en las calles lo necesitan realmente o que son usados por sus padres o redes de tráfico de niños para obtener dinero por medio de la limosna. Ahora bien, ¿cómo detectar quién sí y quién no? ¿Es peor darles –y posiblemente seguir alimentando esas redes maquiavélicas-, o no darles y que por unos, paguen los que sí necesitan ayuda? Creo que esa es una decisión, de nuevo, muy personal, porque es cierto que si todos compartiéramos el no dar limosna entonces ese tipo de redes no existirían.
Sin embargo, no puedo dejar de apuntar que no todos los niños tienen oportunidad de acceder a la educación, que no en todos los hogares pueden mantener a un niño mientras va a la escuela y no produzca, por lo que la limosna se convierte en su trabajo para poder alimentar a su madre o incluso su familia. Por esa razón discrepo con quienes me han juzgado por darle a los niños: yo sé que ellos deberían estar en la escuela, pero no en todas las ocasiones este sistema lo permite, menos aún en un país como Colombia.
Una humanidad amigable es una humanidad generosa ¿o el camino es perpetuar la indiferencia frente a las necesidades del otro?
Ciertamente a diario podemos ser engañados por muchas personas que nos piden dinero en la calle, sin embargo, estoy convencido de que mi deber es dar en cuanto tenga las posibilidades de hacerlo y ya es responsabilidad de quien recibe el hacer o no lo que dijo con ello.
Podemos estar o no de acuerdo con la gente que pide dinero o con sus motivos, puede disgustarnos que nos pidan dinero, podemos estar inconformes con que este sistema avale la existencia de los que tienen mucho y los que tienen poco o nada, pero el hecho de compartir con otros lo que yo tengo, así sea en una porción mínima, no debería despertar nuestros juicios para justificar una negativa pues finalmente, dar una limosna no se trata de imponer nuestra visión acerca de qué sería lo mejor o lo ideal para los otros.
Me gusta cómo escribe: es tan simple, tan maduro, tan franco siendo casi inocente a la vez.
Y sí, opino exactamente lo mismo, sólo tengo fe en que esa persona hará algo bueno con el dinero que le doy. Si veo que está siendo sincero, le doy algo incluso si no está haciendo algo a cambio por mí, aunque nunca se sabe.
Muchas veces quien da limosna no lo hace para la calma de quien la recibe sino para su propia calma espiritual y no sentirse culpable del hecho de que hay personas en esa condición. Creo que es mucho mejor una acción que lleve a erradicar esa serie de prácticas. La limosna no es tanto para quien la recibe sino para quien la da.
Totalmente de acuerdo contigo. Mientras tenga la oportunidad de aportar lo hago, y no sólo dinero puede necesitar una persona, también ropa, comida, un mercado, etc. Es querer ayudar y pensar en el otro y que Dios también nos muestre a quién ayudar y quién realmente nos necesita. Muy lindo artículo y continúa en tu postura porque no todos hoy en día conservan su sensibilidad ante esta dura realidad.
Buenos días.
Bien, yo por principio siempre doy lismosna, ayuda o como se llame, sin detenerme a pensar que hace la persona con el dinero, o si me engaña o no. No es mi reponsabilidad. Actúo de buena fe ayudando a alguien que aparentemente lo necesita.
No niego que varias veces he sido engañada en mi buena fe pero, repito, no es responsabilidad mia.
Claro está que cuando estoy segura que la contribución es para droga o alcohol me niego a dar.
Pero a veces es muy difícil saber quien miente y quien no.
Yo me acojo al viejo adagio popular, has el bien y no mires a quien. Algún día puede ser mis hijos o yo misma que lo pueda necesitar y alguien me tienda la mano.