Diariamente veo en mi página de inicio de Facebook que la gente publica videos violentos. Son comunes los clips en donde madres o padres golpean sin piedad a sus hijos, o donde hay torturas a otros seres humanos. Me lleno de impotencia, de malestar, no entiendo el contexto de la situación y me pregunto qué pudo ser tan malo para que alguien merezca eso. De hecho, son muchas las personas que por medio de comentarios justifican cualquier mal: siempre aparecen los o las defensoras de los atracadores que son expuestos en redes sociales, ¿robaron por necesidad? de los niños que son golpeados, ¿qué tan malo pudo hacer el niño como para hacerlo sangrar?, abogan por que, aun sabiendo que esas personas que ven hicieron algo malo, no creen que lo hecho deba ser compensado de esas maneras a mano de los demás. ¿Cómo un padre puede desesperarse tanto con un hijo para desear su muerte? Ese tipo de realidades han estado presentes a lo largo de nuestra historia, pese a las múltiples creencias que existen sobre seres superiores y divinidades que crearon y dirigen nuestro mundo. Reflexionando un poco sobre los lados más oscuros de nuestra realidad social, sorprendido me encuentro con que en muchas ocasiones los designios divinos parecen ser una mímesis de ello. ¿Acaso aplica en la mirada de un padre misericordioso el famoso dicho de ojo por ojo, diente por diente? Parece ser que sí…
Durante siglos a occidente le han vendido la idea de un Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, como un ser absoluto, bondadoso, lleno de amor y de paz. Sin embargo, también durante años hemos sido testigos de una existencia humana manchada por el odio, la venganza, la guerra, el desamor y la intolerancia. Hemos sido el escenario de toda ausencia de misericordia. ¿Cómo puede llamarse amor al odio? ¿Cómo puede llamarse amor a la venganza? ¿Cómo puede llamarse amor a la necesidad de demostrar poder y superioridad? Lo que muchos fieles a la religión no han entendido es que ser hijo no debería significar ser un esclavo o sirviente, sino más bien ser parte de la familia. ¿Acaso Dios no puede transformar en vez de destruir? ¿No puede enseñar en vez de reprender? Lo más lamentable es que si Dios supuestamente es el único creador de todas las cosas, sólo él pudo haber sido el creador del infierno ¿necesitó de un lugar así para generar el bien tras el mal?
Muchas veces he expresado mis ideas en público y quienes siguen determinadas religiones me han respondido que Dios transforma a quienes están dispuestos a abrir su corazón a él. Sin embargo, me sigo preguntando por qué un padre todopoderoso no puede transformar la mente de aquel que quiere hacer el mal, porque pese a que por libre albedrío le permita hacer lo que desee, ¿qué sentido tiene permitirlo cuando vendrá un castigo para él luego de eso? ¿no resulta más fácil la ecuación evitándolo? Para ser más claro, volvamos al ejemplo de los padres que golpean a sus hijos hasta matarlos: ¿detendría usted la escena si tuviera el poder de hacerlo? Bueno, aunque en su caso no es su hijo al que estén golpeando, ¿qué tipo de ética y justicia pondría usted a dialogar para detener o no ese violento acto? O mejor: si usted tuviera poderes mentales para hacer que ese padre cambie su ira por amor, ¿lo haría? Dios entonces debería leer esta columna y responder a éstas preguntas.
La falacia del libre albedrío viene a destaparse en el momento en que nos han dicho que tenemos la libertad de decidir; sin embargo esa decisión está condicionada por un asunto circunstancial: si estás conmigo subes y si no, bajas ¿qué espectro de decisión neutral puede existir allí? No hay libre albedrío cuando sabes que si tomas el camino diferente, serás castigado, y es que si no obedeces a la Biblia, simplemente irás al infierno. Ahora, el ejemplo es más claro cuando nos imaginamos la siguiente escena: un niño pide permiso para salir a jugar con sus amigos, la madre le dice que no, el niño insiste, la madre con rabia le responde que puede hacer lo que quiera, y el niño sabe que si finalmente sale, así su madre le haya dicho que “podía hacer lo que quisiera”, será castigado. El niño se resigna para evitar el castigo, no porque de verdad no quiera salir a jugar ¿tiene acaso otra opción?
El castigo divino se ha vuelto todo un paradigma de control social, mediante el cual las personas y grupos se han alineado en nombre de un Dios que dicta qué está bien y qué está mal, en un paraíso que él mismo creó.
Su creación, por tanto, no ha sido pensada para servir al bien, sino para demostrar qué tan mala puede llegar a ser ésta y qué tan poderoso puede ser el castigo por ello. Si hemos sido hechos a imagen y semejanza de nuestro Dios padre, ¿qué tan malo puede llegar a ser él? Bueno, con desastres naturales, pobreza extrema, holocaustos, etc. hemos podido comprobarlo. La cultura del miedo, finalmente, ha sido funcional incluso en las más desastrosas dictaduras en la historia del hombre. Y es que Semana Santa es, literalmente, el periodo espacio-tiempo que representa una cultura que ha reprimido durante años la libertad de expresión, la libertad de ser y de sentir, y que ha suprimido todo ánimo de proponer nuevas formas de concebir el mundo. No es para menos: el ojo que todo lo ve de un padre vengativo hace que todos temamos ser castigados. El temor al infierno se ha convertido en el mecanismo que, durante años, ha gobernado Occidente.
Con felicidad, con ánimo de restaurar la Fe, con escepticismo o con indiferencia, todos vemos cómo la llamada semana mayor se impone una vez más, en pleno siglo XXI, para recordarnos que el catolicismo sigue siendo una de las religiones más poderosas del planeta, y para ponernos a pensar sobre lo, posiblemente, atrasados que aún estamos en el tiempo. Sin embargo, la religión y las religiones deben ser tan respetadas como la ciencia o como cualquier otra empresa, corrientes que nos muestran su verdad y que finalmente, gracias al “libre albedrío”, cada uno de nosotros tiene la libertad de escoger cuál seguir.