Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
No nos llamemos a engaños, no vamos a cambiar. Al menos no en Colombia. Eso de que nos abrazaremos o de que seremos distintos parece que solo era un discurso para consolarnos entre todos en medio de la pandemia, una ilusión.
O qué tal el asunto ese de que reinventémonos, rehagámonos, resignifiquémonos. ¡Bah! Discursos, porque en el fondo, muchos de los que dicen esas cosas tampoco están dispuestos a hacerlas. No pueden, porque más en el fondo, el ser humano es lo que es y punto.
Los cambios son difíciles de llevar a cabo si no hay introspección, si no hay un verdadero compromiso para hacerlos, si no se asumen las palabras como elementos propicios para una transformación real.
No es más sino ver a varios que hablan del tema para entender que son palabras nada más las que pronuncian. Por ejemplo: ¿a quién se le ocurre decir que vamos a ser mejores cuando quieren embolatarle la prima de mitad de año a los trabajadores?
¿A quién se le puede venir a la cabeza que alguien se va a reinventar cuando hablan de modificar los acuerdos de paz o de destruir la JEP? ¿O cuando recurren a la solidaridad de la gente, pero olvidan al Chocó, al Amazonas, al Atlántico o a varias regiones más del país que todos los días en los noticieros se ven en la absoluta miseria y en el peor abandono?
Se pregunta uno, sabiendo que no hay respuestas, qué es lo que llaman ser mejores. Quizás ese mejoramiento sea para los de siempre, para los que quieren volver añicos lo que queda de paz, para los que sueñan con llenar sus arcas a costillas de los pobres o para aquellos que son felices persiguiendo a los que no piensan igual.
Porque en el país de las persecuciones y de los señalamientos estamos. Aquí no se respetan periodistas, ni médicos, ni profesores. Aquí no se respeta si alguien piensa de algún modo porque llueven los moralistas y los adoradores hipócritas de Dios a insultarlo. Dios no es así, digo yo.
Y qué tal el cuento de la virtualidad. Muchos se estrenaron con eso y les quedó grande. Terminaron haciendo supuestas clases o reuniones virtuales pensando que eso significaba poner trabajos a diestra y siniestra, o echando discursos, palabrerías a través de una cámara web, para luego dizque calificar a los estudiantes o a los teletrabajadores. ¡Háganme el favor! La evaluación es otra cosa, ella es un proceso, no un número o una letra.
O no vayamos tan lejos. ¿Cómo es posible que dizque reinventémonos cuando, a punta de improperios de unos y de otros en el Congreso, se pretende legislar, claro, sin ir a trabajar, porque ellos sí tienen que quedarse en casa y otros no?
Aquí el asunto es para echarse la bendición porque si no hay más casos de COVID-19 es porque Dios es grande. Pero cómo no va a haber más casos, claro que los hay. Pasa que no se hacen las pruebas suficientes o se permite, o mejor, se obliga a la gente a salir de sus casas porque no hay con qué comer. Las ayudas han llegado, no hay que negarlo, pero no a todos ni a los que deben ser, de lo contrario, es posible que mucha gente no llevara la contraria ni violara la cuarentena.
Pero bueno, cuál cuarentena si eso ya se acabó desde hace rato. Parece que están esperando un rebrote de la pandemia para volver a decir que hay que guardarnos otra vez. Obviamente, antes había que hacer caso a los gremios y a los empresarios y reabrir todo, no fuera que de pronto el presidente se pusiera bravo, pero el presidente de verdad, no el encargado.
¿No vieron que cuando se reunió con los negociantes del fútbol para que rapidito se diera la orden al encargado de que se reactivara —rapidito también— el campeonato, a los pocos días salió el pobre ministro del Deporte a decir que sí, que claro? Pobrecito. Parece que no tiene voz ni voto, parece que solo recibe órdenes del encargado quien a su vez, parece, las recibe del idolatrado.
¿Cómo va uno a ser distinto y a reinventarse en un país que aborrece la diferencia? No es posible. Aquí le ponen zancadilla a los derechos de los pobres. Toca con tutelas hacerlos valer. Tutelas para la salud, tutelas para la justicia, tutelas para la educación y tutelas para el trabajo es lo que les toca interponer a esos ignorados por todos estos sectores.
No se puede ser nuevo ni abrazar a los demás ni pensar en un nuevo mundo o en una nueva normalidad. Cómo, si se ve que seguiremos igual o peor que antes. La política sigue siendo el mismo lodazal; la educación, ahí va sobreviviendo: rezagada, lenta, mucha en el siglo XIX; la salud, pasando los peores momentos, al igual que el empleo y que los empleados de varios campos que, temerosos, ven en peligro sus puestos.
Pero mientras tanto los bancos, las empresas de servicios públicos o de telefonía celular, los poderosos, los que mandan, riéndose de los demás, sin tapabocas y sin distanciamiento social. Ellos no lo necesitan, siempre han estado alejados de la gente.
Es una verdadera bufonada eso de decir que vamos a resistir. Pues claro. Nos toca. Y nos toca a todos seguir aguantando gobiernos indolentes, banqueros ventajosos, políticos embaucadores, medios amañados y en la estratosfera —que defienden a los que no deberían defender—, militares y policías que deshonran sus valerosas instituciones, ratas que se comen los mercados de los pobres, justicieros vengadores, comentaristas que, desde sus casas, piden aperturas económicas, pero salen corriendo a pedir que haya cuarentenas más estrictas cuando empiezan a ver que los números de contagiados por la COVID-19 crecen como espuma.
Pero bueno, ahí están unos contentos con los militares gringos que están llegando al país con autorización del encargado, que, al parecer, pasó por encima de la Constitución. Quizás ellos nos den la posibilidad de ser mejores, de pronto ellos nos enseñan cómo su presidente ha manejado la pandemia. O cómo ha apoyado a la OMS o, tal vez, nos digan cómo es que Sam se ha vuelto un ejemplo de civilización ultramoderna que es capaz de contar 100 000 muertos por una enfermedad mal tratada. Más de los que perdieron la vida en Corea, Vietnam o en la Guerra del Golfo.
El país, este país que tenemos, no va a dejar de ser del tercer mundo aunque la amenaza de muerte recaiga sobre la globalización. Colombia seguirá siendo ese país arribista que segrega, que discrimina, que mata por las diferencias, que arrodilla a los pobres y pone en un altar a los pudientes.
Colombia —a no ser que pase algo, o alguien—, por desgracia, será igual, con pandemia o sin ella. Cada día con más desigualdades, cada día con más trabas para las cosas, cada vez con mayores obstáculos para lograr mayor equidad. Pertenecer a la Ocde no es ser un país desarrollado, no crean en embustes, porque el desarrollo, si realmente se quiere tener, tendrá que pasar por reformar el capitalismo salvaje y aquí no se reformará, por el contrario, se endurecerá.
En últimas, el ser humano es una utopía mal hecha. Una distopía, una encarnación de lo inhumano, de lo absurdo, de lo grotesco. Los eruditos seguirán siendo incontrovertibles; los legos, olvidados. No vamos a cambiar, todo era un chiste, una mera ilusión.
Adenda: La cuarentena “inteligente” ni es inteligente ni es cuarentena. Si con restricciones mayores salió todo el mundo a las calles, calculen los que irán a salir y a reabrir negocios ahora. Lo inteligente era dar ese paso luego de que se llegara al pico de contagios. Que Dios nos coja confesados.
Fotografía: cortesía de Camilo Moreno.
«Los cambios son difíciles de llevar a cabo si no hay introspección, .. » eso es manada de Hipócritas vs manada de miedosos que todo lo aceptan ……
Bamos Vien, como siempre…. que lastima el pueblo Colombiano está sumido en la porqueriza de los Ricos y no hace NADA