Basta ver los trinos de los usuarios que apoyan el sí y los usuarios que apoyan el no para hacer una radiografía de lo que pasa en el país. Una aparente división que se cierne sobre personas (o tuiteros, para el caso) adoctrinadas, que se atrincheran en sus perfiles para detonar lacónicos improperios sobre su contraparte.
La argumentación y el respeto por el otro son virtudes desgastadas. La polarización de los últimos tiempos ha lacerado la mesura y el raciocinio, ambas cualidades necesarias para conseguir una mejor sociedad, y para lograr el gran paso que como colombianos debemos meditar. La sevicia verbal con que disparan algunos sus trinos son hechos preocupantes, máxime si se considera que dichas ofensas provienen de personas que dicen ser abanderados de la paz.
Pero es dable que eso que se ve en las redes sociales sea consecuencia de la forma en que los políticos colombianos desarrollan sus contiendas. Es sino recordar las querellas más recientes en las elecciones locales. Candidatos, que hoy son gobernadores, preferían sumir su discurso en argumentos ad hominem, el caso de Peñalosa y Óscar Iván Zuluaga son ilustres, antes que en discutir en controversia democrática. Y los medios, ¡los mediadores!, creería uno, caían en la misma dinámica. Y en lugar de zanjar la chismorrería en aras de suscitar la argumentación, aumentaban el fuego con titulares llamativos y eso que en las academias llaman periodismo de declaraciones. Tan fácil y tan rentable.
El mismo día en que las tendencias eran #MisRazonesParaVotarSi y #SaberDecirNo, en Twitter nos avisaban que había otro grupo de usuarios que se divertía despotricando con el #IvanMejiaExComentarista. Y uno, que trata de buscar un gris, no sabe qué pensar. No sabe qué pensar porque es positivo que una herramienta como la de los trinos permita expresarse, pero a su vez es negativo que dichas manifestaciones se reduzcan al estallido de tergiversaciones, lugares comunes y difamaciones. No sabe qué pensar porque las personas que deberían liderar el sosiego, prefieren seguir esa línea facilista y nefasta para una democracia que busca ampliar su espectro político. No sabe qué pensar porque esta es la sociedad que se supone dará el paso al perdón, la reconciliación y, quién lo creyera, la paz.
Vale la pena insistir en la propuesta de Santos: darle altura al debate. Vale la pena actuar conforme a ese verbo: debatir. Vale la pena que antes de irse lanza en ristre en contra de alguien que no es de nuestro a fines, pensemos en que para lograr que lo imposible sea posible se necesita cambiar el plomo por el aplomo.
Se supone que eso es lo que buscamos. Pero para lograrlo debemos dejar las suposiciones. No es fácil. No cuando quienes propugnan por el no suelen utilizar el engaño como estrategia política. Debemos hacerle el quite a dicha tendencia con expresiones sensatas y enunciaciones que le devuelvan el poder a la argumentación.
Decía Mark Twain que “es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados”. Pero es que no se trata de engañar, se trata de persuadir.