Columnista:
Juan Camilo Parra
En su libro Sobre la fotografía, Susan Sontag afirma lo siguiente: «La fotografía implica que sabemos algo del mundo si lo aceptamos tal como la cámara lo registra». La autora norteamericana no alcanzó a conocer lo significativas que serían las redes sociales y su función en tiempo real para generar denuncias, señalamientos, juicios y también, reconocimientos y desilusiones. Esto nos permite pensar que a dos meses del paro nacional todavía hay quienes dudan de lo que está sucediendo en las calles. Nuestras redes sociales están inundadas de videos, fotos, artículos, imágenes que exponen el día a día. Sin embargo, a muchos esto no les es significativo porque eso que está ante sus ojos es un invento, algo desproporcionado, este país y su fuerza pública no son así.
La realidad no puede convertirse en algo subjetivo. Esto no se trata de tu verdad y mi verdad porque sencillamente hay una verdad que, aunque a muchos no les guste es universal. Por ejemplo, no podemos pensar que, porque yo no conozca la violencia intrafamiliar no quiere decir que esta no exista. No podemos afirmar que al no conocer de cerca un abuso policial este no existe. Tampoco, ignorar el hecho de que, al ser heterosexual, niegue rotundamente la presencia y existencia de otro tipo de orientación sexual. De la misma forma con la economía. El país se va cayendo por el pozo sin fondo de la indiferencia e ignorancia.
Si ante sus ojos tiene la realidad, tiene un fragmento de esa realidad que se muestra a partir de un vídeo o una imagen, usted no es que no entienda, es que le vale cinco la vida del otro y en ese orden, no hay forma alguna para que pueda ayudar al cambio. En otro momento comenta la escritora norteamericana: «El vasto catálogo fotográfico de la miseria y la injusticia en el mundo entero le ha dado a cada cual determinada familiaridad con lo atroz». Mi reacción ante lo que estoy viendo es la respuesta de mi comprensión del mundo que habito. Para muchos es fácil criticar porque no están en la primera línea, porque creen que esto es un asunto de vándalos o de la izquierda, prefieren seguir viendo a blanco y negro y no entrar a una reflexión profunda sobre el presente y el futuro. Las comodidades inmediatas nos tienen perdidos.
El problema más profundo a la indiferencia es que ya las imágenes del horror nos parecen normales y entonces, nuestra normalidad es nuestro diario vivir y eso hace que no haya una profundidad sobre lo que sucede. La enfermedad por la cual padecen algunos es la de no inmutarse por lo que tienen al frente y eso solo sucede por la falta de análisis y distanciamiento de mi propia existencia para acobijar la de los demás.
¿De quién es la culpa? Podemos señalar a la escuela, pues nuestro primer objetivo a atacar es la educación escolar sin tener en cuenta que esta es una malformación de la falta de recursos y el poco compromiso, seriedad y respeto que se le tiene desde todos los sectores. Luego podemos culpar al gobierno, pero cada gobierno tiene su propio culpable. También juzgar a los padres y a la sociedad cargándolos de culpa al afirmar que nadie fue capaz de llenar las falencias que hoy en día nos tiene al borde de la miseria. Pero se les olvida que somos la construcción de esa sociedad que odiamos; es decir, criticamos lo que somos desde la distancia.
En Colombia todos tienen la culpa menos yo. El futuro de nuestro país está ante nuestros ojos, en cada imagen, en cada vídeo, en cada post que aparece en las redes y que pasamos a tal velocidad que detenernos en eso es una pérdida de tiempo, mejor paso al vídeo gracioso o a los influenciadores que poco o nada están aportando a este caos. ¿Cómo se puede solucionar tal problema? Bajarle un poco a la intensidad de una vida guiada por el querer demostrar, aparentar, ganar sin el mínimo esfuerzo. Borrar de la mente ese afán por buscar la fama y la gloria, por el enriquecimiento fácil y poder vivir la vida soñada. El asunto está, que estos arribismos nos pueden llevar a que luego de encontrar lo anhelado, nos olvidemos de lo que hemos pasado y así llegar a lo que alguna vez odiamos.