Columnista:
Gyhid Jeswen Rojas Cardozo
En un país al revés los medios de comunicación desinforman a sus ciudadanos, los civiles se protegen de la Policía —que debería defenderlos—, los gobernantes ignoran a sus ciudadanos, se legisla en favor de las empresas, se subsidian terratenientes y no a campesinos, se defienden las estatuas y se tumban las jóvenes vidas. En un país donde el gris es la mayor expresión de arte, donde la diferencia se paga con pena de muerte, donde los bloques enviados para reconstruir Providencia son de cocaína, era de esperarse que ya ni los colores tuvieran el mismo significado.
Un país en el que quienes se oponen a las marchas, lo hacen para frenarlas, barren los CAI mientras acusan a las escuelas de ser centros de adoctrinamiento guerrillero y convocan los bailes con agentes del Esmad entre tanto le gritan «delincuente» a un grupo de músicos que apoyan ideas diferentes a las de ellos, donde se les pide a las víctimas que se escondan y se callen, a menos que vayan a pedir perdón a sus victimarios.
En este país, reclamar por una injusticia es lo mismo que gritar «soy comunista» y ponerse una soga, al mejor estilo de las cacerías de brujas en la Edad Media. Es un lugar en el que se ponen recompensas para saber quién rompe un vidrio, pero se dilatan las investigaciones de desaparecidos, la misma nación en la que quienes quieren ser ricos lo consiguen con su mente (porque el pobre es pobre solo porque quiere), es el mismo en el que la educación y la salud no son derechos humanos esenciales, pero trabajar como esclavo sí.
En este país no hay escudo ni presidente, el blanco no es símbolo de paz, sino de plomo. Desde la década del 90 en Colombia se ha expandido el término de «gente de bien», para hacer una diferenciación social, económica, cultural, política y últimamente artística. Si bien inicialmente era una forma de demostrar una «ventaja» económica con el paso del tiempo se le han sumado cada vez más características en las que se destaca el uso de una camiseta de color blanco, aunque hay otros accesorios, como una camioneta del mismo color o un sombrero vueltiao, pero son opcionales, sin embargo, es esta primera particularidad la que ha cambiado el sentido de los colores en Colombia.
Una característica básica para la gente de bien es siempre apoyar las instituciones y los políticos tradicionales ignorando los abusos del poder político y policial, los escándalos de corrupción, el narcotráfico o delitos como la violación, el asesinato indiscriminado y el desplazamiento forzado, escudándose en que son ellos quienes pueden realizar estos actos de forma legal. Este mismo apoyo ha ido avanzando a tal punto que eliminan grafitis cuya muestra es con base en las problemáticas sociales (tapando el sol con un dedo); lo más alarmante, algunos salen a la calle a dispararle a manifestantes apoyando a la Policía al mejor estilo de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Debido a su vestimenta, pero sobre todo el actuar en el país al revés mucha «gente de bien» se olvida de cumplir las leyes solo para defender sus comodidades, pequeños lujos y las instituciones que les proveen ventajas dejando el blanco como el color que representa la indiferencia y apatía por el otro. Ya es hora de que se pare la queja y la hipocresía de lo apátrida de quienes protestan por poner la bandera de Colombia al contrario cuando todo lo que sucede al interior está más confuso e inverso que la misma bandera.