Columnista:
Germán Ayala Osorio
Lentamente va llegando a su fin la administración de Iván Duque Márquez y se acerca un escenario electoral en el que confluyen las aspiraciones de aquellos que suelen instalarse en las dos perspectivas dominantes con las que hoy se piensa el futuro inmediato de Colombia: la primera, la de aquellos que, como parte estructural de la élite tradicional del establecimiento, desean, esperan y harán todo lo que esté a su alcance, para mantener la histórica operación de un orden inviable e insostenible, que es la fuente de las inequidades, la violencia estructural y las sistémicas formas de exclusión, estigmatización y persecución de aquellos que, instalados en la segunda perspectiva, se atreven públicamente a proponer cambios sustanciales en las maneras como viene operando el Estado y el régimen político. En esa segunda y diametralmente distinta perspectiva, sobreviven quienes insisten en que es posible desmontar las estructuras mafiosas y proscribir el ethos mafioso que los miembros más notables de la primera, lograron naturalizar en las formas de operación del Estado, de la sociedad y del mercado.
Unos, buscan a los operadores políticos y a las figuras presidenciables que les aseguren el camino para mantener todas esas circunstancias que convergen en eso que bien podríamos llamar un estado de cosas inconstitucional; y los otros, por el contrario, buscan a otros políticos y candidatos, para darle a esta adolorida nación un giro de 180 grados que permita sacudir y echar al suelo a las poderosas rémoras que desangran el erario o succionan sin cesar la teta pública.
Y en medio de esas dos perspectivas, juegan aquellos que, conscientes de lo aberrantes que son esas prácticas mafiosas (corrupción pública y privada) no se atreven a cuestionarlas de fondo, porque de alguna manera guardan simpatías con aquellos que volvieron tradición robar, capturar la institucionalidad estatal y continuar con un histórico sometimiento de la naturaleza, de sus ecosistemas y de todas aquellas ontologías divergentes y proclives a consolidar procesos comunitarios que chocan con las aspiraciones y los proyectos individuales-empresariales que insisten en promover un desarrollo insostenible desde una mirada sistémica.
Mientras el cínico y obsecuente Iván Duque Márquez se prepara para dejar la Casa de Nari y buscar refugio en la siempre acomodada historia oficial, muchos de los que hacen parte de la primera perspectiva tratan de tomar distancia del Centro Democrático, pues reconocen que esa secta deviene debilitada en su imagen y que es la fuente generadora del estado de cosas inconstitucional que soportan, desde el 2002, con estoicismo millones de colombianos.
Escucho en la radio que se unen exgobernadores dizque para tomar distancia de una discutible y por qué no inexistente polarización política, para ubicarse en medio de las dos señaladas perspectivas. En ese lugar confluyen los tibios (Fajardo y otros) que, a pesar de que ya fungieron como rémoras de lo público, suelen venderse ante la opinión pública, en particular la menos calificada, como los salvadores y redentores, cuando todos sabemos de dónde vienen y, sobre todo, qué han hecho, dejado de hacer y con quiénes transaron.
Ojalá Duque entienda que está obligado a tomar el mismo camino que decidió recorrer Belisario Betancur Cuartas. Este último, como todos sabemos, abandonó la vida pública (política), quizás obligado por el peso moral del Holocausto del Palacio de Justicia, del que es, en parte, responsable. Y es que Iván Duque deberá llevar sobre sus hombros no solo el haberse prestado para jugar a ser presidente, sino por haberse burlado del país como lo viene haciendo con su ya natural impudor. En su jueguito de cuatro años, Duque no logró ocultar quién es aquel que tomó las grandes decisiones. El mismo que seguirá tomándolas hasta el 7 de agosto de 2022.
Dadas las circunstancias contextuales, expresadas estas en la captura que el uribismo logró consolidar del Ministerio Público, de la Fiscalía, de la Registraduría y de una parte de la justicia, más los miedos inoculados por la prensa oficial por la fuerza de las figuras que buscan provocar ese giro de 180 grados, lo más probable es que a la Casa de Nari llegue un huésped cercano a la línea del medio o, quizás, arribe un operador político de la señalada primera perspectiva. Es decir, en el 2022, en Colombia todo cambiará, para que todo siga igual, como hace 211 años. #Ojoconel2022. ¡Ajúa!