Autora: Hernando Bonilla Gómez
Los resultados de los comicios del pasado domingo son una alerta para el partido de Gobierno y el presidente Iván Duque. Con gran repercusión, los candidatos uribistas perdieron las alcaldías de Bogotá, Medellín y Cali, y la Gobernación de Antioquia, entre muchos otros cargos uninominales de elección popular.
Aunque Uribe reconoció la derrota, señaló que la lucha por la democracia no tiene fin. Es decir que tenemos que seguir aguantándonoslo en el corto plazo, mientras replantea y recompone su estrategia para tratar de asegurar el triunfo de otro candidato que le permita seguir gobernando en cuerpo ajeno.
Pero no la va a tener fácil el Centro Democrático. Los partidos políticos tradicionales salieron golpeados en las urnas y podría decirse que los grandes triunfadores en estas elecciones fueron el centro, los independientes y las coaliciones, mientras los extremos, tanto de derecha como de izquierda, fueron castigados por la ciudadanía.
De otro lado, si bien el desgaste de Uribe, la impopularidad y el mal Gobierno de Duque influyeron decisivamente en la estruendosa caída de la agrupación política uribista en las elecciones regionales, preocupa que esa manera ineficiente e ineficaz de gobernar del primer mandatario se vea afectada, tanto peor, con ocasión de los resultados de las elecciones que muestran la pérdida de credibilidad del electorado en el partido de Gobierno, lo que tendrá efectos en los consensos que necesita garantizar el presidente en el Congreso de la República para cumplir con sus propuestas, políticas y programas.
El estrepitoso fracaso en las elecciones afianzará mucho más el uribismo al Gobierno, en la búsqueda de un nuevo reconocimiento que le permita recuperar el terreno perdido en materia de liderazgo a nivel nacional, con miras a las elecciones de 2022, lo que hará que Duque continúe atado con más intensidad a la ideología y doctrinas de su mentor, sin ninguna posibilidad de acabar esa simbiosis y que se genere un cambio en la forma de gobernar, siendo evidente también que el presidente, cada vez más solo en relación con los otros partidos, movimientos y nuevas fuerzas políticas, necesite de Uribe y el Centro Democrático para seguir manteniendo su mediocre gobierno, lo que acentuará el capitalismo salvaje y la derechización en nuestro país.
Para contrarrestar los abusos del Estado que eventualmente ocurran con ocasión de lo anterior, se cuenta con la herramienta de la movilización social. El descontento de las clases medias y bajas con el modelo neoliberal que aumenta la desigualdad en Latinoamérica, donde se privilegia el crecimiento económico frente al bienestar del pueblo, ha dado lugar a explosiones sociales que deberían ser motivo de alarma para el Gobierno Nacional.
Pero es evidente que al presidente no le interesa el malestar de la sociedad cuando, luego de la declaratoria de inexequibilidad de la Ley de Financiamiento por la Corte Constitucional, le solicita al Congreso que la vuelva a aprobar tal cual la presentó el año pasado, para mantener, según él, el crecimiento económico por encima del 3%.
De esta forma, estaría conservando las mismas exenciones y reducciones graduales en el impuesto de renta hasta el 30% para las empresas, es decir, beneficiando a los que más deben tributar en el país, en desmedro de las condiciones de las clases menos favorecidas, gravándolas y acabando progresivamente los subsidios y exenciones establecidas para estas.
A pesar de la desidia del Gobierno, no se debe subestimar la fuerza de la movilización social. El ejemplo reciente lo tenemos en Chile y Ecuador: cuando la sociedad no resiste más la opresión se rebela y reclama por sus derechos y bienestar, y obtiene resultados.
En nuestro país, los estudiantes a través de la protesta y la movilización lograron sentar a la ministra de Educación y acordar, el año pasado, para levantar el paro, una inversión en educación, que reclamaron, exigieron y lograron, de 4.5 billones de pesos para los próximos cuatro años.
Es decir, que sí es posible lograr cambios y conquistas sociales a través de las movilizaciones, como mecanismos de expresión y participación popular en cualquier Estado democrático.
Entienden ahora ¿por qué la tendencia a reprimir y criminalizar la protesta social y el afán por reglamentarla?, ¿autoritarismo?
Foto cortesía de: KienyKe
No sé si la relación entre gobierno y Uribismo se puede clasificar como simbiótica, yo opino que es parasitaria, dando por entendido que el organismo mayor es el gobierno.