Columnista:
Félix J. Valera Botero
Existe una enorme brecha entre la realidad y la percepción del poder, la visión que tenemos de los personajes que comúnmente llamamos “grandes” (presidentes de empresas, de Estado, líderes políticos, jefes militares, entre otros.) no es lo mismo al llevarlo a la práctica, ellos no tienen más que una limitadísima capacidad de emplear recursos, de movilizar personas y hacer que las cosas sucedan. Digamos que es una atribución que realizamos los de abajo, los que no podemos palpar ese poder directamente, vamos creando un espectro inmenso de un poder inexistente, incluso los que disponen del conocimiento y pueden tener contacto directo con el poder —el verdadero poder— demuestran y atribuyen a estos «personajes» mucho más poder con el que en realidad cuentan.
Es esa brecha entre el verdadero poder y lo que esperamos de nuestras autoridades lo que causa la desestabilización de un gobierno y las situaciones más difíciles que puede soportar cualquier jefe de Estado o autoridad local. El poder —el verdadero poder— es fascinante y atractivo según los que lo han tenido, hasta que lo obtienen. Hay un enorme espacio entre el poder supuesto y el poder real, el primero es el que te imaginas y por el que trabajan los lideres por obtener, que en medio de discursos y propuestas utópicas quieren disfrutar, y el segundo, el que de verdad obtienen cuando logran sus objetivos: un poder maniatado, limitado e insulso.
Los poderosos tienen cada vez mayores limitaciones para ejercer el poder, que sin duda alguna poseen; el poder es cada vez más débil, transitorio y limitado. Con lo anterior no me atrevo a decir que en la sociedad no existan demasiadas personas e instituciones con un poder infinito, es una realidad indiscutible, también es cierto, pero no tan visible, que el poder se está volviendo más fugaz.
Esa capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo está sufriendo una transformación, una dispersión. Grandes actores, como los gobernantes, los empresarios, el ejército, en fin, es enfrentan a nuevos contrincantes. Algo sorprendente e inesperado es que son mucho más pequeños tanto en tamaño como en recursos, pero algo que no juega a favor de los que detentan el poder es que cada vez más, es menos lo que pueden hacer con el. Es por ello por lo que traemos a colación el poder que atesoran los medios de comunicación, las redes sociales y el Internet. Debemos tener clara nuestra comprensión de las grandes fuerzas que están cambiando la forma de adquirir, usar, conservar y perder el poder.
El balón está jugando en otra cancha, pues son los equipos pequeños los que clasifican a un mundial. El poder pasó de los que tienen la fuerza bruta a los que poseen el conocimiento, de los viejos gigantes empresarios a los pequeños emprendedores ágiles y dinámicos, de hombres a mujeres, de viejos a jóvenes. Aún están en la batalla los grandes empresarios, los Estados, los partidos políticos, los movimientos sociales e instituciones. Entre ellos, mantienen una rivalidad y una tensión por el poder (como históricamente ha sido el orden), pero se hallan tras un poder, que al fin y al cabo ya perdió su eficacia.