Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
¿Qué gana usted con depositar un voto por el político de su preferencia? ¿Qué ganan los periodistas y otros profesionales al sufragar por uno u otro candidato? ¿Qué ganan los políticos al pedir casi de rodillas que voten por ellos? ¿Qué recibe a cambio un ciudadano por ir a hacer cola un domingo a una mesa de votación para marcar una x por una persona que ni conoce?
Tal vez la gente no se ha hecho estas preguntas y muchos dirán, con la utopía en su mente, que es con el voto como se cambia el país, y sí, sin duda, eso es cierto, ¿pero en realidad, van a cambiar el país estos candidatos que tenemos? ¿Hay un candidato que logre al unísono un apoyo popular que le dé las garantías suficientes para gobernar?
Vamos por partes. Los de la derecha ofrecen más de lo mismo, y peor: nada que tenga que ver con un diálogo franco y abierto sobre las drogas, la lucha fracasada contra ellas es lo que ofrecen. No a la despenalización total del aborto (aunque ya vayan perdiendo la partida con la Corte Constitucional). No al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela y ni un asomo de una Colombia distinta que le dé a la comunidad internacional la idea de que el país puede salir de este circo en el que el gobierno Duque ha vuelto las relaciones internacionales.
Los autodenominados de centro siguieron en sus peleas internas tras haberse desatado la de Troya con la imprudente y arrogante Íngrid Betancourt. Las diferencias entre Gaviria y Fajardo salieron más a la luz pública luego de acusarse mutuamente de tener investigaciones o de poner en tela de juicio sus respectivas honorabilidades. ¿Qué ofrecen? ¿Disputas y envidias; resquemores y dudas entre sí? ¿No hay acaso en esa coalición más de lo mismo también? Robledo es un extremo, solo generaría una división muy profunda en el país, más de la que ya tenemos.
Fajardo es el de la derecha del centro. No dudaría en hacerle caso a Uribe de ser necesario. Él dice que no, pero no se le puede creer. Sus posturas melifluas y su falta de carácter, conocidos desde siempre, lo hacen manipulable y solo bastaría una orden del falso mesías para obedecer. Juan Manuel Galán y Alejandro Gaviria son los más aterrizados en ese grupo, han tenido propuestas concretas, y así gusten o no -de eso se encargan sus votantes-, se han arriesgado a decir cosas que podrían ser novedosas en el país.
Carlos Amaya es un hombre joven al que se podría augurar un buen futuro político, pero le falta. Eso de decir que hay que acabar con la Procuraduría fue un absurdo. Los entes de control son fundamentales y deben existir. Que Duque y su gobierno se hayan adueñado de ellos es otra cosa. Esos organismos requieren total independencia. Quizás lo correcto sería modificar la forma de elegir procurador, pero acabar la institución es un despropósito.
En los toldos de la izquierda el asunto tampoco es el mejor. Esa consulta es un chiste, Petro la tiene ganada desde que se inventaron eso del Pacto Histórico, y ha sido otro que, gusten o no –también sus electores lo determinarán-, ha propuesto cosas.
Lo que sucede es que todo lo que diga les genera miedo a muchos, aunque el mismo candidato se haya encargado de disipar esos temores. Petro es un gran candidato, un estratega, sus respuestas en el canal Caracol lo demostraron: no salirse de la OCDE y no cerrar el camino a la OTAN, por ejemplo, son jugadas maestras. De ahí a que lo cumpla, vaya uno a saber. De ahí a que vaya a ser un buen presidente, vaya uno a saber, pero al menos, como Galán y Gaviria proponen.
Camilo Romero es un gran candidato también. Serio, respetuoso, preparado, sereno y sensato, pero no es muy conocido en el país y no ganará ni la candidatura a la vicepresidencia que Petro ya le piensa ofrecer a otro distinto a los de su pacto. Arelis Urbiana y Francia Márquez son dos mujeres extraordinarias, luchadoras, sufridas, valientes, pero se han quedado en las quejas y en los reclamos. No es su tiempo aún.
Y, por último, en este recuento de lo que tenemos, está en ese grupo de izquierda, Alfredo Saade. Serio y coherente con sus posturas, ha sabido separar su religión de la política y ha dicho cosas interesantes como las pronunciadas en Caracol Radio: «… llamamos a la reconciliación nacional, los empresarios son pieza fundamental para que el país avance. Nosotros queremos al empresario que crea empleo y bienestar», pero tampoco obtendrá nada. Petro quizás lo tenga en cuenta, si gana, en algún cargo del que habrá que enterarse.
Dos candidatos fijos: Rodolfo Hernández. Populista y con un carácter que no es recomendable para la primera magistratura de la nación, pero a la gente le gustan los chafarotes. Ojo con él, porque si pasa a segunda vuelta y recibe la bendición de Uribe, puede ganar. Así es Colombia. El otro es Luis Pérez Gutiérrez, un político de los de siempre, bastante cuestionado, también con vínculos uribistas y con grandes lastres que no lo han podido abandonar.
¿Con este panorama, estamos realmente ad portas de un país diferente? ¿Son las propuestas, de los que realmente proponen, las que necesita Colombia? La actuación del elegido lo dirá; y en las urnas, el ciudadano de a pie lo decidirá.
Pero volvamos a lo inicial. Pregúntense qué ganan ustedes con el voto. Los que lo venden, pues ya se sabe: tamales, tejas o miles de millones de pesos. Pero el honesto, el que obra a consciencia y con rectitud a la hora de sufragar, ¿qué? El valor del voto para ese ciudadano probo radica en que tiene la autoridad moral para exigir, para reclamarle a su elegido, para protestarle si no le cumple.
El valor inmenso de un voto estudiado, analizado y a consciencia, es precisamente tener la consciencia limpia. Es poder hablar, discutir y discrepar con solvencia sobre lo que se quiso elegir y sobre lo que no, y por qué. Es poder confrontarle con seriedad y dignidad a un gobierno cuando se equivoque, cuando incumpla, cuando engañe.
Esos que protestan sin haber votado, sin haber leído alguna vez algo de los que no eligieron o de los que creen que son sus verdugos, sin conocer realmente qué han hecho y qué no, carecen de cualquier potestad para hacerlo.
A los periodistas y a otros profesionales debería interesales que la razón de ser de su profesión, o sea la gente (porque en todas las profesiones el motor de su proceder debe ser el ser humano) —y su mismo oficio—, se vea favorecida. Pero el asunto no es tan fácil. En los medios, por ejemplo, la pauta cuenta, la platica importa, porque son negocios como cualquier otro, entonces se la juegan por el que más dividendos les produzca a la postre el elegido.
El ciudadano del común, los gremios, la prensa, las asociaciones ganan cuando sus demandas son escuchadas, atendidas y solucionadas. Por eso una gran mayoría, una inmensa mayoría, es fundamental para que el nuevo presidente tenga ese mandato y esa responsabilidad con sus electores. Por eso hay que elegir al mejor, no al más bonito. Y hay que elegirlo con la razón y no con la emoción ni el fanatismo. Pero la abstención siempre gana. Es hora de derrotarla también.
Ahora bien, ¿qué es lo que gana un político cuando votan por él? Si no es elegido, al menos la reposición de votos, o sea dinero contante y sonante, muchas veces y en muchas ocasiones, más de lo que invirtió en su campaña. Ese es un negocio también. Ahí tenemos varios casos en donde se pueden observar campañas multimillonarias al Congreso y a la presidencia sin posibilidad alguna de que esos millones sean recuperados con los salarios de congresista o de presidente. ¿Por qué invierten tanto entonces para salir elegidos? Ah, bueno, detrás del poder hay otras cosas también muy conocidas…
Si salen elegidos, poder y más poder, prebendas, lujos y honores. Lo que hay que preguntarse, como Echandía, es para qué ese poder. Esa es la pregunta del millón que deben hacerse interiormente todos los votantes. ¿El poder que le van a otorgar a un ciudadano para que los gobierne es merecido, lo manejará bien, hará lo que la nación necesita? Las respuestas las tienen ustedes.
Pero el que definitivamente debe ganar es el país. Un cambio es perentorio, un gobierno diferente es urgente. Vox populi, vox Dei. Ya veremos.
Adenda. Para el Congreso de la República hay también muy buenos candidatos. Es cuestión de revisar muy bien quiénes son, qué han hecho y quiénes los rodean. Lástima que en algunos casos toque votar por listas cerradas en donde se mezclan los buenos con los malos. Siguen existiendo los saltimbanquis y payasos que quieren ir al Capitolio a hacer el ridículo. Ya con muchos de los que terminan es suficiente de «osos» y de vergüenzas. Unos congresistas diferentes, que piensen en la gente y no en ellos, también es fundamental. Ojo con esos votos.
Para los que se informan es un buen Articulo, para los que leen buscar mas Profundidad, para los Periodistas un Buen Analisis de como se escribe sin ser un Mago, solo la Verdad sin intereses.
Recomendado !!!!!