El valor de no decir estupideces

Opina - Cultura

2016-06-02

El valor de no decir estupideces

“Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles. Le han dado derecho de hablar a legiones de idiotas» La sentencia, así de contundente, la pronunció el filósofo italiano Umberto Eco, unos meses antes de su muerte. Esa legión de imbéciles no se hizo esperar y vació con su podredumbre los chats y foros donde apareció la noticia.

Como la ignorancia es atrevida, entre los muchos insultos que le lanzaron a Eco, como rayos, no faltó aquel que con brillante juicio dijo: “Y quién se cree ese imbécil (ya el imbécil era Eco) pa’ venirnos a decir qué podemos decir o no. Cada quién que opine lo que le dé la gana. Para eso existe la libertad de expresión”.

¿Que quién se creía Eco? Seguro un hombre con vida vivida y la suficiente filosofía en la cabeza para pronunciar tal acusación. No sólo hablaba el gran novelista y ensayista que era, sino, más importante, un genio de la argumentación y de la palabra, uno de los grandes lingüistas y semiólogos del siglo XX. Seguramente, a Eco no se le movió un pelo de su ya escasa cabellera, seguro no leyó ninguno de esos insultos, pues su tiempo no era el de las redes sociales; pero claro es que había traído al escenario público, una vez más, la nunca acabada polémica sobre quién o quiénes y a razón de qué tienen derecho a opinar.

He escuchado y leído a quienes dicen que este nuevo poder de opinar por todo y de todo, que se le ha concedido al ciudadano moderno, sobre todo en las redes sociales, se parece mucho al ágora griega; pero, como en chisme de pasillo, a ese cuento le falta un pedazo. Si bien el ágora (que viene del griego agieren que significa reunir) era la plaza en la que se reunía la asamblea de todos los ciudadanos, ocurre que, en esa Grecia de la Antigüedad, no cualquiera era ciudadano y, aun así, el ejercicio responsable de opinar (la doxa, como le decían los griegos a la opinión) era todo un arte en cuya perfección se podía ir una existencia.

Nuestro querido y mil veces nombrado Platón, quien por lo demás creía sólamente en el gobierno de los sabios (Ah, encartado que estaría Platón por estos días), menospreciaba la opinión corriente: esa del vulgo, como la de usted lector o la mía. El filósofo griego prefería la regla de que únicamente los sabios deberían opinar.

Aristóteles, que como casi todo alumno era un poco más liberal al maestro, decía que sólo deberían opinar los ciudadanos maduros. Pero, como todo lo de los griegos hay que entenderlo en su contexto, entonces habría que pensar que Aristóteles estaba hablando de la madurez kantiana, esa que consistiría en superar la minoría de edad, superar esa abultada ignorancia con la que andamos por la vida, antes de atrevernos a abrir la boca, sobre todo, en esta nueva plaza pública de la internet y las redes virtuales. 

Tendrían que pasar muchos siglos, muchas voces acalladas por el filo del cuchillo y de los amargos venenos, varias guerras y un par de revoluciones, antes de que las primeras cartas constitucionales le devolvieran a los ciudadanos el uso de la libre opinión.

Yo, gustoso, me acogería a una tiranía de la opinión que nos obligará a defender lo que, en esencia, constituye el valor de opinar, eso que algunos han dado en llamar la fuerza de los argumentos.

Pero para opinar de forma argumentada, para no andar por la vida diciendo bobadas, para salir de este basurero en que hemos convertido las redes sociales, tendríamos que ir otra vez a la madre filosofía y recuperar unas viejas enseñanzas.

En primer lugar, para argumentar hay que tener algo en la cabeza. El buen argumentador (sea falaz o no, esa es otra cuestión) es, ante todo, un buen lector. Debe ser, también lo creo, un buen viajero y un mejor observador de su tiempo. La opinión argumentada es, al mismo tiempo, una opinión informada, reflexiva, decantada, que se ha construido a partir de abandonar o refinar con esfuerzo muchas otras ideas, hasta formar el mejor juicio.

Imagen cortesía de El Espectador.

Imagen cortesía de El Espectador.

El mal común de quien opina tonterías es que, por ahí derecho, le disgusta pensar; entonces, su respuesta más común es que cada quien puede decir lo que le da la gana u otras frases pueriles como que todos los puntos de vista son importantes, que todo es muy respetable, que no hay ninguna verdad, o todo el mundo tiene la verdad; como si valiera lo mismo ese relativismo macabro donde vale lo mismo, en clave discursiva, defender la vida o celebrar la muerte.

Por otra parte, opinar requiere ciertas disposiciones de ánimo: En Colombia, por ejemplo, casi no conversamos, hablamos, a veces gritamos, alegamos, casi nunca discutimos, interrumpimos, al otro callamos. Insisto, no conversamos. Y para saber conversar y discutir, veremos, se requieren estas disposiciones iniciales: Saber escuchar (saber leer) y saber hacer preguntas bien intencionadas.

Como no sabemos leer y no entendemos lo que el lector o el interlocutor quiso decir, ni mucho menos qué quiso decir con lo que quiso decir, entonces pasamos directamente a la sorda opinión. Y, si el texto mueve nuestras fibras más sensibles, entonces gritamos, deliramos iracundos mediante el uso de frases erráticas, esquizoides, que ya no atentan contra la inteligencia, sino contra la integridad física y moral del adversario. Ante la fuerza de los argumentos, también asumimos, como arma de defensa, el silencio. Es aquello de mi opinión no vale, lo mío siempre es malo, no me interesa hablar. Quizá se trata de una pelea menos cruenta, pero triste para la construcción de sociedad.

Hace unos años, un internauta colombiano fue condenado a 18 meses de prisión por los delitos de injuria y calumnia, al tratar de “semejante rata” a la exgerente de una empresa de servicios públicos. No deberíamos condenar las palabras al destierro o el encierro, pero, quizá, como en los días de los Tribunales del amor de Leonor de Aquitania, tendríamos que proponer unos tribunales de la doxa, de la opinión, donde los mejores argumentos se expongan en el juicio de las ideas.

La opinión de los vencedores (como lo son los diálogos platónicos) debería ser alabada, reconocida y difundida entre todas las generaciones venideras. Entre tanto los necios vencidos en juicio, llevados por su imbecilidad como diría Eco, deberían ofrecernos, al menos, disculpas públicas por inundar el ciberespacio con su nadería y prometer el silencio hasta que puedan comprender el valor de opinar, de no decir estupideces.

 

( 12 ) Comentarios

  1. Que maravilla

  2. Después de leer estas líneas no sé si soy parte de la legión de imbéciles o puedo tener la facultad de opinar. Entre otras, ¿quién pone los parámetros para saber si uno puede o no opinar?
    De todos modos…yo opino que hay un gremio de intelectuales que no ha podido adaptarse a una nueva sociedad, una en la que nunca van a ser leídos por las nuevas generaciones porque tanta formalidad no les atrae. Admiro esas nuevas generaciones de no preparados para la crítica y la opinión, pero que sin embargo arrastran grandes públicos. Yo me he despojado de prejuicios y he visto sus opiniones, y no me he arrepentido.
    Uno de ellos decía: “YouTube es la nueva televisión” y tal vez los grandes canales que no atiendan este “visionario” podrían quedar fuera por no querer escuchar a este legionario.

  3. De ser así, opinar se convertiría en un ejercicio excluyente que debe ser ejercido quien ha tenido la oportunidad de leer, viajar, y elaborarse un criterio personal.

    No creo que se trate de silenciar a quien no cumpla con los tres requisitos anteriores, al fin y alcabo todos tenemos derecho a la libertad de expresión -o ese es al menos uno de los estándares de la democracia moderna-, sino de saber distinguir qué tipo de opiniones son constructivas (así no nos gusten) y cuáles son puro parloteo.

  4. Esquezoide es un trastorno de la personalidad, para diagnosticar esa Psicopatología se requieren varias condiciones. Entonces no se puede hablar genéricamente de «frases esquezoides» . Entre otras cosas, contradice lo que pretende señalar; la conducta esquizoide es asocial, distante , retraída.

    Y el escrito ubicada algunas personas, que son poco profundas en opinión de quien escribe, pero dan múltiples y desafortunados conceptos sin conocer los temas.

  5. A ver.

    Todo el mundo tiene derecho a opinar, a dar su opinión y a que se la respete, lo que no significa que se esté obligado a estar de acuerdo con ella. Lo que nadie tiene derecho es a imponer una opinión.

    Ningún sabio “de verdad sabio” debería despreciar de plano la opinión de alguien teóricamente “no-sabio” (sí, estoy contradiciendo a Platón, pero hay que recordar que ha pasado mucha agua bajo el puente desde los tiempos de los antiguos griegos). Ser sabio es mucho más que simplemente dominar tal o cual arte o ciencia.

    Otra cosa muy distinta, un concepto que el artículo parece mezclar sin problemas con “opinar”, es “argumentar”. Sí, señores, una cosa es tener una opinión sobre un tema y otra es tener argumentos para sostenerla.

    El problema de fondo no es si opinas con fundamento o si eres lo suficientemente “culto” como para argumentar tu postura, sino que, si con lo que haces o dices estás pasando a llevar al otro, si estás yendo más allá de esa libertad que termina dónde empieza la del otro.

    Es decir, es un asunto de “modales”, de esa educación que la da el adulto que fue responsable de ese “opinólogo”, amateur o profesional, cuando niño. Comprender el valor de una opinión es seña de madurez (real), de comprender que lo que hacemos o decimos, tiene consecuencias. Y para eso no se necesita ser sabio ni “letrado”, sólo, maduro.

    Saludos.

  6. ¡como imparten sus cápsulas de sabuduria!

  7. ReplyJuan Camilo Nieto

    La modernidad se le viene encima a todo el mundo, incluso a quienes creen estar mejor adaptados para vivirla.

    Hoy en día hablar de «libertad de expresión» es casi una ley de la comunicación virtual. Nos gusta engañarnos al pensar que ese es nuestro derecho más preciado a la hora de manifestar nuestras ideas.

    Pero el verdadero problema no es el autoengaño de creer que podemos decir lo que sea, escudados detrás de un derecho que ni siquiera entendemos, sino que las opiniones que escupimos tal vez no son tan relevantes o nutridas de sabiduría como pensamos.

    El verdadero problema es que ni siquiera nos detenemos a pensar (como solía hacerse antaño), en qué vamos a decir, cómo lo vamos a decir, por qué lo vamos a decir y si es necesario decirlo. Simplemente hundimos o tocamos las letras de nuestro teclado y construimos palabras, frases y opiniones simplistas.

    No culpo a Eco por pensar lo que pensaba, pues tenía toda la autoridad para pensarlo (y para decirlo), porque uno de los mayores engaños de la actualidad, como ya lo dije anteriormente, es pensar que el derecho a la libertad de expresión se trata de una licencia para decir lo que sea. Ni siquiera consideramos que la libertad es un concepto abstracto y ambiguo, y que la expresión escrita debe ser cultivada y perfeccionada a través del tiempo y la experiencia.

    Y es que la libertad de expresión es la ilusión de pensar que cualquier idea (por estúpida que sea), es digna de ser tenida en cuenta.

  8. Totalmente de acuerdo, el mundo era mejor cuando había menos «libertad dr expresión»

  9. Más allá de definir quien es o no lo suficientemente sabio para emitir una opinión, lo que deberíamos hacer es obligarnos y obligar a quienes opinan, a que toda afirmación cumpla al menos con dos requisitos:

    El primero es que las opiniones o afirmaciones deben poder sustentarse, y eso es algo que en las redes sociales no se demanda. Por eso encuentra uno comentarios que dicen «Santos es Castrochavista» y luego ve uno un número enorme de «likes» o «Rt», pero nadie hace preguntas indispensables como: ¿en que se fundamenta ud para afirmar tal cosa? ¿Que es el castrochavismo? ¿Como es que un presidente que defiende un modelo económico neoliberal es al mismo tiempo castrista, o chavista, o peor, los dos juntos a la vez?

    Toda afirmación debe sustentarse y es en la sustentación donde se podrían evidenciar las falencias y falacias argumentativas que harían «descartable» la afirmación mal sustentada. Como nos enseñaron en el colegio y como lo hacen aún en muchos países.

    El segundo criterio es que se deben asumir responsabilidades por la opinión emitida, tomándonos en serio algunas conductas que están penalizadas en países desarrollados. Cuando una persona miente deliberadamente con el fin de desinformar y obtener un beneficio de dicha desinformación, esto puede constituir una conducta punible, así como ocurre con la falsa publicidad.

    Para ponerlo en un ejemplo (de nuevo cercano al Uribismo y su fuerza de opinadores irresponsables que da mucha tela para cortar en esta materia) cuando un político, un funcionario público, un artista o un «seguidor» de cualquiera de los anteriores, miente deliberadamente afirmando que: «Si se aprueba el plebiscito habrá ideología de género en todos los colegios» o » Si se aprueba el plebiscito los medicamentos van a desaparecer como en Venezuela» estas afirmaciones de no ser sustentadas, podrían ser no solo descartadas, sino además, deberían ser etiquetadas como «afirmaciones engañosas» puesto que su objetivo es partir de una mentira para generar miedo en determinados sectores de la población (familia tradicional católica o cristiana y usuarios del sistema de salud) para favorecer la intención de votar en contra del plebiscito.

    Cualquiera debería tener la facultad, la confianza y el respaldo institucional para denunciar una afirmación en la cual pueda demostrarse que se parte de una mentira para intentar confundir, desinformar o manipular un voto. La afirmación denunciada debería ser revisada y si se encuentra que carece de fundamento concreto (en este caso sería que el texto del plebiscito en ningún caso plantea aspectos relacionados con la «ideología de género» o el desabastecimiento de medicamentos) la persona debería ser reconvenida, pidiéndole que retire su afirmación, explicando públicamente que debió hacerlo porque no tiene los fundamentos o pruebas para sostenerla.

    Es solo una idea que aporto, se que es difícil y no tiene que pasar con todos las opiniones emitidas, es decir, este procedimiento no aplicaría para quien plantee que dios no existe, o que el Tamal es una mierda, puesto que no se pueden someter a examen las creencias o los gustos y además con estas afirmaciones no se está obteniendo un beneficio particular. Que bueno sería que todo ciudadano tuviese claro que sus opiniones acarrean una responsabilidad, y por lo tanto, que no puede hacer afirmaciones falsas, tendenciosas y falaces con el objetivo de desacreditar una persona o manipular el voto de los demás. Así no exista una restricción legal, todos deberíamos poder señalar una afirmación de este tipo y descartarla públicamente cuando carezca de fundamento alguno; de lo contrario, seguiremos siendo un pueblo profundamente ignorante que asume como verdades, cientos de mentiras absurdas, solo porque en las redes las han repetido impunemente mil veces.

  10. El ser humano siempre opinara, siempre habrá opiniones estúpidas, eso es parte de la vida, uno debe tratar de excogitar para tener la certeza de estar cerca de la verdad y lo mas importante, tratar de lograr que el otro piense, excogite, para tener una opinión bien fundamentada, no importa que sea diferente a la nuestra, pero que sea bien fundamentada, eso no solo va a hacer de tu interlocutor una mejor persona, si no que te enriquecerá a ti con un argumento inteligente, que te obligue a replantear tus argumentos.

  11. Es tan sencillo entender las palabras de Umberto Eco.
    Todos tenemos la necesidad fisiológica de opinar, como tenemos también la necesidad fisiológica de defecar. Pero defecamos donde se debe: en el sanitario. No defecamos donde se nos ocurre. Lo mismo deberíamos hacer al opinar. Opinar donde se debe, cuando tenemos argumentos para opinar.
    Así de sencillo.

  12. Excelente artículo. Tal vez el problema esté en que para cada imbécil, la imbecilidad es su gran verdad… y no se da cuenta que es imbécil; para él es una bendición y para los demás un martirio. Conclusión: Tiene razón pero va preso.

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Julio César Orozco
Periodista sin oficio, abogado sin causa, filósofo por vocación, fotógrafo por afición, maestro en formación.