Columnista:
Germán Ayala Osorio
Dentro de los muchos efectos que deja el conflicto armado interno colombiano es la supresión o el debilitamiento de la condición civil, por cuenta de la excesiva exaltación y heroización de los actores armados, legales e ilegales. Durante largos 50 años, la prensa, los procesos de paz y los hechos bélicos más notorios y dolorosos expuestos en los medios masivos, coadyuvaron al fortalecimiento de procesos psicosociales colectivos e individuales, en los que los combatientes fueron encumbrados por diversas comunidades como salvadores y héroes a los cuales, por largo tiempo, se les rindió pleitesía.
La heroización de los guerreros convirtió al civil en un ser inferior y débil y por lo tanto, las masculinidades allí depositadas también sufrieron menoscabo. Y eso, en una sociedad patriarcal y machista, resulta inaceptable, especialmente para aquellos civiles con fuerte tendencia a parecerse a los combatientes, en particular a los que hacen parte de las fuerzas armadas. Hacen parte de estos civiles, oficiales de la reserva, exsoldados y expolicías que extrañan la vida castrense y las operaciones contraguerrillas. Se sabe de oficiales de la reserva del Ejército que suelen ser más arriesgados que los propios militares de carrera.
Durante la violenta represión que desató el Estado colombiano en contra de los manifestantes pacíficos que marcharon desde el primer día del paro nacional, emergieron en ciudades como Cali, grupos de civiles que, actuando bajo el síndrome del guerrero, salieron armados no tanto a respaldar a la Policía en las actividades de represión y contención, sino a remplazarlos en unos casos y en otros, a colaborar con acciones de «limpieza social».
Esos civiles, también conocidos como «gente de bien», son víctimas del síndrome del guerrero por cuanto no solo sienten una profunda admiración por militares, sino que han incorporado como parte de su mística, el odio a todo lo que huela a izquierda, y a todos aquellos que en algún momento decidan manifestarse en contra del uribismo o del régimen político. Lo curioso es que muchos de estos neoguerreros odian a la Policía y dudan de su profesionalismo. Eso sí, sienten una desmedida admiración por los militares, en particular por los grupos contraguerrilla del Ejército nacional.
La imagen del secretario de justicia y seguridad de Cali, Carlos Javier Soler, portando una pistola al cinto, se puede explicar a la luz del síndrome del guerrero. A pesar de hacer parte de la cara civil del Estado local, Soler participó del operativo del levantamiento del bloqueo en Puerto Resistencia o Puerto Rellena portando una pistola. La imagen y la presencia misma del funcionario manda un mensaje claro a los demás civiles que, como Soler, sienten un especial rechazo por las manifestaciones pacíficas y en particular, por los bloqueos de las vías; entendidos estos como medidas desesperadas por parte de grupos de jóvenes invisibilizados y violentados de muchas maneras por el Estado y la sociedad caleña.
Aunque quedó en evidencia un conflicto de clases en ciudades como Cali, también se puso de presente que existen grupos de hombres que no solo están dispuestos a matar a manifestantes, sino que se niegan rotundamente a aceptar menoscabo alguno de sus condiciones de civiles y de machos en razón a que una parte de la sociedad colombiana elevó al estatus de héroes a los miembros de las fuerzas armadas.
Asumidos los jóvenes y en general los civiles que salieron a marchar en contra del desastroso Gobierno de Iván Duque a la condición de enemigo interno y al infortunado y permitido crecimiento de las disidencias y del ELN, estos neoguerreros urbanos seguirán dispuestos a vivir sus propias películas de acción, actuando del lado de las fuerzas militares y de policía.
Rescatar la condición civil y proscribir la idea de que todo aquel que se considere hombre (macho), debe ser capaz de portar un arma al cinto, como los machos del viejo oeste americano o como los héroes criollos que nos dejó un largo conflicto armado interno, hace parte de los procesos de reconciliación y cambio cultural que debemos emprender en Colombia para consolidar escenarios de paz y convivencia.