Columnista:
Johana Orozco Ortiz
El más reciente suceso protagonizado por la Cancillería me genera recuerdos de estudiante. Soy egresada de la UPB y tuve la «fortuna» de vivir el escándalo generado por el código de vestuario que sacaron para nosotras, sí, solo para las mujeres. Me gusta llamarle fortuna porque me hizo dimensionar la cultura machista que seguimos teniendo, incluso estando en una academia de conocimientos (en ocasiones se da más ahí, porque sigue siendo un lugar en el que los hombres reclaman su poder de superioridad). Recuerdo que el objetivo del comunicado era evitar que usáramos faldas o escotes pronunciados, pues así no «desconcentraríamos a los hombres». Sí, ¿quién podría imaginar que nosotras nos vestimos de cierta manera porque nos gusta y no solo por llamar la atención de esos sujetos?
«Lo que se hace es negar los cuerpos para negarse a hablar de lo necesario: sexismo, abuso, acoso». Por el contrario, se enseña a los estudiantes «a ver a sus compañeras como un objeto de distracción» y no como personas con el mismo derecho a la educación que ellos. Tomado de La Unidiversidad.
Como país hemos demostrado que no estamos listos para muchas discusiones, como es el caso de las libertades que tenemos como seres humanos de escoger qué, cómo, cuándo y dónde decidimos expresar nuestra identidad. No, no estoy en contra de que puedan existir algunos códigos de vestuario, estoy en contra de las discriminaciones que salen a la luz con ellos. Esta discusión afecta a mujeres, personas trans, no binarias; siempre minorías. Si hablamos de hombres blancos y, que ostentan grandes cargos, este tema les es casi que irrelevante.
En otra esfera, hay que recordar que seguimos estando en un país en el que predomina la educación y los valores anclados a la religión, esa misma que siempre ha impuesto sus ojos en dictar leyes que le recuerdan a la mujer cómo vivir; por supuesto, la moda no ha escapado de esta situación. Siempre hemos estado relegadas a lo que los sacerdotes (hombres, valga la aclaración) consideran un proyecto de buena mujer.
Desde textos de los Corintios hasta condenas contra las actuaciones de Madonna, la Iglesia, casi desde sus inicios, ha centrado una gran parte de su labor a decidir y censurar cómo debían vestir las mujeres (pero rara vez los hombres) . Tomado de Vanity Fair.
Todo se nos junta en dos cosas: machismo y homofobia, dos cosas muy fuertes en los comportamientos religiosos que han sentado las bases de este país. Vuelvo a citar el artículo anterior porque define, con palabras exactas, lo dicho por los sacerdotes:
«Un vestido no puede llamarse decente si tiene un escote mayor a dos dedos por debajo de la concavidad del cuello, si no cubre los brazos por lo menos hasta el codo, y está cortado por encima de la rodilla», decía el papa Pío XI, el pontífice que lideró la lucha contra la ropa impúdica… (vuelve a hablar Pío XI) «La tela transparente es inapropiada, a no ser que lleve un forro por debajo», continuaba en uno de sus textos de 1928, «que los padres mantengan a sus hijas lejos de los juegos y concursos gimnásticos públicos; pero, si sus hijas son obligadas a asistir a dichas exhibiciones, que observen que van vestidas totalmente y de forma modesta. Que nunca permitan que sus hijas se pongan indumentaria impúdica». Tomado de Vanity Fair.
Miren la frase que hace alusión a los escotes, comparémosla con la de la Cancillería:
HOMBRES:
- «¿QUÉ ES FORMAL DE NEGOCIOS? (Hombre). Compuesta por un traje de diseño clásico completo, camisa de manga larga, corbata o corbatín (con chaleco y pañuelo si es de su elección), correa de cuero, zapatos clásicos y calcetines largos».
- «¿QUÉ ES CASUAL DE NEGOCIOS? (Hombre). Es una forma de vestir cómoda, sin perder la formalidad y mezcla prendas clásicas y formales».
- «Tipo de zapatos para hombre: (Formal de negocios). Oxford, botines, náuticos y mocasines».
MUJERES:
- «Look para MUJER (FORMAL DE NEGOCIOS). Está conformado por traje sastre de saco y falda, también puede ser pantalón o vestido completo con medias veladas. Evitar los escotes pronunciados y faldas cortas. Te sugerimos zapatos clásicos, zapatillas cerradas, de tacón o sin tacón, acordes con el vestido».
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«Mujer: Te aconsejamos utilizar un maquillaje discreto y natural, sin tonalidades muy fuertes. También te recomendamos accesorios pequeños, conservar un peinado sencillo, usar en las uñas colores discretos y evitar llevarlas demasiado largas».
- «¿QUÉ ES CASUAL DE NEGOCIOS? (Mujer). Está conformado por un vestido, falda, pantalón, dril oscuro y leggins (gruesos), acompañados por una camisa de manga corta, larga o tres cuartos con diferentes tipos de cuello. Es posible llevar suéter o saco, de cuello tortuga/redondo y un blazer o abrigo».
- «Mujer: No usar jeans ni pantalones rotos, con apliques, desteñidos o descaderados».
¿Notamos la diferencia? Miremos en el apartado de «¿QUÉ ES CASUAL DE NEGOCIOS (HOMBRE)», hay una preocupación por su comodidad, pero también por SU ELECCIÓN, ¿qué pasa cuando leemos el mismo apartado que corresponde a las mujeres?, viene en forma de CONSEJOS. ¿Por qué existen más prohibiciones? ¿Por qué en todas se aconseja faldas solo para ellas? ¿Qué hacen las personas no binarias y trans?, ¿no tienen cabida en ninguna parte?
No, el problema no está en los códigos de vestuario, sería genial que se crearan unos que permitieran que las personas puedan comprar menos ropa, puedan sentirse cómodas e incluidas en sus labores diarias. Como ya he dicho varias veces, el conflicto radica en que son reglas MACHISTAS, TRANSFÓBICAS Y DISCRIMINATORIAS. Reglas que no deberían venir desde un Gobierno que ha buscado la equidad de género y respeto por las diversidades sexuales con las que habitamos.