Columnista:
José David Lozano
La COVID-19 fue identificada en la ciudad de Wuhan en diciembre del 2019 y, solo tres meses después, era declarada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su difusión se dio, en un primer momento, en varios países de Asia, siendo Corea del Sur e Irán los más afectados. Inicialmente observada de “reojo” por Occidente que solo temía por los coletazos que podía tener una crisis económica en China, pero la velocidad con que se propagó por Europa, recordó amargamente los límites del sueño de una globalización ajustada a las variables económicas.
Italia, España, Francia, Alemania y, posteriormente el resto del continente europeo, vieron crecer los contagios a una velocidad exponencial, que casi no les dio tiempo de reaccionar; pero para desgracia nuestra, poco después estaba en toda América Latina.
No todos los Gobiernos europeos reaccionaron activamente. Trump y Johnson, fieles a su ideario neoliberal, optaron por una actitud darwinista que se puede resumir como: “salvemos a la economía y dejemos que la gente se salve sola, así los sobrevivientes estaremos mejor”. En América Latina, Piñera, Duque, Moreno y Bolsonaro reaccionaron con un talante similar, siguiendo lo que dictan sus “faraones”.
Ante la crisis quedó en evidencia que el mercado es incapaz de coordinar acciones para garantizar a la población los bienes esenciales y mucho menos que tiene mayor capacidad de respuesta que el Estado. Por tanto se desmarca y se tropieza fuertemente la columna vertebral del neoliberalismo feroz, y además el discurso individualista neoliberal que progresivamente venía perdiendo hegemonía en América Latina, desafiada por los movimientos sociales en Chile, Colombia, Bolivia y Ecuador, enmudeció. Con soluciones de índole keynesiana, es decir, regulación del mercado y sostenimiento de la demanda agregada.
Es que la legitimación política también se da en el marco del Estado nacional y, hoy más que nunca, la presencia del Estado es demandada por los ciudadanos sin importar la “clase” o “estrato social”.
En el ajedrez, el objetivo es el derrumbe o la encerrada del rey. En el juego chino de wei, en cambio, se busca el cerco estratégico que evita el conflicto directo. No es exagerado aplicar ese paralelismo a los modos en que Estados Unidos y China, respectivamente, se posicionan en el conflicto de hegemonías que hoy los tiene como protagonistas, de cuya resolución dependerá en buena medida el mundo que habitaremos en el siglo XXI. A pesar de la centralidad de esta disputa, Occidente permanece tercamente aferrado a estereotipos e ideas equivocadas cuando trata de interpretar las ambiciones políticas chinas.
Osvaldo Rosales —exdirector de la División de Comercio Internacional e Integración de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)—, nos expone que, el “sueño chino” lo que busca es “el retorno a la normalidad histórica”, es decir, que China vuelva a ser el centro del mundo o Reino del Medio en 2049: justo un siglo después de fundada la República Popular. Así, en la mirada china, al siglo de la humillación (1839- 1949) le habría sobrevenido un siglo de recuperación, que culminaría en 2049 con el retorno a la normalidad histórica, o sea, la reinstalación del país en el centro del universo o, dicho de manera contemporánea, a la cabeza de la globalización, del cambio tecnológico y la sociedad del conocimiento que caracteriza al siglo XXI. (Rosales, p.25).1
Según el BID, “América Latina y el Caribe sufrirá una fuerte reducción de su crecimiento económico, entre 1,8 y 5,5 por ciento del PIB en el 2020, debido al impacto de la pandemia del coronavirus”.
Y se podría extender hasta el 2021 y 2022 si no hay una fuerte política económica de recuperación, y yéndonos más a fondo, se podría contrarrestar esta fuerte depresión, con una integración regional, similar a la de países europeos.
Algunos puntos que merecen ser evaluados para un repunte económico y social podrían ser los siguientes:
1. Debemos promover ampliamente mayor solidaridad entre los ciudadanos, sin olvidar el importante rol que debe tener el Estado.
2. Menos elusión impositiva y fuga de capitales, de esta manera tener un repunte frente a los meses de contracción económica.
3. Créditos solidarios de la banca a tasas por debajo del 0,5 % y apoyo económico del Estado a la producción nacional y pymes.
4. Más poder público en la relación capital-trabajo. De esta manera evitamos la pérdida de puestos de trabajo y el aumento de la tasa de desempleo, que alarmantemente para Colombia, supera los 2 dígitos. (14 % según el DANE). De esta manera el Estado debe amarrarse el cinturón frente a multinacionales o grandes empresarios que utilicen el territorio nacional y frente a la crisis decidan despedir personal de trabajo. Lo que está en juego es el poder frente a la crisis: o la gestiona el Estado o lo hace el capital.
5. Con más conciencia ambiental, y replantear la relación humano- medioambiente. Es un tiempo de oportunidad para profundizar el rumbo del desarrollo productivo-inclusivo cuando arribemos a tiempos de pospandemia. Mientras eso sucede, que no será pronto, tendremos que ir preparando el camino. También significa la oportunidad de un cambio de conciencia, de cultura y de visión respecto a los niveles de consumo innecesarios y el cuidado de la naturaleza. Menos consumismo y más reciclaje.
Para finalizar, es preciso recalcar que debemos salir del modelo que acrecienta las desigualdades, destruye lo público y no genera dignidad en los trabajos, y que intenta prolongarse más allá de la situación excepcional que enfrentamos.
Se debe ejercer el poder para cambiar el orden económico y social. Hacerle saber al “mercado” que este ya no gobierna. No podemos todos seguir pagando intereses sin funciones productivas, digamos basta a un sistema financiero diseñado para la explotación.
Está en nuestras manos que esta experiencia (nada grata) nos haya llevado a reflexionar más allá de lo que nos venden los medios de comunicación, que nos lleve a un punto de reflexión interna tan profunda que cuando estemos en tiempos de pospandemia, nos sacudamos con acciones y decisiones para el bien común.
- El sueño chino / Osvaldo Rosales.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina; Santiago de Chile: Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2020. 240 p.; 23×16 cm.