A principios del siglo XX, decía el sociólogo alemán Max Weber que la legitimidad es el cúmulo de razones que tienen las personas para obedecer ante una autoridad política. En este sentido, el pensador indicaba que a sus ojos había tres tipos de legitimidad: La tradicional, la carismática y la legal racional.
La tradicional apelaba a las instituciones más perdurables, como por ejemplo la Corona o la Iglesia, al conservadurismo, al inmovilismo y a la voluntad de continuar las cosas tal y como eran hasta un momento determinado.
La legal racional fue introducida debido a los cambios políticos suscitados por la Revolución Francesa que agrietaron el sistema social en donde existían la nobleza y los súbditos e introdujeron la noción de ciudadanía. De esta manera, ante las nuevas constituciones escritas de corte liberal, se introdujo este tipo de legitimidad, como la más “civilizada”, porque basaba la obediencia en el derecho y en las instituciones políticas de la modernidad.
Finalmente, la legitimidad carismática proviene de la sensación de superioridad de los atributos individuales de un líder en particular, se desprende de supuestos dones especiales y su magnetismo se convierte en la herramienta utilizada para movilizar a las masas. Por su impresionante capacidad de convencer, quien ejerce este tipo de influencia suele romper con el sistema jurídico o con las tradiciones aceptadas en el lugar en donde aparece, o por el contrario, lo utiliza como una forma de apuntalar lo ya existente.
Los líderes carismáticos hablan a las emociones y dotan a su público de sentido de pertenencia dejando las razones de lado.
La Santa Sede es el Estado más pequeño de Europa y del mundo, remembranza de los otrora poderosos Estados Pontificios, que se originaran tras la sesión de terrenos en la Península Itálica que hiciera Pipino el Breve, rey de Francia, al Papa a cambio de su coronación como rey de los francos. Desde ese entonces, el Papado ha tenido un carácter doble, se erige como la cabeza del catolicismo con su papel de puente entre los designios divinos y el mundo terrestre y posee un fuerte carácter político, que se formalizó en la modernidad tras el reconocimiento del enclave durante el Pacto de Letrán en 1929.
Así, cuando Francisco llegó a Colombia, el país recibió no sólo a un líder religioso sino a un Jefe de Estado, a pesar de su carácter implícito, todos sus mensajes fueron políticos, como lo fue su visita y la razones que lo llevaron a esta, en este caso, los asuntos religiosos, aunque sirven de un parapeto desde el que se proyecta, pasan a segundo plano. A la muestra un botón, durante su estadía el Papa se alojó en la Nunciatura Apostólica, equivalente a la Embajada de la Santa Sede en Bogotá.
El discurso de Francisco fue tajante, el Sumo Pontífice no quiso ocultar de ninguna manera su postura frente al Proceso de Paz y la agenda que le trajo a Colombia, sus mensajes estaban llenos de alusiones al mismo, cuando los pronunciaba, no sólo hablaba a la feligresía católica, estaba sentando su lugar como líder y de nuevo, se valió de su carácter religioso para hacerse eco, o mejor, fueron los medios los que a través de su cubrimiento sirvieran como su caja de resonancia. De esta manera, el mensaje de Francisco llegó a todos los colombianos, sin distinción de credo, obteniendo masiva aceptación.
Recordemos que por estas fechas se cumplirá el primer aniversario del desastroso Plebiscito por la paz, en el que una estrecha mayoría se impuso a favor del no reconocimiento y la renegociación de los acuerdos firmados entre el gobierno y la guerrilla FARC en La Habana, en esa ocasión, también fue un líder carismático el abanderado de la campaña y para ser más exactos, gran parte del resultado puede explicarse o comprenderse a la luz de la propaganda pululadas por él y sus esbirros.
Álvaro Uribe demostró hace un año que su poder para influir en la opinión no pierde vigencia, tal y como lo indicara Weber, su discurso se basó en el carisma y aunque ya no puede hacer gala de grandes cualidades debido a los escándalos que le rodean, sí cuenta con la extraordinaria habilidad de interpretar el sentimiento del pueblo colombiano cual flautista de Hamelin, llegando a tener la vocación incluso de crearlo, de infundirlo, de catalizarlo.
Parte de la estrategia del No durante la pasada campaña consistió en acudir a los resabios religiosos, haciendo de las iglesias pentecostales su gran aliado para así movilizar al electorado que ha dejado las toldas del catolicismo en favor de su causa. Para ello, construyeron el discurso de la “ideología de género”, que sirvió como estandarte común para los abanderados de estas corrientes, pero también para un sector de la derecha ultramontana, representada por Alejandro Ordóñez.
Entonces, y en razón al temor y la repulsa que siente el colombiano del común hacia la diversidad en las identidades sexuales, se armó un poderoso nicho de oposición a los acuerdos que surtió efecto a través de la derrota en las votaciones.
Así, la consulta política fundamental sobre si continuar en guerra o tratar de construir alguna paz se vio permeada por un inconveniente debate religioso que desvió la mirada respecto de los temas realmente claves.
La visita de Francisco sirvió para desentrañar de forma diáfana la posición de la sociedad colombiana respecto a la religiosidad y a los asuntos públicos, en un país en donde durante poco más de cien años rigió una constitución ultramontana, la estadía del Papa en Colombia no sólo fue un éxito, demostró su capacidad de conexión con la gente de a pie y de paso, dio un mensaje que detrás de su contenido católico es eminentemente político y que por venir de su boca, encontró instantánea aceptación entre las personas.
En esencia, libre de las opacas influencias de la política tradicional colombiana, el mensaje de Francisco resultó más depurado y convincente que el del gobierno Santos en su timorata defensa de los acuerdos, por su condición de personaje foráneo, también fue más general y por lo tanto, mucho menos polémico pero más allá de estas diferencias, cabe resaltar cómo los liderazgos carismáticos conducen de forma sencilla y contundente a la opinión en el país.
Esta vez las ideas expuestas por el líder en cuestión fueron positivas, pero como ya hemos visto antes, este no es siempre el caso y en un país en donde razón y política se alejan mientras formadores de opinión y figuras públicas se acercan peligrosamente a posiciones confesionales el éxito de la visita de Francisco no es un dato irrelevante.
Este tipo de sucesos, nos permiten reflexionar sobre la cultura política de los colombianos, el papel de las ideas conservadoras, la posición de la legitimidad tradicional de la que se benefician la Iglesia Católica y ahora otros agentes religiosos y cómo se transmuta en carismática con una amplia aceptación de parte de las masas, sobre el papel de la ciudadanía y de la sociedad civil en la formación de opinión, en fin, sobre las razones para obedecer y actuar políticamente.
La aceptación masiva del discurso de Francisco pone en tela de juicio lo duradero de la animadversión de los colombianos respecto de los acuerdos, interroga sobre si los colombianos tienen posición formada alguna frente a ellos o si por el contrario se dejan llevar por las pasiones y sólo obedecen al manejo que algunos prominentes tienen respecto del uso y beneficio de la palestra pública.