Columnista:
Campo Ricardo Burgos López
En estos días de paro se han ensayado diferentes explicaciones al fenómeno de miles de jóvenes manifestándose en las calles de las distintas ciudades de Colombia. Por supuesto, los jóvenes se manifiestan por razones económicas y sociales, porque en este país derechos como la educación, la salud o la vivienda se volvieron un privilegio. Porque no hay empleo o porque estudiar duro para conseguir un título universitario, después, tampoco sirve para conseguir trabajo. Porque la corrupción del sistema político es asqueante. Porque Colombia es un país donde a diario se violan los derechos humanos más elementales. Puede ser incluso que en este río revuelto algún político esté buscando sacar réditos electorales. Pero desde mi punto de vista, aparte de estas causas que menciono y que motivan la protesta, hay otra razón más profunda y que, curiosamente, no he visto mencionada en algún medio.
Las manifestaciones están motivadas, sobre todo, por lo que los filósofos llamarían «una razón existencial» que es evidente: los jóvenes no tienen esperanza. Los chicos que hoy salen a marchar, de modo consciente o inconsciente perciben que en este país no hay porvenir, que de nada sirve esforzarse por estudiar y por ser buenos en algo, pues en Colombia no hay posibilidad de ascenso social, y el éxito laboral y profesional en su mayoría se debe a palancas y amigos, más que a méritos propios.
Por esta razón es que el paro está destinado al fracaso final. Porque hacia el futuro es posible que en algún momento, haya diálogos y mesas de concertación que mejoren un tanto algunos aspectos sociales, económicos y culturales, pero esos pequeños logros no curarán el problema existencial de base de la juventud y de la ciudadanía colombianas. Puede darse el caso, de que los acuerdos posteriores que se obtengan con el paro, de todos modos no erradiquen la desesperanza subyacente; hoy en día en Colombia no se necesita compartir el ideario punkero para saber que el «no futuro» es casi lo que le espera a esta generación con una sociedad tan anacrónica, ultragoda, discriminatoria y paralizada como la nuestra.
Viktor Frankl fue un célebre psicoterapeuta austríaco que acuñó el término «Logoterapia», refiriéndose a una intervención terapéutica mediante la cual se ayudaba a una persona a encontrar el sentido de su existencia y así vivir de un nuevo modo. Pues bien, ante la situación actual de Colombia, uno siente que sus ciudadanos necesitan cambios sociales y económicos; eso es obvio, pero también necesitarían una descomunal «Logoterapia Masiva» con el objetivo de que, otra vez, puedan encontrar un significado para sus vidas. Colombia es un país que necesita desesperadamente encontrar un sentido para su existencia, o simplemente se hundirá hasta extremos impensables.
¿Cómo lograr que toda una nación encuentre sentido a su existencia? ¿Cómo lograr que supere su desesperanza de base? ¿Cómo hacerle logoterapia a todo un país? Ese es el reto que se plantea y claro que las respuestas han de ser múltiples y desde distintos sectores. Los jóvenes de hoy necesitan cuanto antes un proyecto de vida que hoy no tienen, y si Colombia no consigue responder a esa justa demanda cuanto antes, no sé lo que se nos pueda venir encima. Hoy los jóvenes colombianos se sienten huérfanos de sentido, y si esa orfandad no se atiende, no sé qué tipo de padrastros ideológicos acabarán buscando.