Columnista:
Fabián Andrés Fonseca Castillo
“[…] creo que si hay una desafortunada e innegable certeza que posa junto a usted y yo, y que actualmente se aferra a nuestro tiempo, que sería imposible amputarla, que es incierta y no se ve posible y razonable solución, en este caso la incertidumbre […]”.
La anterior cita es una línea premonitoria y realista de uno de los capítulos del libro Manual de funciones para ser un ‘’buen’’ colombiano. Una cita que hoy por hoy tiene más sentido y certeza que la misma pandemia que padece nuestra permeable y frágil sociedad, y que de una u otra manera está animando a fortalecer esos miedos, pánicos y, precisamente, esas incertidumbres que nos hacen discutir irracionalmente nuestra dura realidad. Realidad que en un país como Colombia hace enloquecer a cualquiera, más si su tiempo en ‘’cuarentena’’ lo utiliza para seguir agobiándose con los hechos noticiosos y amarillistas que le suministran los medios de comunicación, y sus hordas de oportunismo mediático y de desinformación. Aves de mal agüero.
Durante esta cuarentena hemos visto de todo en este país, desde un presidente que por fin se cree que es presidente, hasta una alcaldesa que parece presidenta, también seguimos viendo cómo nos roban en la cara los corruptos, cómo los políticos siguen haciendo campaña con el hambre, cómo los bancos siguen desangrando, estafando y exprimiendo a sus clientes, cómo unos irresponsables siguen desacatando el mediocre y absurdo confinamiento ‘’inteligente’’, cómo nuestra salud es reflejo de una sistema quebrado, privatizado y desigual, cómo este Gobierno prefiere proteger a los grandes capitales, que proteger a su pobre y desigual sociedad etc.
Pero lo que nunca creía ver, aparte de toda la lacra anterior, es que por fin, gracias a esta coyuntura, pudimos evidenciar aún más y, de primera mano, nuestra incapacidad económica, fragilidad humana y pobreza abismal, por fin se pudo poner en primera persona estas realidades, por fin se logró poner en el centro de la discusión algo fundamental, que hasta el momento solo era objeto de las frías estadísticas, pero que gracias a esta pandemia pudimos darle una visión reflexiva, crítica y de sentido común, no esa que pregona el individualismo, sino esa que refiere al sentido común y la humanidad.
Hoy nos damos cuenta de que Colombia es un país del trapo rojo, un país donde muchos de sus ciudadanos deben colgar en sus improvisadas viviendas y frágiles ventanas, un trapo como símbolo de necesidad, un trapo rojo que encarna la bandera de la desigualdad, un trapo rojo que encarna la debilidad de la economía de un país que prefirió subsidiar a los ricos que contribuir a sus pobres, de un país donde la pobreza no es más que una acompañante acostumbrada de la mayoría de su pueblo, de un país con una salud privatizada, de un país con una dirigencia política podrida, de un país de desempleo y de un país informal, de esos que les toca hacer cacerolazos para que les ayuden, de esos que tienen que cerrar las vías para ser escuchados, de esos que se están muriendo más rápido, y de esos que hoy piden que sus trapos rojos sean el símbolo de una oportunidad para vivir.
No queda más que esperar que la incertidumbre se apodere de aquel trapo rojo, mientras este desbarrancadero sigue siendo la mejor trinchera para un virus llamado pobreza. Al final el coronavirus no tendrá la culpa de haber llegado a un país donde se premia la improvisación, se premia el capital, se fortalece la desigualdad, se aplaude la ignorancia y se incentiva a ser pobre, es decir, a ser el país del trapo rojo. ¿“No hay mal que por bien no venga”?
Un país donde la gente no lee,un país donde los dos grandes canales de televisión muestran una cortina a la realidad.. ojalá todos esto nos sirva para votar por políticos entregados a dar calidad de vida..un país donde los entes de control están arrodillados al estado.. Excelente artículo..
Un país al que amamos profundamente, pero donde florece más la corrupción que la cattleya, donde la mentira, le lleva una gran ventaja a la verdad. Exelente artículo, los felicito.
Es una verdadera lástima que una gran mayoría del pueblo colombiano “NO LEA” y los pocos que leemos tengamos “MIEDO” de expresar lo que sentimos, por temor a las “BALAS PERDIDAS” gracias por su excelente trabajo periodístico.