Sucedió nuevamente en Medellín que las cámaras de los medios acompañadas de narraciones sacadas del mundial registraron la demolición de un edificio; esta vez las razones para la implosión no fueron el ánimo de innovar o el riesgo inminente – que a veces están tan ligados en este estrecho valle- sino que la intención fue la de destruir un lugar marcado por la historia del narcotráfico, bajo el eslogan de una Medellín que abraza su historia.
Más allá del fetiche por destruir y construir de cierto sector de los antioqueños, el foco del espectáculo del Mónaco, en el fin de esta administración, es una peligrosa forma de entender la memoria que construimos de nuestro acontecer violento. Esta propone recordar bajo el hito de la destrucción y la cosmética, con lo cual se termina por invisibilizar la maginitud del pasado con el supuesto de avanzar y, de manera acrítica y tal vez voluntaria, es incapaz de preguntarse ¿por qué la figura de Pablo Escobar sigue permeando a la ciudad y principalmente a algunos jóvenes?
La omisión a esta pregunta busca coherencia con el discurso del milagro de la trasformación urbana, al que le cuesta aceptar que aún el narcotráfico ejerce un importante control económico y político de la ciudad, a pesar de que no sea bajo las mismas lógicas de los capos y carteles, y peor aún que Medellín sigue siendo una ciudad de anchas periferias, así como de desigualdades sociales. Con la demolición 2.0 de Fico, se impone una Medellín que no abraza su historia y que, por el contrario, la esconde con sospechoso esmero bajo la nube de humo que provocó la destrucción de este edificio. Esta manera de promover la memoria es limitada en su capacidad de proponer un relato que nos motive como sociedad a entender lo sucedido y a decir: ¡Nunca más!
Con el polvo sólo queda preguntar: ¿cuál es el fin de esta demolición? Hay que reiterar, como otras personas ya lo han dicho, que la apuesta por cimentar una memoria para la no repetición, como tampoco las víctimas del conflicto en su generalidad, han sido prioridades de esta Alcaldía.
Por el contrario, la separación, desfinanciación e inmovilidad de instituciones relacionadas a este propósito se han visto bloqueadas por la concepción del Alcalde, que desde el inicio planteó su separación de la actual construcción de paz, por considerarla como un asunto meramente “político”, por supuesto en una pobre concepción de lo político.
Por otra parte, la decisión de la demolición no estuvo articulada con la ciudadanía ni hace parte de un ejercicio planeado, al contrario, surge con el ruido que han generado los recorridos denominados Narcotours, en los cuales un grupo de avispados de la “memoria” han decidido ofrecer a los extranjeros un recorrido que rinde una desaventurada versión de la época de Escobar, y que como lo reveló una entrega de Radio Ambulante, los engañan enseñándoles objetos que no corresponden a esta y les venden una suerte de mito, en lugar de mostrar al victimario y el contexto donde surge, e incluso permitiendo alertar sobre la transformación del narcotráfico hasta el presente.
Pero estos recorridos en lugar de solo generarnos vergüenza, así como sucede cuando vemos a personas usando camisas alusivas a este narcotraficante en la calle, son en realidad un llamado para comenzar a nombrar a esta época de terror desde una perspectiva ejemplar, es una invitación a emprender una apuesta de pedagogía que consiga visibilizar a las víctimas de Pablo y al terror que plantó el narcotráfico con sus magnicidios y carros bombas en lugares públicos, pero también, y muy especialmente, que enseñe en las periferias de la ciudad y a las clases altas que la vida que propone el narcotráfico, además de ser corta, es combustible para los conflictos y violencia que aún no logramos apagar en nuestra sociedad.
En este sentido necesitamos más monumentos que, a modo de cicatriz, logran ejemplificar la magnitud de lo sucedido, como lo son las dos versiones -la explotada y la posterior- de la escultura “El Pájaro” de Botero que se encuentran ubicadas en el parque San Antonio, que son activadoras de la memoria en cuanto nos evidencia la explosión de un carro bomba por la disputa entre carteles, que dejó 22 muertos y cientos de heridos el 10 de junio de 1995, y nos enseñan dos horizontes de sociedad. Asimismo, el anterior hogar de Escobar pudo ser resignificado en su misma estructura como hogar de las víctimas y de sus historias, y no ser usado como cirugía cosmética de la memoria de la ciudad.
Contrario a lo que propuso el presidente Iván Duque, durante las trasmisiones en vivo de los instagramers y a su vez tomadores de decisiones del municipio, la demolición del Mónaco no es una derrota a la cultura de la ilegalidad, simplemente la invisibiliza, es silencio que no promueve solución ni educa, en cambio, el riesgo de esta memoria cosmética es que el mausoleo que ahora se construirá pueda terminar siendo instrumental a los avispados de la memoria y de la política, que tanto abundan por estos días en la ciudad.