Columnista:
César Augusto Guapacha Ospina
Hace algunas semanas se reveló al mundo el sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático, por sus siglas en inglés). El informe es demoledor. Así, simple y directo. El científico Neil deGrasse Tyson, en un capítulo de la aclamada serie Cosmos, dijo: «Hay dos hechos científicos que no se pueden poner en tela de juicio en el transcurso de la historia de la ciencia: la teoría de evolución de Charles Darwin y la ley de gravitación universal propuesta por Isaac Newton». Bueno, hoy por hoy, es un hecho científico irrefutable que el ser humano aceleró el proceso de calentamiento global y por consiguiente, la crisis climática. De esta manera, me atrevo a decir que tenemos tres hechos científicos que no se pueden poner en tela de juicio.
En este proceso de análisis y conclusiones del informe, la más preocupante y al unísono la más evidente, es la acción humana en el cambio de patrones, procesos y dinámicas naturales. De esta se desprenden los demás grandes temas que abordó el informe, que tardó más de tres años en culminarse y que contó con la participación de cientos de científicos de todos los rincones del planeta. Entre esas conclusiones del informe, se puede establecer que los cambios causados por la actividad humana pueden tardar décadas, siglos e incluso milenios para revertirse.
Lo anterior significa que alcanzar un nivel de resiliencia frente a fenómenos de variabilidad y cambio climático será muy difícil en temas específicos, aun cuando cambiáramos la matriz energética basada en combustibles fósiles rápidamente. Un titular de las decenas que vi me impactó de sobremanera porque confirma un secreto a voces: «es un hecho que el futuro será caliente. ¿Cuánto? Depende de nosotros».
Tuve un profesor en la Facultad de Ciencias Ambientales que estimo y respeto mucho, su nombre es Héctor Jaime Vásquez. Un hombre brillante e integral. Él fue mi profesor de Gestión del Riesgo y Práctica Ambiental Interdisciplinaria II y III. En una salida de campo, hace tres años, nos explicó un desplazamiento en la vertical del plano cartesiano que cruza las variables de intensidad y frecuencia de los fenómenos naturales, los cuales, por la actividad humana, se vuelven cada vez más frecuentes y más intensos en la medida que sigamos emitiendo gases de efecto invernadero y calentando el planeta. Todo esto, mientras mirábamos los impactos de las crecientes del río Cauca en el municipio de la Virginia y discutíamos los periodos de retorno, zona de amortiguación y régimen bimodal de lluvias. En ese momento no lo sabíamos, pero Héctor nos acababa de explicar una de las otras grandes conclusiones del sexto informe del IPCC.
Casualmente, hace poco conté con la oportunidad de entrevistar para Ambiente al Aire a los colombianos que participaron en la elaboración de este informe en representación de Colombia: los doctores Daniel Ruiz Carrascal y Paola Andrea Arias. Ellos, en sus lucidas intervenciones dejaron entrever las diferencias de este informe con otros publicados anteriormente por el IPCC en cuanto al contenido de fondo, además de enfatizar en varios aspectos que es importante resaltar en materia de transición energética, matriz energética y multiescalaridad de fenómenos.
El informe no es un estudio detallado a escala nacional, lo que significa que se dividió al planeta en regiones y subregiones, para las cuales se trabajó en diferentes frentes sobre las posibles tendencias e impactos que la actividad humana puede provocar en estos territorios. De esta manera, se estableció que, aunque el planeta se caliente en su conjunto, el cambio climático y sus efectos no serán homogéneos en todas las regiones; razón por la cual los países más allá de ratificar sus compromisos ambientales internacionales, deben prepararse de formas distintas a nivel interno.
Otro de los planteamientos sumamente importantes que dilucidaron los doctores, fue la necesidad de realizar, más allá de una transición energética basada en tecnologías, una transición humana en toda su dimensión. Esto implica repensar a profundidad desde el modelo económico hasta las bases mismas. Es decir, cómo se organiza la sociedad en función de enfrentar la crisis climática; colectivizar el mensaje de urgencia se vuelve un imperativo salvador en tiempos turbios. Esto en la práctica es una odisea, por no decir una utopía, pero necesaria de cualquier manera. No tenemos otra alternativa.
Para el caso de Colombia, el panorama no es alentador. El país está en alto riesgo ante la crisis climática. Las amenazas potenciadas por procesos sociales y las vulnerabilidades construidas a lo largo de décadas de inoperancia ambiental frente a un fenómeno conocido como el cambio climático pasarán factura ineludiblemente. Al igual que el mensaje sobre el calentamiento sostenido, el cuánto dependerá de nosotros como sociedad.