El fútbol, como deporte de espectáculo, exhibe por estos días su dimensión planetaria gracias al Mundial de Fútbol que se adelanta en Rusia. Millones de seguidores, hinchas, fanáticos y televidentes, siguen de cerca los partidos programados para un mes largo de competencia.
La presencia de la Selección colombiana de Fútbol en este evento mundial y de numerosos hinchas que han acudido a los estadios, por supuesto que acapara el interés de millones de compatriotas, impulsados por las empresas mediáticas que explotan comercialmente el cubrimiento periodístico del certamen futbolero y hacen lo propio con el patrioterismo que aflora cuando se exhiben los colores patrios y se enarbola el amor por la Patria, con todo y sus símbolos.
Sea esta la oportunidad para comentar los llamados a la “unión y a dejar atrás las diferencias”, que comerciales bien logrados, buscan no solo que afloren los sentimientos de fraternidad y amor patriótico, sino que buscan, así sea por largos 90 minutos, que olvidemos hechos de una realidad política, social y económica compleja como la que acompaña la historia del país.
Publicistas, periodistas, presentadores y presentadoras, comentaristas, narradores deportivos y analistas, hacen parte de la estrategia comercial con la que se busca “unir” a una Nación que arrastra problemas y dificultades, justamente porque no existe un único proyecto de Nación con el cual sea posible superar las diferencias regionales, pero por sobre todo, que nos permita dejar atrás prácticas y acciones históricamente contaminadas por un ethos mafioso que unos pocos hinchas y fanáticos colombianos exhibieron en inmediaciones de los estadios y dentro de los mismos escenarios deportivos en la lejana Rusia.
La magia del fútbol y, por supuesto, la fuerza comercial de las marcas involucradas en los patrocinios, a lo que se suma el poder mediático, constituyen un placebo con el que, por espacio de un mes, se suministra a una sociedad que exhibe sus peores enfermedades en la política, en las decisiones económicas, en las acciones sociales y en las prácticas culturales.
Es tal el efecto terapéutico de ese placebo llamado Fútbol (Masculino y de Mayores), que millones de colombianos olvidan el sistemático asesinato de líderes y lideresas sociales y políticas; de igual manera, que esos mismos connacionales parecen no entender lo que se vendrá para el país cuando el 7 de agosto se instale el gobierno de Iván Duque, elegido por la fuerza y las mañas de un Régimen político soportado por el ethos mafioso y por la histórica incapacidad de sus élites, de construir un proyecto de Nación en el que quepamos todos.
Y no se trata de una invitación a no gozar del deporte espectáculo. Por el contrario, el llamado es a resistirse a los efectos terapéuticos de ese placebo. Y la mejor forma de hacerlo es atendiendo, asumiendo y aceptando, con actitud ciudadana, que como sociedad arrastramos graves problemas de violencia política, social, económica y cultural. Los goles del afrocolombiano Jerry Mina no pueden esconder el racismo y la animadversión étnica con la que el Estado colombiano y las élites “blancas” han desatendido las necesidades de comunidades negras de la tierra del espigado defensa colombiano, y que se extienden a todo el Pacífico colombiano.
Si momentáneamente el fútbol logra “unirnos” como es el propósito social y político de los mensajes publicitarios y del periodismo deportivo, que esa unión gire en torno a reconocernos en las diferencias, a respetarlas y, sobre todo, a proscribir ese ethos mafioso que unos cuantos hinchas exhibieron en Rusia y que es el mismo que guía a buena parte de nuestra élite empresarial, militar, industrial y bancaria.