Columnista:
Sebastián Mahecha Umaña
Debo confesar que soy un gran fanático del fútbol. Este deporte me ha brindado cientos de horas de entretenimiento, y muchas sensaciones que probablemente nunca podría lograr con ningún tipo de relación sentimental. Sin embargo, son muchos los episodios en los que el deporte ha pasado de ser considerado como «el jogo bonito» a ser considerado como la vergüenza de todos los deportes.
Hace algunos días, la leyenda de leyendas, Diego Armando Maradona, falleció de un infarto mientras se recuperaba de una cirugía de cabeza en su casa en Argentina. El mundo del fútbol y millones de fanáticos, especialmente en Argentina, lloraron su muerte. Sin duda era una leyenda, marcaba goles con las manos, se hacía amigo de dictadores, le decía al papa que vendiera sus pertenencias y tenía su propia Iglesia, «la Iglesia de Maradona». Sin embargo, el alboroto y el mal comportamiento de algunos tras su muerte, me hizo recordar de cuan mundano puede llegar a ser el deporte. También, recordé muchos de los momentos en dónde el fútbol ha sido aliado de cortinas políticas, y encubrimientos. Hace mucho tiempo que el fútbol fue un gran deporte, ahora está más cercano a uno abominación.
El 6 de noviembre de 1985, la guerrilla colombiana de izquierda, M-19, tomó el Palacio de Justicia y secuestró varias personas en su interior. Todos en el país observaban de cerca los acontecimientos. En los momentos más tensos de la situación, las autoridades nacionales a cargo de la televisión nacional decidieron que era buena idea cortar la transmisión del Palacio de Justicia y reemplazarla con el partido de fútbol Unión Magdalena vs. Millonarios. La gente no sabía lo que en realidad sucedía, pero seguramente, todo se les olvido muy rápido cuando el partido comenzó. Al día siguiente, la gente se despertó con la noticia de asesinatos y personas desaparecidas. El fútbol se utilizó como cortina para ocultar a los ciudadanos lo que realmente sucedió adentro del Palacio. Hoy en día, los hechos en el Palacio continúan sin estar esclarecidos.
Durante los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi e Inglaterra jugaron un partido de fútbol en Berlín en 1938. Curiosamente, la escuadra alemana había incluido jugadores de fútbol de Austria, que a su vez, había sido invadido semanas antes. Dadas las circunstancias políticas del momento, ambas escuadras se estaban preparando seriamente para este «partido amistoso»; en especial, Alemania, que necesitaba de forma desesperada mostrar su superioridad racial sobre los ingleses. Antes del partido, los jugadores alemanes fueron enviados a un campamento de preparación de dos semanas en la Bosque Negro para prepararse. Previo al juego, los líderes políticos de Inglaterra les dijeron a los jugadores que hicieran el saludo nazi a lo que, en un principio, los jugadores se negaron; sin embargo, debido a la presión de algunos políticos de alto rango, aceptaron hacerlo. Inglaterra ganó el juego con un marcador de 6-3, y los alemanes estaban encantados con las muestras de respeto de los ingleses. Alemania atacaría a Inglaterra en los meses siguientes.
Otro gran episodio en el que el fútbol se vio envuelto en una disputa política fue la llamada Guerra del Fútbol. Este momento de la historia del deporte se caracterizó por los juegos de clasificación para la Copa del Mundo entre El Salvador y Honduras en 1969. Los juegos se caracterizaron por las crecientes tensiones políticas entre las dos naciones cuando Honduras impuso violentas restricciones migratorias a los ciudadanos guatemaltecos. Las dos escuadras disputaban un lugar para las eliminatorias de la Copa del Mundo que consistía en una serie de dos partidos con la posibilidad de un juego extra. Honduras ganó el partido de ida 1-0 en Tegucigalpa. Después del juego, la violencia se encendió entre los seguidores de ambos equipos que se atacaron entre sí. Durante el partido de vuelta en El Salvador, la afición local acudió al lugar donde dormía la selección de Honduras para hacer ruido y evitar que los jugadores durmieran. La estrategia funcionó y el partido de vuelta terminó 3-0 a favor del equipo local.
Previamente al tercer y último juego, los salvadoreños que vivían en Honduras fueron agredidos por los lugareños; algunos de ellos fueron deportados y otros resultaron heridos. Al final del juego, El Salvador ganó el juego 3-2, provocando graves incidentes y peleas callejeras que fueron influenciadas por las campañas de prensa. Se informa que las relaciones bilaterales entre estos dos países se cortaron al comienzo del juego. Ciertamente, el juego no fue el motivo de la guerra, pero sin duda contribuyó al auge del nacionalismo que terminó en una guerra de cuatro días.
En la Copa del Mundo de 2014 celebrada en Brasil, se gastaron millones de dólares en estadios, marketing e infraestructura vial. Mientras tanto, los brasileños vieron cómo el dinero que podría haberse gastado en educación, programas de alimentación y salud se desperdiciaba en un evento innecesario. Hoy en día, algunos de los complejos deportivos construidos para este evento están abandonados.
Y cómo olvidar los momentos de racismo en el fútbol, en especial, los que ocurren en Europa. En octubre de 2019, los fanáticos búlgaros hicieron saludos nazis y cánticos de mono a los jugadores negros de Inglaterra durante un juego para los clasificatorios de la Eurocopa. Mario Balotelli ha sido abusado en innumerables ocasiones por el color de su piel. Las humillaciones a Neymar y Dani Alves, y los muchos latinoamericanos que son discriminados racialmente en Europa del este.
El fútbol ha venido siendo una doctrina, una religión pagana que enceguece y distrae a la población mientras sus gobernantes hacen artimañas para aumentarse los salarios o aprobar concesiones mineras. Ya no es el deporte rey, es el deporte de la vergüenza. Y como diría el otro dios argentino, Jorge Luis Borges, «Hay una idea de supremacía, de poder, [en el fútbol] que me parece horrible».