¡Arriba! Suena la alarma. Un nuevo día empieza. No hay tiempo para dudar, el trabajo apremia. La ciudad debe estar bonita, se acerca el Foro Económico Mundial de 2016.
Para garantizar su belleza, hay que pegar millones de ladrillos por una empresa que tradicionalmente paga bajos sueldos; millones de kilos de cemento por derramar por un conglomerado privado que elude impuestos; y la señalización de la ciudad no da espera, un outsourcing muy rentable lo está haciendo.
Acostúmbrate, en Medellín los próximos días todo será un maquillaje de primer nivel. La estética y la comunicación en este poco tiempo que falta para el anhelado Foro, serán las preocupaciones de las autoridades públicas y privadas, pues la ciudad debe estar a la altura de tan encopetados visitantes, y por supuesto, la actitud de los ciudadanos será fundamental.
Todos estarán preparados. El chovinismo de las clases privilegiadas paisas estará en las alturas. Seguramente, las clases sociales más vulnerables se pondrán a tono con la dinámica: harán lo suyo para sumarse al discurso de la tacita de plata. Vallas, avisos, foros y conversatorios confluirán en un mismo fin: facilitar la recepción de los discursos que generarán la sensación de que la ciudad se ha adelantando al desarrollo del resto del país. De nuevo, se creará la idea de que los paisas somos unos adelantados a nuestra época. Ni la ciudad de la luces ha pretendido tanto en tan poco tiempo.
La hospitalidad estará ahí, en cada esquina, para fotos de postal de una esquina que resistió la renovación urbana y que contrasta con otras donde el “desarrollo urbano” arrolló la memoria arquitectónica y de paso, dejó la gentrificación urbana como paisaje natural. Como siempre la cordialidad paisa, esa que algunas veces es tan rebosante que casi llega al empalago, será rescatada por los grandes conglomerados económicos que fungen como medios de comunicación.
A la par, serán resaltadas las bondades de las administraciones de Medellín que superaron el estigma de la ciudad-violencia para convertirla en la ciudad educada, innovadora y ahora, segura. Abundarán slogans, eufemismos, actitudes timoratas y refranes que eluden la reflexión y propician el adormecimiento ante una de las mayores crisis institucionales, ambientales, sociales y económicas, que afronta la ciudad de la eterna primavera.
En los pasillos ocupados por la burocracia enquistada y atrapada con fácil ingenuidad por el discurso neoliberal, sobrarán respuestas fáciles a los problemas sociales, económicos y políticos: todo para mostrar los avances de la Medellín innovadora, educada y segura. Expresiones grandilocuentes serán el día a día en la exposición de la política pública sobre derechos humanos de los últimos años: articular, transversalizar, resignificar, contener, empoderar y territorializar: Expresiones que con buenas razones son pronunciadas por bien intencionados funcionarios que envueltos en dicho discurso parecen hipnotizados sin lograr advertir que las políticas públicas de derechos humanos en Medellín, no han transformado de forma sustancial las relaciones sociales que pretenden impactar.
La estética y la comunicación han sido las mejores herramientas de las políticas públicas de derechos humanos de Medellín. Sin duda alguna, algunos sectores sociales y funcionarios han transformado la lectura que hacen de su ciudad: de verla como el lugar más violento del mundo, pasó a ser una ciudad con transporte público, vías asfaltadas y de grandes eventos de ciudad e internacionales.
Sin embargo, la realidad desborda las palabras. Y es así porque la realidad no depende de ellas, como pretenden arriesgados postmodernistas. La realidad está ahí, independiente de como la nombremos: a pesar de los discursos grandilocuentes en derechos humanos, los índices de desigualdad siguen en ascenso, la violencia de género está disparada, los jóvenes siguen sin acceso a educación pública, gratuita y de calidad, la universidad pública sigue siendo más que una utopía para aquellos que no se les garantizó un colegio que los preparara para los exámenes de ingreso y el acceso a empleos dignos no es un mundo posible en la mente de aquellos que anhelan un gobierno dispuesto a construir oportunidades reales.
Desde que las políticas públicas se han arropado con el manto de los derechos humanos, se ha generado la sensación de una ciudad de derechos. Sin embargo, como se dijo, nada más lejano a la realidad de los datos arrojados por la ciudad; ello se debe a que las políticas públicas han omitido crear dispositivos e instituciones políticas eficaces para transformar las relaciones sociales que pretenden impactar. Las expresiones persuasivas y emotivas no transforman realidades.
Las instituciones políticas son endógenas al desarrollo y a la satisfacción de derechos; son ellas, y no sólo las expresiones emotivas de las políticas públicas las que harán efectivos los derechos humanos. Como diría Guillermo O’Donell, “Uno no puede detener un golpe de estado con un artículo”, es decir, sólo con instituciones públicas independientes de los poderes facticos económicos, políticos y delincuenciales, puede transformarse una acción y además detener el atroz pasado y presente de las políticas públicas de Medellín.
Sólo un gobierno independiente de las fuerzas económicas y políticas que se han enriquecido con los bolsillos de los medellinenses puede revertir el pasado y presente privatizador. Sólo un gobierno que genere una confluencia de fuerzas progresistas, populares e incluyentes, puede reducir la pobreza que vilmente ha sido ocultada en la última década. Únicamente con el reconocimiento del rol del municipio, es decir, de las instituciones, en la creación de condiciones reales para la redistribución de la riqueza, podrá revertirse la odiosa inequidad.
¡Llegaremos a tiempo!