Crecí en una sociedad donde el machismo, el clasismo y la homofobia son parte de la normalidad. El feminismo llegó a mi vida mucho antes de conocer el término. En mi casa, con mi mamá. Sin embargo, en mi adolescencia para no sentirme señalada y juzgada negué por muchos años pertenecer a esa “secta”.
Repetí hasta el cansancio irracionalidades propias del sistema. Desde el lenguaje traté de busconas y feas a las mujeres, ridiculicé el feminismo, desacredité personas por su lugar de residencia. Dejé de ir a sitios porque se estaba “dañando” con la gente que asistía.
Mi interés por el feminismo se fue despertando con los años y, mientras más leía y conocía la desastrosa realidad de las mujeres, a lo largo y ancho del planeta, comencé a entender que lo que nos pasa a unas, nos pasa a todas. El feminismo no odia a los hombres por ser hombres, lo que odia el feminismo es una sociedad que nos irrespeta a las mujeres y privilegia a los hombres.
Comencé a ver el mundo que habitamos con una mirada crítica. Los feminicidios los justificamos con un “algo malo habrá hecho”, las violaciones las resolvemos con un “Es su culpa por haberse vestido así”, las mujeres no pueden vivir su sexualidad libremente porque entonces son putas, mientras la infidelidad masculina es vista y normalizada como algo propio de su naturaleza. Lo cual es completamente falso. Una sociedad donde el marido le rompe la cara a su pareja y la sociedad la culpa por no haberse ido a tiempo.
Todos los días, desde nuestra cotidianidad nos enfrentamos a frases como: Una mujer sin hijos está incompleta. Los hombres no lloran. Siéntate como señorita. Las mujeres no saben de fútbol. Nadie se va a querer casar contigo porque no sabes ni fritar un huevo. La ascendieron, quién sabe a quién se comió. No me gustan las mujeres que beben y fuman.
Es duro estrellarse con el mundo real. Es difícil porque hablar de género es ganarse comentarios ofensivos y contradictorios, entonces la lucha se vuelve casi silenciosa. Es mucho más fácil no cuestionar nada y encajar en el molde impuesto por el patriarcado, donde nos han hecho creer que calladitas nos vemos más bonitas.
El feminismo llegó a mi vida cuando estaba realmente preparada para entenderlo. Empecé por creer que las mujeres no somos rivales. Lejos de esa idea del odio natural y rivalidad genética. Sí se puede regalar halagos sinceros, sentirse feliz por los logros de otras mujeres.
Cada día veo más mujeres y hombres acercándose al tema, explorando, descubriendo.
“Es que las feministas están emputadas”, PERO POR SUPUESTO. Darte cuenta que estás en una realidad donde te tratan como un recipiente que hace hijos, donde es imposible caminar tranquila en la calle y donde laboralmente estás en total desventaja. Da mucha rabia.
Acosos. Violaciones. Asesinatos. Abusos ¿Cómo esperan que el feminismo no sea beligerante?, si se vive con el asco atorado en la garganta. La lucha no es por mí, sino por todas, mientras haya una mujer oprimida, abusada, disminuida e irrespetada por el solo hecho de ser mujer, la lucha tiene que seguir. Ninguna revolución empezó con susurros ni permisos.
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Imagen tomada de Yorokobu
Me quedo con lo que dice Vanessa Vallejo, jajajajaja
¡Lo amé! Excelente artículo, como feminista que recibe todo tipo de comentarios de odio a diario por mi labor artivista en pro de la equidad de género, me siento súper identificada. ?