Columnista:
Andrés Villa
¡Los héroes en Colombia sí existen! El lema de una cuña publicitaria que pudo escucharse una y otra vez en el país. Fue tal la aceptación y la buena imagen del Ejército Nacional que algunos colombianos y colombianas mientras viajaban por carretera, casi que por instinto, sacaban su pulgar arriba por la ventanilla para saludar a los soldados que prestaban guardia en el camino.
Bonito, sí, pero no era más que una publicidad con producción audiovisual y un buen presupuesto: un discurso emocional y sensacionalista para posicionar la imagen del Ejército, sacando provecho de la situación de los soldados rasos y acompañándolo de la frase “Yo a usted no lo conozco pero estoy dispuesto a dar la vida por usted”.
De acuerdo con la misión del Ejército Nacional, este “conduce operaciones militares orientadas a defender la soberanía, la independencia y la integridad territorial y proteger a la población civil y los recursos privados y estatales para contribuir a generar un ambiente de paz, seguridad y desarrollo, que garantice el orden constitucional de la nación”.
¿Pero, qué tan cierto es el discurso de los héroes que defienden la población y crean un ambiente de paz y seguridad? Empecemos porque ha sido la misma Armada Nacional la encargada de desmitificarse a medida que ha salido a la luz toda la podredumbre que rodea a esa institución.
Frecuentes escándalos
Con el regreso del uribismo al poder, el Ejército Nacional ha sido nuevamente protagonista de frecuentes revelaciones de corrupción al interior de la institución, violaciones de derechos humanos y persecuciones arbitrarias.
Por ejemplo, uno de los señalamientos más recientes lo hizo la Revista Semana, revelando cómo el Ejército espió a más de 130 ciudadanos entre febrero y diciembre de 2019.
Este seguimiento informático consistía en construir un perfil detallado con números de teléfonos, direcciones, correos electrónicos, infracciones de tráfico, lugares de votación, círculo familiar y social de: periodistas (incluso estadounidenses), políticos, generales, sindicalistas, exministros, funcionarios de Gobierno y magistrados.
Esto realmente no era nada nuevo, ya que, el mismo medio de comunicación a inicios de año publicó cómo miembros del Ejército tenían chuzados ilegalmente a magistrados, políticos y periodistas. “Lo más grave de todo, es que nos ordenaron entregar esa información a un reconocido político del Centro Democrático”, aseguró uno de los militares refiriéndose a los monitoreos realizados a la magistrada Cristina Lombana.
Increíble, sin embargo, es solo el comienzo. Nuevamente, Semana revelaría detalles de una misión de contrainteligencia al interior de las Fuerzas Armadas, la Operación Bastón evidenciaría cómo desde el Ejército se vendía información a las FARC y a las disidencias, además de negocios con el Clan del Golfo, así como alianzas con la Oficina de Envigado para suministrarles armas y salvoconductos. Solo por mencionar algunos hallazgos.
Pero eso no es todo, el pasado 17 de mayo, Noticias Uno informó que una conocida banda de narcotraficantes, “Los Pachencas”, poseían información secreta de inteligencia del Ejército con mapas de patrullaje de las naves antinarcóticos no solo de Colombia, sino de Estados Unidos, Costa Rica, Nicaragua, Jamaica y República Dominicana. Quién pudo filtrar a los narcos estos documentos secretos que pertenecían a las Fuerzas Militares, parece razonable.
Violaciones de derechos humanos
No hay mancha de sangre que le pese más a los soldados que llevar en sus conciencias el asesinato de 10 mil ‘falsos positivos’, cifra dada en el libro Ejecuciones extrajudiciales en Colombia, 2002-2010. Obediencia a ciegas en campos de batalla ficticios, de Ómar Eduardo Rojas y Fabián Leonardo Benavides, excoroneles de la Policía.
Aunque al parecer, para algunos y algunas no fue suficiente el dolor y la injusticia que causaron estas muertes durante el régimen del innombrable, pues con la llegada del Centro Democrático a la Presidencia volvieron las mismas directrices de la nefasta época en que civiles eran asesinados para pasarlos por guerrilleros. Tal y como lo demostró el periodista Nicholas Casey con su reportaje en The New York Times.
En lo que va del periodo presidencial de Duque, no son pocos los casos en que ciudadanos y organizaciones sociales han denunciado ataques y asesinatos de civiles a manos de soldados del Ejército de Colombia:
El 30 de agosto de 2019, un enardecido Gobierno Nacional celebraría un bombardeo del Ejército, supuestamente contra 14 disidentes de las FARC en San Vicente del Caguán; sin embargo, dos meses después, un oculto informe de Medicina Legal saldría a luz pública para develar que 8 de los abatidos eran realmente niños y niñas entre los 12 y 17 años. Repugnante situación.
El 19 de septiembre de 2019, en Norte de Santander, Yolanda González, militante de Alianza Social Independiente, ASI, es herida y su escolta asesinado tras recibir disparos de militares del Ejército Nacional, después de detener la camioneta en la que se movilizaban y, posteriormente, abrir fuego contra los civiles. Versión que sostendría un audio expuesto por Noticias Uno.
Hay que recordar los casos de Dimar Torres, desmovilizado de las FARC, víctima de un asesinato planeado por soldados del Ejército el 22 de abril de 2019; al igual que, el pasado 29 de octubre en el Cauca, militares presentaron al líder campesino Flower Trompeta como baja guerrillera tras ser presuntamente torturado y asesinado por estos mismos.
Ni hablar de los operativos de erradicación forzada de cultivos ilícitos por parte del Ejército en medio de la pandemia, violando las medidas sanitarias y los acuerdos de sustitución voluntaria. Represión que ha desatado la protesta del campesinado y ha dejado la muerte de Alejandro Carvajal, el 26 de marzo; y de Digno Emérito Buendía, el 18 de mayo, en Norte de Santander. Muertes causadas por el Ejército Nacional, como lo indicó la Asociación Campesina del Catatumbo, Ascamcat.
Entrenados con y para la tortura
En la edición del 20 de febrero de 2006, la Revista Semana informaría de las prácticas de tortura, golpes, pruebas de asfixia, quemaduras, y abusos sexuales a la que fueron sometidos soldados durante sus entrenamientos en el Centro de Instrucción y Entrenamiento, CIE, en Tolima.
El soldado Hernando Graterol relató para esta revista: “Me dieron pata y tabla. Me hicieron sentar al lado de una hoguera y ahí comenzaron a quemarme. Mi cabo Tarazona me dijo que me arrodillara y me dieron un tablazo por la espalda y caí de cara en un charco y me empezaron a hundir la cabeza al fondo. Vi cuando le colocaron el pene de Sánchez Isaza en la cara de Mejía y se lo metieron en la boca a Sabogal. Luego a Mejía le abrieron las nalgas y le metieron un palo”.
Pero el maltrato por medio de golpes y agresiones como entrenamiento no es algo que se haya quedado en el pasado, porque durante un debate de control político en el Congreso de la República, en 2019, aparecerían unos videos que dan cuenta del uso de estrategias de tortura, humillación y violencia psicológica en la tropa.
En los videos puede apreciarse cómo soldados son golpeados con palos y tablas por otros que simulan ser guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, ELN, y tener secuestrados a sus compañeros que ignoran que todo es parte de un brutal entrenamiento. Una clara prueba es el testimonio de Luis Felipe Triana, quien terminó en un hospital psiquiátrico tras ser obligado a torturar a otros soldados como parte de su entrenamiento.
Sin duda, el discurso de los héroes que nos presentaban a través de la pantalla del televisor, no fue más que una estrategia mediática para elevar la imagen del Ejército mientras este asesinaba campesinos y campesinas para ganar premios, felicitaciones, permisos y vacaciones. Qué equivocada está la persona que piensa que la seguridad puede medirse con un número de muertes.
No discuto que el Ejército protege. La pregunta es a qué parte de la ciudadanía, puesto que no defendió a los obreros y obreras de la United Fruit Company que exigían mejores condiciones laborales, tampoco, al campesinado que pide una erradicación voluntaria, menos a Dimar Torres y Flower Trompeta, ni a los 10 mil ‘falsos positivos’; al contrario, los y las masacraron, atacaron y asesinaron.
Entonces, tenemos unas Fuerzas Militares que han estado dispuestas a disparar a las clases populares con tal de servir a los intereses y la protección de la oligarquía y de las grandes multinacionales. Le han dado la espalda a las mayorías, a su pueblo.
Qué puede esperarse de una institución que atrae jóvenes para defender a la gente, y los convierte con maltrato, abusos y agresiones, en soldados inhumanos preparados, incluso, para torturar.
Pertinentes y sabias preguntas formula William Ospina en su libro, Pa que se acabe la vaina: ¿A partir de qué momento el ejército nacional se convirtió en uno para combatir nacionales? ¿A partir de qué momento se declararon guerras para no tener que aceptar a los contendores como interlocutores?
El Ejército Nacional de Colombia se convirtió en la guardia de una ambiciosa y corrupta minoría que nunca ha aceptado a las mayorías como iguales, que ha perseguido a la oposición y a la protesta social. Levantaron un pedestal sobre sangre e injusticia para glorificar a los héroes que prometieron defender al pueblo, pero que en realidad nunca han existido.