Es muy difícil hacerse entender por un país joven y, sobre todo, ignorante de su historia. “Son chocheras de viejo”, dirá más de uno. Pero, infortunadamente no es así.
Las guerras las libran los jóvenes. A los viejos, cuando mucho, nos toca padecer el dolor de ver morir a aquellos que queremos. Pero quienes combaten y derraman su hálito vital en contiendas infames e injustificadas son los jóvenes.
Por eso nos preocupa que ahora quiera hacerse regresar al país a prácticas que entendíamos superadas: En efecto, lo que estamos viendo de parte de ciertos sectores políticos no es más que el resucitar de un talante que creíamos superado: el Laureanismo.
Laureano Gómez Castro fue un político de extrema derecha. Imitado miserablemente por los de ahora, los Uribe Vélez, los Duque Márquez, los Ordóñez Maldonado, los Ramírez Blanco, con la diferencia de que él era una persona preparada cultivada, que por lo menos sabía hablar y escribir.
Pero también, como los de ahora, él se propuso hacer invivible la República. Y de su verbo incendiario brotó la violencia, como el agua brotó de la roca de Horeb al influjo de la vara de Moisés.
Gracias a Laureano Gómez el país tuvo que vivir días de amargura sin fin.
Su nombre está asociado en la historia nacional con los más tristes y luctuosos días, a tal punto de que sus émulos de hoy día aparecen como unos pálidos principiantes.
En los años de la República liberal Laureano Gomez lanzó la consigna de la resistencia civil (¿les suena conocida?), copiada en forma abusiva de la agitada por Gandhi, para oponerse a las tímidas reformas del gobierno de López Pumarejo.
De los más radicales teólogos regicidas como Juan Duns Scoto y Juan de Mariana, tomó la tesis del atentado personal contra el gobernante, convertido por arte de su verbo arbitrario, en usurpador.
Pero, quizá la más importante de sus consignas fue la de “hacer invivible la República”, es decir de generar toda clase de problemas de orden público, de crear dificultades utilizando las más triviales razones, inventar historias calumniosas que eran estratégicamente difundidas en su periódico de manera novelada y, claro soliviantar al populacho godo movilizándolo en torno a un supuesto fraude electoral edificado en una suma extravagante de cédulas falsas en poder del liberalismo.
El resultado no se hizo esperar y la palabra Violencia tuvo que escribirse con letras mayúsculas ante la magnitud del desangre y la gravedad de los atentados contra los Derechos Humanos que se cometió en el país, especialmente en contra de las gentes más humildes del campo. Esa fue la raíz de los grupos de autodefensa que, con el correr de los años desembocaron en las guerrillas liberales y comunistas, cuyo último reducto eran las FARC.
Pues bien, a esa período nefando es a la que quieren conducirnos de nuevo ciertos sectores del qué hacer político actual.
Negados en absoluto para la comprensión del devenir dialéctico de las sociedades. Aferrados a sus odios, con el mismo ahínco que a sus mezquinos intereses económicos, estos micro émulos de Laureano andan recorriendo el país agitando las pasiones y los odios.
Al Presidente de la República lo han graduado de enemigo público número uno, porque osó intentar los caminos de la paz y la reconciliación. Y a quien hable bien del mandatario no lo bajan de corrupto, clientelista, “enmermelado”, mamerto y “castrochavizta”.
Hay sujetos especializados en perseguir candidatos y líderes de otros partidos distintos del suyo, y megáfono en mano, utilizando un vocabulario ultrajante y agresivo, incitan al atentado violento y a la conculcación de los derechos de expresión de las ideas diversas.
Siempre se quejaron de que los grupos armados ilegales ejercieran sus acciones delictivas por años, pero cuando se explora una salida para que esos mismos grupos abandonen el camino de la agresión a la Ley y oficien como sujetos participantes en las contiendas pacíficas de la democracia, ellos les cierran totalmente la posibilidad de actuar y de expresarse.
Nadie niega el derecho que tiene la ciudadanía de opinar y mostrar en forma vehemente su desagrado y su rechazo frente a opciones políticas que ayer transitaron por senderos contrarios a la convivencia. Pero una cosa es la constancia del rechazo ciudadano y otra muy distinta la acometida violenta y agresiva contra los candidatos alternativos.
La oposición se debate hoy rodeada de una “alambrada de garantías hostiles”, para usar la certera expresión lanzada en su momento por Darío Echandía, ante la acometida de las fuerzas reaccionarias acaudilladas por Laureano Gómez en 1949 en contra del Partido Liberal.
Estas conductas están contempladas y sancionadas en el código penal – Ley 599 de 2000- de la siguiente manera:
ARTÍCULO 134B. HOSTIGAMIENTO. El que promueva o instigue actos, conductas o comportamientos constitutivos de hostigamiento, orientados a causarle daño físico o moral a una persona, grupo de personas, comunidad o pueblo, por razón de su raza, etnia, religión, nacionalidad, ideología política o filosófica, sexo u orientación sexual o discapacidad y demás razones de discriminación, incurrirá en prisión de doce (12) a treinta y seis (36) meses y multa de diez (10) a quince (15) salarios mínimos legales mensuales vigentes, salvo que la conducta constituya delito sancionable con pena mayor.
De ahí que sea indispensable que las autoridades de la República pongan coto y freno a estos comportamientos judicializando y llevando ante los tribunales a los miembros de las organizaciones políticas que están dedicadas a estas prácticas, pero incluso es preciso que las autoridades electorales sancionen los partidos políticos cuyos militantes observan semejantes conductas.
De lo contrario, la chispa de la violencia volverá a incendiar la vida colombiana.
Imagen tomada de AFP
Nada mas oportuna y didacticasu columna. Con el manejo de la información y lo sesgada de la misma han hecho que olvidemos las raíces de esta violencia que no tiene fin. La política de odios que practican los «defensores» de la moral y la fe y de la que hacen eco los medios. Me viene a la memoria un libro que se publicó con el nombre de El libro negro de la violencia en Colombia, convenientemente desaparecido.
El estilo y talante atractivo para la masa ignorante y violenta, es el encarnado por el caudillo de derecha, se parece a ellos, come cómo ellos y habla como ellos para mantenerlos embriagados con sus falsas promesas.