En los últimos años en Colombia, hemos visto nacer y morir partidos políticos, o, fundarse y abolirse movimientos sociales. Hemos visto el ascenso, el apogeo y el descenso de figuras políticas. Hemos visto el asesinato de importantes líderes sociales. Hemos visto el encanto y el desencanto que producen los políticos en el pueblo. Hemos visto a narcotraficantes llegar al Congreso de la República y a otros, ir a la cárcel. Hemos visto pactar el mejor acuerdo posible con las FARC y también, la Ley de Justicia y Paz con las AUC. Hemos visto al pueblo marchar y otras, ser abstencionistas.
Así mismo, hemos visto a un personaje que ha resistido al tiempo. Un personaje que, desde un principio, ha dividido a la opinión pública. Para algunas personas les genera amor y para otros, odio. Para sus colaboradores más cercanos es el héroe que salvó a la patria y para sus detractores, el antihéroe de dudosa procedencia.
Este es el efecto que produce Álvaro Uribe Vélez en la sociedad colombiana. Sin embargo, mucho se ha hablado del expresidente y muy poco de sus seguidores: saber qué piensan o qué sienten de Uribe, es una gran incógnita.
No se puede entender el efecto Uribe en sus seguidores sino lo contextualizamos en la reciente historia de Colombia. En el 2001, el país estaba sumergido en la peor crisis por la falta de liderazgo del gobierno de Andrés Pastrana. Eran alarmantes los índices de inseguridad y de secuestro, sin dejar a un lado, el escalonamiento de la guerra tanto en las zonas rurales como en las grandes ciudades. El país estaba sumergido en el caos. Por esta razón, algunos ciudadanos alzaron sus voces de inconformismo y pidieron medidas más drásticas para frenar esta ola de violencia.
Esa solución desesperada que se buscaba en momentos de angustia era Álvaro Uribe Vélez. Y fue así como el expresidente se presentó ante la sociedad, como la única persona que podía encaminar al país. Godofredo Cínico Caspa –Jaime Garzón- diría: “[…] es que Álvaro le cabe el país en la cabeza, él vislumbra a todo este gran país como una zona de orden público total, es decir, como un solo convivir, caray”.
El tener una posición de mano dura lo convirtió en una figura nacional. De ahí su eslogan “Mano firme, corazón grande”. Frase muy célebre y anhelada entre sus seguidores porque, además de representar unos objetivos claros para el país como la autoridad y la disciplina, también les nace el sentimiento de pertenecer a algo más grande que ellos mismos: liberar a Colombia del terrorismo.
Como resultado, sus seguidores lo miran como el salvador de la hecatombe, inclusive, algunos lo idolatren como el mesías que el país necesita. Un ejemplo es la senadora Paloma Valencia y el cuadro de su casa: “El sagrado corazón de Uribe”.
Poco a poco los seguidores del exmandatario consideraron que Uribe personificaba al país y su unidad puesto que, según ellos, Álvaro Uribe es una persona incorruptible. Su interés personal está al margen, no como otros políticos con su respectiva codicia. El único interés que lo mueve es el amor por Colombia y cualquier acto de corrupción en su gobierno fue porque algún funcionario subalterno violó su confianza. Como el caso de Andrés Felipe Arias, muchos uribistas mencionan que es una persecución política y otros, que traicionó la credulidad de Uribe.
Durante su periodo presidencial, los seguidores de Uribe piensan que él fue el único arquitecto, sin ayuda de nadie, de la “Seguridad Democrática”: el fortalecimiento de las fuerzas militares, la reducción de la violencia, el debilitamiento de las FARC y ELN, la desmovilización de los paramilitares, el aumento de los inversionistas extranjeros en el país, entre otras.
Coloquialmente, el expresidente llamó a su política: “Los tres huevitos”: 1. Seguridad democrática 2. Inversión con responsabilidad social 3. Política social. De esta manera, los seguidores de Uribe sienten que él proporciona una mejor calidad de vida. Él y sólo él, o, el que ponga Uribe.
A su vez, los seguidores del expresidente percibieron en él la encarnación de la moralidad del pueblo, al que nunca le tembló la mano para defender el país de sus enemigos con la finalidad de establecer la ley y el orden. Casos como los falsos positivos, que para la mayoría de los colombianos son unos crímenes de lesa humanidad, para algunos uribistas son crímenes cometidos por ovejas negras del Ejército y merecen que les caiga todo el peso de la justicia; para otros, que esas medidas eran necesarias para instaurar la Política de Seguridad Democrática y hacer del país un mejor lugar para vivir. De todas formas, todos los uribistas se identifican con la frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”.
Aunque el gobierno del expresidente Uribe estaba sumergido en las peores masacres, en los mayores desplazamientos forzados, los escándalos de la parapolítica, yidispolítica y narcotráfico, chuzadas a los líderes de oposición, magistrados, periodistas y funcionarios del Estado; sus seguidores se ilusionaban con la derrota de las FARC. Cada día se acercaba el fin de ese grupo terrorista y sino era por la fuerza armada, era por la desmovilización.
Lo curioso en este punto, es que el expresidente quería ser un defensor de los derechos humanos, pero a sus espaldas ocurrían grandes catástrofes. Cabe mencionar que su trágica historia personal, el asesinato de su padre, ayudó a formar la idea en sus seguidores, que él es otra víctima más del conflicto armado. Por este motivo, sus seguidores creen que comprende la psicología de todas las víctimas del país.
Por último, sus seguidores reconocen en Uribe el valor principal del pequeño y grande burgués frente al castrochavismo. Gracias a que los noticieros nacionales (Caracol y RCN) presentan imágenes de mercados desabastecidos, grandes filas para conseguir medicamentos, expropiaciones masivas, militares corruptos, políticos de la oposición encarcelados, marchas reprimidas; la población colombiana recibe un claro mensaje: “Un país de izquierda está en crisis y la guerrilla es de izquierda. Así se verá el país en un futuro”. Los grandes emporios de la comunicación crean una crisis y también, nos dan una solución. Para los uribistas es claro el mensaje: Álvaro Uribe Vélez.
Todo lo anterior permite establecer que el efecto Uribe ha tenido una gran incidencia en el país debido a su propia descomposición social.
Somos una sociedad enferma y tardaremos años para encaminar el país. Sin embargo, si los uribistas dejan atrás a Uribe y por fin entienden que el país ha cambiado, porque ya tiene nuevos retos por afrontar y además, y que necesitamos de otros héroes, salvadores y mesías, ese día podemos decir conjuntamente: “Hemos visto el fin del efecto Uribe”.