El día que me reuní con el ELN

Opina - Conflicto

2017-01-09

El día que me reuní con el ELN

En esos ires y venires del periodismo y la búsqueda de la noticia, recibí una mañana un correo en que el ELN me invitaba a compartir con ellos algunos temas coyunturales. El más importante era el proceso de paz que vienen adelantando con el gobierno colombiano en Ecuador y que por estos días pasa por un álgido momento, pues ambas partes no han podido darle inicio formalmente a la mesa pública.

Para muchos mi cercanía con las FARC (cercanía netamente periodística) y mi considerable bagaje de todos los temas relacionados con el conflicto armado en Colombia podrían haber sido el aliciente para que el ELN decidiera invitarme a dialogar con ellos. La cita sería el 12 de diciembre en Venezuela. Salí de Cali el domingo 11 de ese mes rumbo a Bogotá y allí abordé el vuelo que me llevaría hasta Caracas. En dicha reunión estarían presentes algunos miembros de la delegación de paz del grupo armado. En las siguientes líneas quiero compartirles detalladamente cómo fue dicha experiencia.

Llegué al aeropuerto internacional Simón Bolívar a eso de las cinco de la tarde. Allí, de acuerdo con las instrucciones que se me dieron por medio de comunicados confidenciales, me esperaba una persona que sostenía un cartel con un nombre clave. Era todo «por cuestiones de seguridad», según me explicaron. Valga aquí decir que esta guerrilla, a diferencia de las FARC, es mucho más cuidadosa en sus encuentros con civiles y pocos registros hay sobre estos acercamientos tan directos, más aun con la participación de miembros de importancia de dicha organización.

Retomo mi narración: debo confesar que estaba muy preocupado, ya que tal vez por los nervios o la ansiedad no veía a la persona que me aseguraron estaría aguardando mi llegada y la batería de mis teléfonos estaba a punto de agotarse. Sentí cómo la angustia se apoderó de mí. Tuve que respirar para concentrarme en los letreros que veía. Ninguno tenía mi nombre clave.

Sin saber de dónde, se me acercó un hombre fornido y de baja estatura con una cartulina. Ahí estaba garabateado el nombre. Me saludó con cierta familiaridad, me preguntó cómo había estado mi viaje y ofreció ayuda con las maletas. Contesté lo mejor que pude y él empezó a caminar. Me advirtió que si quería ir al baño, lo hiciera en ese momento, pues el trayecto era un poco largo y debía ser en carro. Fuimos juntos a los servicios sanitarios. Él se deshizo del cartel y yo simplemente me lavé la cara. Dimos varias vueltas por el aeropuerto. Noté la prevención en su rostro y cómo miraba para todos los lados como queriendo ver si alguien nos seguía. Al rato descendimos al primer piso; nos esperaba una camioneta con vidrios oscuros.

Me aventuré a pedirle el asiento del copiloto; quería ver Caracas. «Chamo, ¡cómo se te ocurre! Por seguridad debes ir atrás». De nuevo la seguridad. Me resigné. Cuando el conductor encendió el auto, el hombre que me recibió le ordenó que diera unas vueltas «para descargarse». Supuse que quería cerciorarse de que nadie nos siguiera. Y esas fueron las únicas palabras que le escuché en todo el viaje. A lo mejor se me notaba la decepción por no contemplar como quería esa nueva ciudad, pues de vez en cuando el conductor me indicaba por dónde pasábamos. Poco a poco nos íbamos saliendo del casco urbano. Y poco a poco también iba oscureciendo.

Cerca de tres horas después llegamos a una villa deportiva que a mí se me pareció a las Canchas Panamericanas en Cali. De nuevo habló el hombre que me recogió: hizo una llamada para indicar que estaba con el encargo en el sitio acordado. Minutos después dos vehículos más llegaron a ese sitio. Sólo entonces se me permitió bajar de la camioneta. A mi encuentro salieron tres personas, una de ellas era María Helena, mi contacto para las entrevistas que realicé en RADIO SUPER (donde actualmente trabajo).

Tras saludarnos con un abrazo, procedió a presentarme al comandante Bernardo Téllez, quien con un fuerte apretón de manos me dio la bienvenida y me explicó la dinámica de la reunión: era algo informal, personal si se quiere, y poco o nada de material fílmico. Esto último sí me preocupó, pues obtener ese material era parte de las ambiciones de ese encuentro y con eso en mente se hicieron todos los esfuerzos para que yo llegara hasta allá. Luego se me aclaró lo relacionado con mi estadía y que al día siguiente me recogerían muy temprano en el hotel donde me hospedaron esa primera noche.

Al pie de la letra, me recogieron muy temprano en la mañana. Me llevaron a un condominio de casas, en donde me recibió una mujer perteneciente al gobierno venezolano. Cabe anotar que quienes me recogieron y se encargaron de mi seguridad y acompañamiento eran venezolanos y ajenos a la guerrilla; sólo prestaban un servicio debido a que Venezuela es uno de los países garantes del acuerdo de paz  y por ende ayuda con lo logístico.

Me ofrecieron desayuno. Estaba a la mitad cuando llegaron María Helena y los comandantes Bernardo Téllez junto con Eduardo Pérez, todos pertenecientes a la guerrilla del ELN y a su delegación de paz. Me ganó mi afán de periodista y saqué mi cámara pero antes de poder encenderla me atajaron: “Es algo más personal, Camilo. Usted entenderá que no estamos en Quito, donde se lleva a cabo la fase pública. Queremos que como periodista conozca más a fondo lo que sucede con el proceso, pero hoy no habrá cámaras”. Dos cosas se deslizaron por mi mente: la decepción por no poder registrar ese momento tan importante en todo sentido y la prevención a cómo reaccionaría mi jefe cuando llegara a Colombia sin nada.

Nos trajeron cigarrillos y café. La reunión la abrió Bernardo Téllez, con quien había conversado meses atrás en una entrevista radial. Y lo hizo respondiendo la pregunta que me rondó la cabeza desde que abordé el primer avión: por qué estaba yo ahí y no otro. Para él, era bastante sencillo: el ELN es una organización del pueblo y yo era parte de ese pueblo. Manifestó, para mi sorpresa, que me conocían, que sabían de dónde venía y sobre todo tenían claro mi gran interés en los temas del conflicto armado.

Luego me preguntaron por mis trabajos con la guerrilla de las FARC y mis impresiones sobre el reciente acuerdo e inicio de la implementación de esos acuerdos. En síntesis, quisieron saber algunas cosas personales. Satisfice su curiosidad y acto seguido asumí mi rol, el de periodista. Primero pregunté el porqué de las trabas en el inicio de los diálogos de paz. Bernardo Téllez, sin ápice de duda, aseguró que era culpa del gobierno nacional y enumeró los incumplimientos a varios puntos firmados y de los que eran testigos los países garantes. Y no solamente los mencionó sino que me mostró los respectivos documentos, que pude ver y leer, y sobre los cuales me explicaron cada uno de los ítems. Eran auténticos: ciertamente tenían la firma de los negociadores tanto del ELN como del gobierno y países garantes.

Uno de los incumplimientos que más enfatizaron fue el de los dos gestores de paz que pidió esa guerrilla y los dos indultos que habían quedado pactados. A estos últimos, según el ELN, el gobierno le ha puesto muchas trabas, al punto de que solo habrá indultos por delito de rebelión. Para Eduardo Pérez, miembro del ELN, esto es ilógico debido a que ninguno de los presos de su organización cumple con esa característica. Dijo Pérez que no quieren aceptar que hay otros delitos conexos al de la rebelión.

Fue una conversación amena. Hasta que les pregunté por Odín Sánchez, ex congresista chocoano secuestrado hace ya varios meses, y les sugerí dejarlo en libertad. Apoyé mi propuesta en el reiterado anhelo de paz que ha manifestado esa guerrilla. «¿Por qué no ‘se dan la pela’ y liberan a Odín?», fue mi pregunta textual. La respuesta de mis interlocutores fue tajante: no. Al ver mi expresión, tomó la palabra nuevamente Téllez y puntualizó: “Aquí no se trata de ‘darnos la pela’, Camilo… Si nosotros permitimos que el Gobierno se ‘pase por la faja’ lo que acordamos, nos seguirán viendo la cara siempre. Aquí se cumple o se cumple”. Con esa enfática respuesta el ELN dejó claro que su renuencia tenía justificación, ya que lo acordado y firmado no se les cumplió.

Expresé entonces que así las cosas no le veía luces a dicho proceso, porque el presidente se plantó en que si Odín seguía secuestrado, el proceso no iba a avanzar. Aureliano Carbonell dijo: “Pues será entonces el Gobierno quien deberá decirles a los colombianos que se levantarán de la mesa, no nosotros. Tenemos voluntad y seguiremos firmes en lo que se acordó. Liberaremos a los arroceros y al exalcalde de Charalá. Y liberaríamos a Odín en la medida que se cumplieran los indultos y los gestores. Esto en la primera ronda, que no tardaría más de cuarenta y cinco días”. Aunque fue amplio en su explicación, con su tono el guerrillero dejó sentado que el tema del ex congresista chocoano no tenía más cabida. (La entrevista completa sobre éste y otros temas la publicaré en otra entrega).

A pesar de ese desacuerdo, continuamos tranquilamente nuestra reunión. Unos y otros lanzamos nuestras preguntas por cerca de cuatro horas. Luego hubo un receso para que tomáramos un almuerzo modesto, momento en que pude ver el lado humano de estas personas y conocer más a fondo a cada una. Sinceramente me sentí algo desubicado. No sabía cómo romper el hielo y avanzar a una charla más ligera, más aun teniendo en frente a personas de importancia de un grupo catalogado como terrorista; un grupo responsable de varias acciones reprochables, las cuales repudié en su debido momento, pero obviamente para todo tenían una respuesta, que me propuse analizar después por mi cuenta y con cabeza fría. Ellos no tuvieron mayores problemas para narrar sus historias de vida y lo duro que también ha sido para ellos esta guerra. Cada historia era aterradora. Todos con los que en ese momento compartía ese plato de sopa habían perdido como mínimo cinco familiares, todos asesinados simplemente por ser familiares suyos.

Después del almuerzo hubo tiempo para conversar con cada uno de ellos por aparte mientras llegaban sus hombres de seguridad en Venezuela para trasladarlos al alojamiento, sitio que no conocí por la confidencialidad y la recurrente desconfianza producto de la guerra. Dieron las cuatro de la tarde y en dos grupos salieron los negociadores. Aureliano Carbonell fue el primero en despedirse; me dio un abrazo, un fuerte apretón de manos y me agradeció el interés que me veían en el proceso de paz. Bernardo Téllez me estrechó fuerte la mano y agradeció mi visita. María Helena me dio un abrazo y un beso. A ella le debía en buena medida estar allí.

Me quedó el sinsabor de no tener ningún registro de esa experiencia tan enriquecedora. Por último me despedí de Eduardo Pérez, quien agradeció mi presencia y mi esfuerzo para llegar hasta allá. Ellos se marcharon y yo me quedé con una mujer del gobierno venezolano encargada de llevarme al centro de la ciudad (o el pueblo) donde me encontraba para realizar una llamada a Colombia y de allí al hotel donde me había hospedado y pasaría esa última noche. Se me prohibió salir y me dejaron la comida. Al día siguiente me recogieron para llevarme de nuevo hasta Caracas, donde tomaría mi vuelo a Colombia.

Allí culminó mi viaje y esta experiencia…

Camilo Chara
Periodista// en Cali actualmente, política y medio ambiente.