Columnista:
Juan Macías Pabón
«No esperamos nada de ellos, aparecen cada cuatro años con promesas y después nadie los vuelve a ver. Se les pierde el rastro el día de los ‘hp’ (honorables políticos). Siempre ha sido así». Son las palabras de don José, un hombre de setenta y tantos años, oriundo de uno de los pueblos de la subregión del río en el departamento del Magdalena. Sentado sobre su taburete, cansado y torcido por el trajín de los años, este viejo luchador muestra su resignación ante los políticos que llegan, prometen, se van sin cumplir y vuelven cada cuatro años con el mismo guion a comprar las ilusiones de los que aún creen. “Hace muchos años que no voto por nadie, ya ni me tomo el trabajo de ver quiénes van. La última vez que voté solo existían liberales y conservadores”, continúa relatando al tiempo que se echa fresco con su sombrero de fique.
Así como ese viejo luchador, son muchas las personas que no creen en los políticos. Desde Sitionuevo hasta Zapayán, en toda la subregión del río, pasando por Remolino, Salamina, El Piñón, Pivijay –punto de comercio de esta zona–, Cerro de San Antonio, Pedraza y Concordia, el escepticismo es tan grande como el rezago en el que se encuentran los pueblo mencionados.
“Duele ver cómo juegan con las ilusiones de la gente, cómo desangran las arcas y se llevan los pocos recursos con los que en los pueblos podríamos crecer. En Bogotá aparece que este pueblo se ha pavimentado diez veces, y mire usted, anoche cayó un sereno y quedamos en un «sal si puedes». Solo tres o cuatro calles han sido pavimentadas”, dice con una sonrisa entre decepción y rabia.
“Ya uno está viejo, ahorita viene la muerte a visitarnos, llevamos toda una vida viviendo así y ya nos acostumbramos, pero para nuestros hijos y nietos, los que vienen atrás, no queremos que vivan lo mismo, que les pase lo mismo. A nosotros nos engañaban por ignorantes y confiados. Cuando uno no sabe leer ni escribir, cuando nunca tuvo la oportunidad de ir al colegio, es más fácil que lo dominen. Pero lo que no aprendimos en la escuela, nos lo trajo la experiencia. Por eso queremos dejar a los que vienen detrás de nosotros el legado de la educación, que no se dejen engañar, y que cada cuatro años, cuando llegue «el día de los hp», puedan tomar decisiones conscientes, sin las influencias de terceros y por el bien de una región olvidada por el Estado y donde hasta la brisa llega cansada”.
La subregión del río, zona de pescadores y agricultores, a duras penas existe en las decisiones del departamento. Con una población de 158 923 habitantes de acuerdo con las proyecciones del DANE a 2021, tan solo abarcan el 10 % del pueblo magdalenense; sus municipios ocupan los últimos lugares en número de pobladores a nivel departamental, pues de nueve municipios, seis tienen menos de 15 000 habitantes, estos son: Cerro de San Antonio (10 093), Concordia (11 401), Pedraza (9432), Remolino (12 112), Salamina (11 468) y Zapayán (10 778). Igual suerte corren los municipios de El Piñón y Sitionuevo, pero con un poco más de habitantes, que suman 24 467 y 29 612, respectivamente. Solo en Pivijay (39 570 habitantes), el mayor centro poblado de la subregión del río, existe un mayor grado de comercio, desarrollo y posibilidades de trabajo para sus habitantes. En el resto de municipios, que entre el diablo y escoja.
«’Docto’, no se olvide de nosotros que votamos por usted», le grita una señora al alcalde recién elegido. Con ‘docto’ se refiere a «doctor». Sí, porque por acá a cualquier aparecido bien vestido, ya se le otorga ese título. «Sí, señora, yo le doy mi palabra y ayudo a la niña en la cuestión de sus estudios», le dice el ‘docto’ mientras la mira con una sutil sonrisa para salirle al paso y se monta en la camioneta de la alcaldía, acompañado por su escolta y su chófer. Sí, porque el alcalde no se puede asolear, tan solo cuando va a ver las obras que se están ejecutando, y eso, si es que están ejecutando, porque muchas de ellas van quedando en el papel… ¿y el dinero? Vaya uno a saber con qué cuento triste le salen.
Así como el señor José o la señora que le gritaba al alcalde, son miles las personas que, entre desencanto y esperanza, esperan la presencia del Estado en esta región del Magdalena. Región que presenta niveles de trabajo informal superiores al 90 %, y niveles de pobreza, arriba del 50 % y eso, porque una persona que gana el salario mínimo ya no es considerada como pobre, además del analfabetismo mayor al 20 %. Hambre y vías en mal estado que impiden sacar los pocos productos que se logran cultivar, porque a pesar de la fertilidad de una zona bañada por el río Magdalena y la Ciénaga Grande de Santa Marta, las tierras le pertenecen a unos pocos y las volvieron improductivas. Ganado y palma de aceite, kilómetros y kilómetros con una cerca pintada con los mismos colores –señal de que pertenecen a un mismo dueño– y apenas unas cuantas utilizadas. Tierras que, en las manos correctas –y por correctas me refiero a los campesinos– podrían generar para la subregión del río un potencial en el desarrollo agrícola que conllevaría a el mejoramiento en la calidad de vida de los pobladores de esta zona.
Es tanto el olvido de esta subregión del río, que desde Sitionuevo hasta Zapayán, no existe un solo metro de vía en buen estado, pues la (Vía de la Prosperidad) que pretendía conectar parte de esta zona, al menos hasta Salamina, quedó siendo un viaje a ningún lado y con las maletas armadas. En ellas se fue el dinero. El Instituto Nacional de Vías que considera este tramo como una vía primaria, pero que de primaria no tiene ni la «p», porque al primer aguacero hasta los tractores quedan enterrados en el barro, tampoco plantea soluciones para conectar la región.
Por su parte, los alcaldes locales, que en campañas prometen el cielo y la tierra, casi siempre llegan al poder condicionados por los amiguismos políticos que los ayudaron a montarse, pagando los favores de los votos comprados y siendo picados de inmediato por el bicho de la corrupción. El pueblo pasa a un segundo plano y las promesas hechas en campañas quedarían enterradas el día de los ‘hp’, justo después de la celebración del triunfo donde el candidato iba de hombro en hombro de aquellos que votaron por él y que en medio del éxtasis de la alegría no podían oler la decepción que se les vendría.
Sí, el día de los ‘hp’, esa jornada electoral cargada de tensión, casi siempre en día domingo, donde los habitantes de los pueblos se enfrentan entre sí para ver ganar a su candidato y que en la antesala está cargado de odios, peleas, enemistades y en los casos más extremos, muertes. Ese día en el que el ron, las comidas, y el dinero para la compra de votos se multiplica como se multiplicaron los panes de la cita bíblica, es donde se empieza a escribir un nuevo capítulo para los pueblos; y en la subregión del río sí que sabemos de ello. Capítulos tan poco creativos que casi todos llevan el mismo guion: el candidato que gana debe darle gran parte de los puestos a los que le financiaron la campaña, porque hay que decirlo, el pueblo siempre llega al candidato a pedirle para la medicina, para la comida, para la bolsa de cemento y demás necesidades que en campaña se deben satisfacer para no perder a los votantes.
«Inconscientemente» estamos vendiendo el voto. Los concejales tienen que tener un puesto para montar al amigo o al familiar del familiar. Si quedan con minoría en el concejo deben atraer a los concejales que sean necesarios para ser mayoría, cosa que se logra con dinero o con puestos, y un sin fin de minimismos más que conllevan a sembrar la semilla de la corrupción. Corrupción que tiene a la subregión del río en el más perverso atraso, y que debe ser erradicada si como pueblo queremos tener unas mejores condiciones de vida y dignificar nuestro tiempo acá en la tierra.
Tenemos todo para vivir bien, pero dependerá de nosotros, de ver quién no y quién sí lucha por lo que pretendemos materializar, y que, en un futuro no lejano, cuando llegue el día de los ‘hp’, podamos decidir para escribir un nuevo guion y hacer de la subregión del río, la tierra que siempre quisimos ver, en la que queremos vivir y donde dejaremos nuestra semilla.