Hace unos días Vladímir Putin anunció el final de las operaciones de la fuerza aérea rusa en los cielos sirios, según su razonamiento, la guerra ha terminado con la derrota de Estado Islámico y sobre todo, con la neutralización de los grupos rebeldes, objetivo principal que llevó a Moscú a intervenir en el conflicto.
Mientras tanto, el gobierno saudí organiza una cumbre en Riyad, en la que se reunirían líderes de casi 150 facciones opositoras con la finalidad de constituir un frente unido que les represente en las conversaciones de Ginebra, a desarrollarse este diciembre. Las intentonas de proceso de paz que preceden a la nueva ronda de conversaciones han destacado por su división, elemento perverso que ha impedido establecer un diálogo permanente entre el gobierno sirio y los agentes contestatarios.
Su punto más importante de convergencia es la voluntad de deponer a Al Assad del poder, pero es posible que él sea un actor de importancia durante una teórica primera etapa de la posguerra, pues aunque su legitimidad es escasa, emerge victorioso del enfrentamiento militar.
Independientemente de la inminencia del final, la guerra en Siria ha servido para consolidar la multipolaridad del mundo, ante la inocuidad de los escenarios propuestos por Naciones Unidas para encontrar solución a la confrontación, la diplomacia rusa estableció una mesa paralela en Astaná, ciudad ubicada en su esfera de influencia, en donde Rusia, Irán y Turquía debatieron largamente el devenir del Estado sirio y las maneras en que debían afrontarse las operaciones militares.
La guerra siria, no puede comprenderse si se pierde de vista su carácter tripartito: Guerra civil, guerra regional y finalmente, una guerra de connotaciones mundiales.
Por un lado, a esta sangrienta cumbre asistieron las potencias occidentales, que enfrentaron a su habitual enemigo ruso por la búsqueda de la supremacía, aunque no hubo enfrentamientos directos, los intereses occidentales y aquellos de Rusia eran evidentemente opuestos. Es en esta esfera que tendríamos que ubicar el accionar de los grupos de musulmanes radicalizados y sus brutales atentados en Europa. Dada la nueva configuración flexible de la guerra y sin tener en cuenta designios morales, esas también son acciones de ella, que podrían equipararse a los bombardeos rusos o a las acciones militares de los aliados de las potencias en el terreno.
Afanosos en su intención de no atacarse directamente, ninguna de ellas puso a sus hombres en suelo sirio, mientras los rusos atacaron desde el aire, los norteamericanos y europeos usaron a los kurdos y otros grupos para defender sus intereses.
A diferencia de otros enfrentamientos bélicos, Rusia y Occidente, contradictores, estuvieron en comunicación constante y aunque Moscú afirmó innumerables veces su compromiso en la lucha contra Estado Islámico, su prioridad fue la derrota de los grupos rebeldes y la manutención del régimen de Al Assad, antiguo aliado suyo.
Es en esta esfera en donde la guerra se extiende a Irak, en forma de lucha occidental contra Estado Islámico, ante el caos que quedó después de la retirada estadounidense de ese lugar.
Por otro lado, Siria se convirtió en el teatro de operaciones del enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita por la supremacía en la región, ambos países, que tras la caída de Egipto pretenden hacerse con la hegemonía en solitario han movido sus fichas para conseguirlo.
En la agenda pro-chiita que es manejada desde Teherán, el gobierno de los ayatolas desempeñó un papel fundamental para la victoria militar de la que podría disfrutar Al Assad, asimismo, Hezbolá jugó su papel frente a las milicias rebeldes y desde el Líbano e Irán contribuyó a la perpetuación del régimen. Como vemos, la guerra se proyecta regionalmente.
La agenda saudí es menos clara, más involucrado en el conflicto yemení, Riyad no envió tropas ni hizo movimientos que implicaran su participación en la guerra, sin embargo, su papel es tal vez más fundamental, pues es su doctrina nacional, el wahabismo, cuya difusión es razón de Estado, el cuerpo de ideas que es abanderado por los musulmanes radicalizados y la visión más ortodoxa y retardataria del Islam.
Por eso, aunque abiertamente Arabia Saudita no tenga relación alguna con Estado Islámico ni con sus filiales, su concepción de la religión y del mundo tiene impresionantes similitudes, de lo que se desprende la hipocresía y la doble moral occidental, que sufre los devastadores atentados en sus urbes mientras compra petróleo a los jeques saudíes. Que denuncia la atrocidad de los métodos y las ideas de los seguidores de EI pero convenientemente calla los mismos actos y pensamientos cuando son perpetrados por las autoridades saudíes sobre su pueblo.
Coherentemente con el posicionamiento estratégico y en respuesta a la necesidad de enfrentar a ese enemigo común que sale fortalecido del polvorín sirio que es Irán, Arabia Saudita se ha aliado con Israel, bajo el propósito de contrarrestar a Teherán, así, la enemistad entre los pueblos árabes y los judíos se relativiza.
Finalmente, la guerra en Siria ha desembocado en el alejamiento de Turquía respecto de Europa y EE.UU. Tras la negativa norteamericana de extraditar al clérigo Fetullah Gülen, enemigo del presidente Erdogan y supuesto autor intelectual del fallido golpe de Estado del año pasado los intercambios entre ambos países se enrarecieron.
Pero fue el apoyo estadounidense de los rebeldes kurdos el que consolidó la separación. Turquía era hasta hace poco uno de los aliados más leales y antiguos de EE.UU. en la región, en su territorio contaba con una base militar y jugaba el papel de sostén de su política en la misma, sin embargo, con el armamiento estadounidense de los kurdos, se zanjó de forma definitiva el alejamiento de los dos países.
Para Turquía no es prioritaria la estadía de Al Assad en el gobierno sirio, como sí lo es para iraníes y rusos, en este caso, su participación se entiende por la necesidad de aplacar las posibilidades kurdas de establecerse como un actor importante a nivel regional. Por eso, aunque miembro de la OTAN, Turquía prefirió alinearse con Moscú y estuvo constantemente en las negociaciones de Astaná. Todo esto se corresponde con la deriva autoritaria de Erdogan, su divorcio europeo y su política exterior otomana, que pretende manifestar su poder en Medio Oriente. Lo anterior lleva a que Turquía juegue en dos bandos, su política inconclusa podría llevarle a perder primacía en la posguerra.
En el ámbito local, el de la guerra civil, tenemos el drama humano de una población sumamente dividida, que se ha visto ampliamente desplazada, de un paisaje totalmente en ruinas y todas las dificultades que se afrontan y tendrán que solucionarse en pos de aminorar la situación humanitaria.
Se presentan los roces entre rebeldes y agentes del gobierno y trata de paliarse a través de la instauración de cuatro zonas de distención entre las que destaca Idlib, provincia que aún es controlada por fuerzas opositoras, en donde el ejército turco juega un papel mediador entre quienes están en contra de Al Assad y el grupo salido de la transformación de la antigua Al Nusrah, filial de Al Qaeda.
En la guerra también estuvo en juego el futuro de Siria como país, con fronteras que recuerdan el poder colonial occidental en Medio Oriente y con un Irak también colapsado en la lucha contra Estado Islámico, surgieron las reivindicaciones nacionales kurdas, ubicadas en el norte de ambos países y que dada su alianza con Occidente, aspiraron a una teórica independencia o un rol más importante, pero sus aliados perdieron. También se vislumbró la idea de nuevas divisiones geográficas y administrativas, teniendo en cuenta la artificialidad de los territorios así como están actualmente delimitados de nuevo, haciendo énfasis en la idea de un Kurdistán.
De hecho, no podríamos entender la parte de EI en el conflicto y tampoco su razón de ser si omitimos la clave territorial impuesta desde occidente y el descontento con ella, que devino una de las causas políticas del brutal grupo de musulmanes radicalizados.
Ante la victoria rusa, no sólo Al Assad se mantiene en el poder, Siria seguirá existiendo como país, pues esa era una de las razones que motivó al gobierno ruso a intervenir y en esta afinidad se basa su repentino acercamiento con Turquía, que ve un peligro indeseable en los desarrollos de la cuestión kurda y tiene por objetivo aplacarla.
Así las cosas, habrá continuidad territorial y puede que el régimen se perpetúe en el poder como designado de Moscú a nivel regional y con el beneplácito de Irán. Los ganadores reclamarán su premio. Putin jugará el papel de arquitecto del Medio Oriente de posguerra desde la posición privilegiada que le brinda la victoria, su objetivo inmediato es tender puentes entre las facciones, llegar a acuerdos, construir agendas convergentes, tomar posesión de espacios geoestratégicos cruciales.
Irán toma la delantera en su lucha particular frente a los saudíes y con su padrino ruso, buscará proyectar su potencia en el golfo pérsico, sobre todo en Irak y Siria, para crear una zona de influencia contigua, que le lleve hasta el Líbano, su leal aliado y le brinde un papel arbitral en el nuevo estado de cosas.
La semana pasada Al Assad sostuvo una reunión con Putin en Sochi, el balneario ruso en el Mar Negro, en donde se mostró abierto a los cambios constitucionales e incluso, a una elección presidencial, después de ello, el mandatario ruso recibió a sus homólogos iraní y turco para coordinar esfuerzos frente a las negociaciones que están por dar inicio.
Reitero, el conflicto sirio ha consolidado la multipolaridad de los asuntos mundiales, atrás quedan las ilusiones vanas de una hegemonía unívoca y duradera de EE.UU. que ha sido el gran excluido en el desenlace, sus intereses, así como los de Occidente, brillan por su ausencia y por vez primera en mucho tiempo no serán ellos los que tomen las decisiones más importantes.
Adenda: Todo lo expresado en esta columna cobra vigencia sí y sólo sí la guerra en Siria realmente alcanza su final, como parece que sucederá, de acuerdo con lo expresado por Vladímir Putin en la última semana.