Columnista:
Edisson Gómez Pineda
Podemos entender los tiempos del TikTok como la nueva época de consumo multimedia marcada por el uso masivo de las redes sociales y las aplicaciones móviles; dentro de este nuevo universo comunicativo y cultural, las aplicaciones o medios que son más populares son los que están basados en videos cortos (usualmente 30 segundos, o máximo unos pocos minutos), donde el sonido, la imagen y la diversión constituyen la base del entretenimiento, pero también implican la formación de opinión pública y de cultura política.
La escritura y la lectura, hasta hace pocas décadas, eran el privilegio de solo unos pocos, ya que los niveles de analfabetismo eran todavía muy altos en el mundo. Con la alfabetización y la llegada de los medios de comunicación y, las tecnologías digitales, la escritura y la lectura se hicieron masivas. Esta nueva dinámica —de lectura y escritura—, es propia de un contexto digital acelerado, es muy minimalista, instantánea, automática, y muy superadora de barreras de tiempo y espacio; pero entonces, hay una pregunta que emerge:
¿Qué es lo que se lee y escribe a gran escala en el siglo XXI? La mayoría parece ser mensajes de chat, memes, chistes, frases sueltas o consignas cortas, siempre enviadas instantáneamente sin ninguna preocupación por la ortografía o la gramática, pero lo principal, usualmente son textos difundidos sin ningún sustento de veracidad, siendo sujetos a la malversación.
El principal problema de los textos que circulan, por las aplicaciones de celulares, no es que estos sean basados solo en un sentir humano, en una sensación o en una necesidad comunicativa simple, sino en que estas nuevas modalidades tienen una gran capacidad técnica para operar como dispositivos de manipulación de los sujetos, basados en la mentira, en datos falsos, tendenciosos o mal intencionados, todo en aras de fijar una idea o construir un imaginario en los destinatarios de tales comunicaciones, siendo las nuevas modalidades de comunicación, muy propicias para transmitir emociones, sentimientos o experiencias recreativas visualmente.
Se dice que los seres humanos somos seres racionales, pero en realidad, somos también seres emocionales, y fundamentalmente, seguimos comportándonos de manera instintiva, por lo general de forma inconsciente, en muchas facetas de nuestra existencia. Estas formas de comportamiento no racional obedecen principalmente a un factor de supervivencia, como un conjunto de comportamientos y prácticas heredados e interiorizados, fruto de miles y miles de años de vida rudimentaria, incluso antes de que la humanidad inventara la escritura, la lectura y, con ellas, la historia.
Gran parte de las doctrinas de la derecha política están sustentadas en una interpelación a estos comportamientos humanos que pretenden resguardar a las personas de su aniquilamiento físico y ontológico. Es decir, las doctrinas ideológicas conservadoras, más que fundamentos lógicos y racionales, se sustentan más bien en elementos instintivos y sentimentales. Entre los principales sentimientos que se promueven desde la derecha son el miedo, el enojo, la idea de la disciplina, la preocupación por resguardar la seguridad de sí mismo; también es muy usado el deseo de tener familia o acumular propiedades para garantizar bienestar y la reproducción exitosa de los integrantes del núcleo social más cercano.
Las doctrinas de la nueva izquierda en el siglo XXI, aunque en menor grado, también interpelan emociones, instintos y sentimientos, pero su perspectiva es distinta. Las doctrinas de izquierda no tienen como foco de atención impulsar sentimientos como el miedo, la inseguridad, o la competencia; por el contrario, estas líneas ideológicas reivindican la cooperación, la empatía, la compasión, la emancipación de la opresión, o la idea de dignidad humana. Como se puede apreciar, son ideas más complejas, más difíciles de materializar y, sobre todo, son ideas más incomprendidas en toda la amplitud de su dimensión.
Uno de los principales problemas de la incomprensión de las ideas progresistas tiene que ver con el grado de confort de los individuos, así como de su disposición a ser receptivo de cosas que no comprende, que no conoce y, que además, no desea estudiar a profundidad. Acto seguido está la dificultad para acceder a los materiales de las corrientes progresistas, usualmente restringidos, difíciles de obtener, tediosos de leer, complejos de entender y, sobre todo, generadores de incomodidad respecto a realidades indeseadas que son existentes y deben ser afrontadas en la cotidianidad de la vida.
Estas nuevas modalidades de comunicación pueden ser usadas para transmitir mensajes de izquierda como de derecha, pero operan de manera diferenciada. Como se ha visto, los mensajes de la ultraderecha ideológica, o los que atañen a instintos conservadores, son difundidos e interiorizados con mayor facilidad. Los mensajes que promueven lo instituido, suelen tener más comprensión e interiorización, principalmente por remitir a elementos más cercanos o comprensibles a lo ya establecido, y mucho más asimilables por poblaciones con dificultades educativas o de escolarización, que pueden marcar la diferencia a la hora de lograr interiorizar una idea progresista, nunca antes esbozada, y de añadidura con gran complejidad en su abstracción. El gran desafío es comunicar con simplicidad ideas complejas, perspectivas críticas y constructivas, que permitan transformar las mentes y realidades.
