Columnista:
Alonso Rodríguez Pachón
A propósito de los resultados de las pasadas elecciones al Congreso, se cayeron las apuestas de muchos que, incluso desde el mismo Pacto Histórico, auguraban que las listas cerradas serían un rotundo fracaso.
Algunas de las cábalas de quienes con pesimismo bautizaron la decisión del Pacto de irse con las listas con voto no preferente al Congreso, se sustentaban miopemente en los análisis de los resultados de la lista cerrada de la Colombia Humana-UP-MAIS al concejo de Bogotá en 2019.
Y al mismo tiempo ignorando de mala fe algunas variables importantes que hicieron que en ese momento se calificaran como un fracaso, negando su éxito a pesar de todas las barrearas y los pronósticos en contra. También motivadas en el miedo de espantar con las listas no preferentes a uno que otro politiquero con «votos y chequera», así como de respaldar sus prejuicios en el inusual uso del tipo de lista que tradicionalmente habían optado los sectores alternativos.
Por ejemplo, nunca tuvieron en cuenta que la lista cerrada que se puso a prueba en Bogotá, a pesar de estar conformada de manera novedosa y atractiva, carecía de unidad interna, donde cada quien trabajó de manera atomizada. Que dentro del partido hubo un retraso en la certeza de quién sería el candidato o la candidata, y que al final culminó con la decisión de Ángela María Robledo de no aceptar ir por la alcaldía de Bogotá, lo que desmotivó el trabajo interno entre las candidaturas de la lista al concejo que veían en ella una oportunidad de unidad. Mientras que se amplió la brecha con la posterior candidatura a la alcaldía, por una desconexión y diferencias con el candidato ungido con el guiño de Petro, quien generaba ruptura entre varios aspirantes al concejo; variable esa que imposibilitó que el candidato del partido empujara con contundencia la lista cerrada, a la luz de una disciplina inexistente y que ese tipo de listas exige. Eso por un lado. Por otro lado, como efecto colateral, esa misma incertidumbre en la elección de una candidatura a la alcaldía, hizo que muchos de los liderazgos de las localidades tuvieran que volcarse apresuradamente a engrosar las diferentes campañas de la consulta interna de los verdes en los edilatos y no irse con los edilatos articulados extemporáneamente dentro de la CH-UP.
Un escenario donde el candidato Hollman Morris no era el mismo Petro con teflón, sino una persona que estaba pasando por una andanada de escándalos y señalamientos que caminaban a su sombra, lo cual le restó la oportunidad de proyectar seguridad en parte del electorado y que Petro al mismo tiempo pudiera sumarle con su propia imagen. Y agréguese el hecho de que el Partido Verde en ese momento iba en un ascenso imparable y gozaba de fuerza y aceptación plena en Bogotá.
Esa ausencia de agudeza de análisis para calificar la lista cerrada de las elecciones locales de 2019 fue la misma que les hizo falta para avizorar que las listas cerradas tanto en Cámara como en Senado, en las pasadas elecciones del domingo, iban a ser un contundente éxito. Una contienda electoral donde el candidato que trasmitía su fuerza electoral sí era el mismo Petro, junto a la refrescante imagen de Francia Márquez, una candidatura presidencial por primera vez indígena de Arelis Uriana y la contundencia en debate de sus coequiperos Camilo Romero y el cristiano Alfredo Saade.
Unas listas cerradas apalancadas: en una estrategia comunicativa unificada —en medio del desorden—; arrastradas en la imagen de Gustavo Petro; empujadas con el esfuerzo al unísono de todas las fuerzas y organizaciones del Pacto; impulsadas por una inusitada participación espontánea y movilización en la plaza pública de la ciudadanía en general; con una acertada inclusión de la participación material de las mujeres en la política; con una activa pedagogía político-electoral de la juventud popular nunca antes vista; con la atinada lectura coyuntural que se tradujo en unas necesarias apuestas programáticas; con un mensaje claro que significaba una pedagogía efectiva en la calle, traducida en una manera fácil para el elector a la hora de votar; entre muchos otros factores que jugaron a favor del Pacto Histórico y que no serian posibles juntos en una lista abierta.
En conclusión, el miedo por salir de una forma de hacer política con candidatos y candidatas en voto preferente la desdibujó el hecho de que esas listas abiertas, con los factores de esta coyuntura, fuera superada por una fuerza de trabajo colectivo que mandó al traste algunas maquinarias locales, a los gamonales y el protagonismo personal.
Listas abiertas que comúnmente están hechas a imagen y semejanza de una política electoral tradicional y de quienes ostenten la mayor chequera, pues sus buenos resultados están asegurados por el que tenga individualmente el mejor padrino, el ministerio o la entidad más grande, o la gobernación y alcaldía a su servicio. El resto es simple relleno, porque su participación no pasa de ser simplemente formal. Tal vez por eso algunas de las listas que se fueron abiertas en varios departamentos se vieron forzadas a alcanzar el umbral, sufrieron fracturas internas por pujas individuales o, en su defecto, la infiltración de sectores politiqueros. Los mayores perdedores. Si las listas hubieran sido cerradas, probablemente donde se quemaron se hubiesen obtenido escaños, y donde se obtuvieron escaños, tal vez se hubieran obtenido mejores resultados.
El Pacto Histórico le apostó a una participación material donde mujeres, la juventud, negritudes, indígenas, maestras y ciudadanías libres y populares pudieran entrar directamente y, por primera vez, a las decisiones del país, a renovar sustancialmente el Congreso. Y lo logró.