La lectura de las noticias relacionadas con la política proporciona muchas veces, cada vez con mayor frecuencia, momentos de perplejidad cuando no de total incredulidad. Me refiero exclusivamente a la política colombiana porque si por aquí llueve en el vecindario no escampa. Qué tal un presidente como Nicolás Maduro en Venezuela, que habla con los pájaros. Así que voy a rescatar solo las perlas locales de estos pasados días para que me digan si tengo o no razón.
Se lleva la palma, por supuesto, una alcaldesa encargada entregando las llaves de su ciudad a Jesucristo. “En Yopal se hizo entrega simbólica del municipio a Jesucristo”, tituló El Tiempo. Cuentan las crónicas que mediante decreto, doña Luz Marina Cardozo nombró ciudadano distinguido al Hijo de Dios invitándolo a hacer de la capital del Casanare su casa. Con lo cual hizo de esa ciudad llanera la sucursal del cielo, y de paso arrebató a Cali ese título que ya tenía hace años con muchos merecimientos.
Y, sin salir de ese privilegiado lugar, el caso de John Jairo Torres, mejor conocido como John Calzones, también tiene miga. Vendedor de ropa interior femenina, oficio que le dio el apelativo con el que hoy es más conocido en su ciudad, don John saltó de una celda en la cárcel a la alcaldía de Yopal. “Investigan a juez que habría engavetado proceso contra John Calzones”, tituló El Colombiano.
El hombre se apropió de terrenos ocupados por la Fiscalía al narcotráfico en 2012. Edificó y vendió propiedades en dichos terrenos y por ese delito fue a parar a la Picota. Sin que el Consejo Nacional Electoral hiciera nada, obtuvo desde la cárcel miles de votos —aquí viene lo increíble—, fue elegido alcalde de Yopal y regresó a esa capital en loor de multitudes a ocupar el sillón de la alcaldía. Recibió el cargo de manos de la señora Cardozo, la anfitriona de Jesucristo, revocó el decreto de su antecesora y le quitó las famosas llaves al Redentor.
Y hablando de Chuchín, como dicen Tola y Maruja siempre tan confianzudas. También es bueno lo de Alejandro Ordóñez. Un señor suspendido y despedido del cargo de procurador que aspira a la Presidencia de la República. Hasta aquí normal en un país como Colombia, si John Calzones llegó a alcalde de Yopal por qué no puede llegar a presidente Ordoñez.
Lo chusco del asunto es que el exprocurador, que se ha ufanado de ser seguidor del catolicismo integrista del obispo Marcel Lefebvre, siempre “en guerra contra la herejía protestante”, lleva como fórmula vicepresidencial a David Name, pastor evangélico barranquillero.
Y si uno sigue haciendo un repaso de los disparates políticos que aparecen en prensa puede toparse con cosas aparentemente serias que al final te obligan a decir: “No puede ser cierto, esto no es serio”. Vean sino la última de Álvaro Uribe en la prensa española hace unos días.
Le preguntan en el diario madrileño ABC: “¿Qué medidas concretas propone para el problema del narcotráfico?” Y Uribe responde muy serio: “Muchas. Tenemos un plan de muchos elementos: fumigación, erradicación manual obligatoria, programas de sustitución de ingresos, café especial, cacao, palma africana, producción de miel de abejas.” Y se queda tan ancho.
Como corresponsal que fui en Colombia de la televisión estatal española durante muchos años, tuve la oportunidad de entrevistar —en la mayoría de los casos varias veces— a cuatro de los últimos cinco presidentes que han gobernado este país. César Gaviria se mostraba satisfecho al final de su mandato por haber acabado con Pablo Escobar, era como si muerto el perro se acabó la rabia. Ernesto Samper sacaba pecho con la entrega de los capos del cartel de Cali a Estados Unidos. En el período de Pastrana, mientras él perdía el tiempo con las Farc en el Caguán, con nadadito de perro se tomó el negocio el cartel del Norte del Valle.
Pero el caso de Uribe fue especial. Me dijo en la primera entrevista, ya un poco emberracado que es lo suyo, ante mi insistencia en que todos los presidentes decían lo mismo sobre el narcotráfico (cito ahora de memoria porque no recuerdo sus palabras textuales), que él terminaría empujando ese problema al vecindario y liberaría a Colombia de ese lastre.
Cuatro años de un primer mandato y la cosa siguió igual. Le pidió a la gente un segundo período y el negocio siguió viento en popa. Ahora pide un tercero para gobernar en cuerpo ajeno y dice que acabará el narcotráfico con miel de abeja. No, si es que no puede tomar uno en serio nada de lo que dice esta gente.
Estaba un poco angustiado pensando en que a lo mejor era yo el del problema y no entendía a la casta política colombiana, cuando me tope una definición sobre el humor: “tratar a la ligera las cosas graves y gravemente las cosas ligeras”. “¡Ahí debe estar la clave!”, me dije, no había caído en que son todos unos humoristas y que lo que pretenden es divertirnos. Con humor negro, con parodia y pantomima en algunos casos, pero con humor al fin y al cabo.
Es una teoría que les dejo en consideración, y a lo mejor les gusta. Lo malo es que cada cuatro años, cuando hay que volver a votar, toda la diversión que nos ha proporcionado esta gente con sus ocurrencias no resulta suficiente para mantenerlos en cartel. Hay que pensar en renovarlos, ellos insisten en hacerse reelegir y al final su humor cansa y termina por no hacernos ninguna gracia.