Columnista:
Daniel Fernando Rincón
La Convención Nacional Feminista, realizada los días 5 y 6 de abril de 2021 en Honda-Tolima, se constituirá en un hito en la historia política de Colombia, no solo por ser una demostración de solidaridad y hermandad entre las mujeres, de la demostración de sororidad, como se le llama a ese especifico sentimiento de solidaridad femenina, que diversas organizaciones de la sociedad civil de mujeres han manifestado políticamente a través de la primera aclamación de dos candidatas presidenciales: Ángela María Robledo y Francia Márquez Mina, sino también porque dicha acción, ha significado un «asalto» hacia la tradicionalista y supersticiosa sociedad colombiana, debido a las palabras de las candidatas.
Y es que nadie se esperaba la «osadía» dicha por Ángela María, secundada por Francia, en el marco del discurso de aceptación de la aclamación colectiva.
En la rueda de prensa del lunes, 5 de abril, Erika Rodríguez, del periódico Desde Abajo; prensa alternativa, realizó la siguiente pregunta:
«Ángela María, muchas de las que estamos aquí, reconocemos tu trayectoria como docente, como congresista, pero sobre todo como feminista y de las luchas que has tenido que dar en este sistema político patriarcal, creo que muchas tenemos como incertidumbre cuando haya que defender esa agenda feminista ante varones de esa Coalición de la Esperanza que acabas de mencionar como Sergio Fajardo, qué podemos esperar, y también, cómo podemos respaldar».
A lo cual Ángela María respondió:
«Cuando me fui de Colombia Humana, la primera pregunta que me hacían era si yo consideraba que era válido que Gustavo Petro siguiera aspirando a ser presidente de este país, y que si había que seguir trabajando con él, yo dije «claro que sí», las feministas no aceptamos vetos, las feministas estamos cansadas de las prohibiciones, de las negaciones del otro, hoy la política de la vida pasa por reconocer al otro como es y eso te lo digo también en razón de Sergio Fajardo, porque también lo han preguntado, «bueno y ahora Sergio Fajardo, qué», yo digo, Sergio Fajardo también tiene el derecho de ocupar un lugar de deliberación en la política y en su aspiración a la Presidencia de la República. ¿Qué tenemos que hacerles? ¿Qué tenemos que hacer? Tú (dirigiéndose a Francia) ganarle a Petro, yo ganarle a Fajardo».
Las feroces, groseras y violentas reacciones ante estas declaraciones por parte de muchísimas personas en redes sociales, la gran mayoría de ellas seguidores de las ideas y propuestas del senador Gustavo Petro, dejan al descubierto que los petristas se han convertido abiertamente, después del uribismo, en los guardianes del patrón colonial de poder impuesto, según Grosfoguel (2006), desde el momento en que a América llegó «un hombre europeo/capitalista/militar/cristiano/patriarcal/blanco/heterosexual», y al que ya se hizo referencia en un espacio anterior.
Como si del fantasma castrochavista se tratase, muchos perfiles empezaron a construir la narrativa de una cercana «guerra de sexos», en la que los pobres hombres indefensos, encarnados en Fajardo y Petro, especialmente en este último, serán las víctimas de las mujeres lobas comandadas por Ángela María y Francia, quienes airadas cual Medusa, irán por sus cabezas y las de todos los hombres colombianos.
Así mismo, alrededor de la posibilidad de que Ángela María y Francia logren vencer a Petro y a Fajardo en las consultas presidenciales que se están planeando para el 2022, se empezó a tejer la idea que ellas, cuales arpías del mito griego, son las mensajeras del todopoderoso uribismo gobernante, enviadas para sabotear a los sectores alternativos, especialmente los del Pacto Histórico y evitar que, como Finneo, el rey profeta, lleguen a cumplir su meta.
Estas narrativas colectivas que no podrían interpretarse de manera distinta a una contraofensiva ante los insolentes, subversivos, ofensivos, retadores discursos de Ángela María y Francia, demuestran una vez más la influencia que la tradición hispano-católica tiene en múltiples ámbitos de la sociedad; tradición que preservamos de nuestro pasado virreinal y que hace de nuestra sociedad la segunda más conservadora del mundo, según los resultados de la Séptima Ola de la Encuesta Mundial de Valores de 2020, justo después de Catar, una monarquía absoluta árabe musulmán, donde solo el 20 % de su población total es nativa; tradición que ha demostrado que en el ámbito político trasciende ideologías políticas y partidistas.
Es así que fiel a la visión católica sobre lo femenino, una mujer que se niegue a ser decorativa en las consultas presidenciales, que se asuma a sí misma como una verdadera opción de poder y, que, en consecuencia, cuestione su papel en ellas, el papel de los demás candidatos y la intención de la consulta en sí misma, es vista como una amenaza a la institucionalidad, y se ha convertido en un abierto ataque a la autoridad masculina, a la divinidad del Adán patriarcal, del Mesías heterosexual y salvador que solo es capaz de vencer al mal, encarnado en este momento de la historia colombiana en el uribismo, ya que desde el inicio de la humanidad, las mujeres tienen el papel secundario, sumiso y servil, dada su naturaleza proclive a la maldad y en este caso puntual, al uribismo, por lo que han de ser acalladas sus voces, como María Magdalena, demeritadas sus acciones, como Margarita de Anjou, controlada su ira, como Medusa.
Aunque todavía faltan varios meses para que se definan los tarjetones electorales de las consultas presidenciales de 2022, lo que sí es definitivo es que la irrupción del lenguaje feminista, de la idea de feminizar el poder, en términos de hacerlo proclive a la vida, al cuidado y a la garantía de derechos, se convierte desde ya en un elemento central en el debate presidencial; en un nuevo campo de lucha discursiva y de ideas, en el que el sistema tradicional de valores ya cuenta con su mecanismo de defensa, indistintamente la ideología política.