Es costumbre generalizada que aquellos que sin mayores tapujos tienen el coraje de decir la verdad sobre las realidades nacionales se les denomine “mamertos”. Apelativo utilizado por la godarria de nuestro país para hacer mención de todo el que no comulgue con los principios arcaicos y retrógrados de la derecha colombiana.
La palabra “mamerto” era utilizada anteriormente en referencia a aquella “persona miedosa, incapaz de decidirse por sí misma, por temor a las consecuencias. Pusilánime” . Sin embargo, con el paso del tiempo son muchas las acepciones que ha tomado. Podríamos decir que este calificativo se asimila hoy día con los que a juicio de quien insulta, comulgan con ideales comunistas y pretenden llevar a Colombia por el despeñadero del “Castro – Chavismo” en el que hace tiempo cayó Venezuela.
Así las cosas, se le llama popularmente “mamerto” a quien manifieste que “hay que acabar con el neoliberalismo” o que “vivimos en un sistema capitalista opresor”. Los más versados en la utilización del término llegan a usarlo contra quienes cargamos una mochila de esas bien mamertas, o para referirse a los que nos gusta llevar la contraria: ese que le dice “pero” a todo es bien mamerto. En fin, el ser mamerto ha representado históricamente un agravio u ofensa.
Producto de la confusión generada por el amplio manejo del término, hemos realizado estudios sociales detallados que nos han permitido identificar rasgos característicos en aquellos individuos que usan la palabra como insulto, y quienes padecen el rigor de ser llamados así:
La palabra “mamerto” es empleada por sujetos que poco o nada leen, y que suelen fundar sus argumentos y marcos teóricos en cadenas de Whatsapp que amenazan con recortes de pensiones. Estas personas sufren de un déficit en el habla y la escritura que les genera una extraña incapacidad de pronunciar o escribir la letra “C” al final de la sigla FARC (FAR) y cargan a cuestas un miedo infundado de que Colombia caiga en las manos del terrible “castro-chavismo” (si es que alguien sabe que es eso) promulgado por su máximo exponente.
Los miembros de esta rara especie padecen de contradicción mental, una enfermedad de la mente, del alma, del sentido común, en fin, de la racionalidad; es probablemente la más peligrosa que puede afectar al ser humano, y en estos sujetos se ve manifestada en actos como el salir a marchar contra la corrupción junto a corruptos y narcos, enfermedad que parece estar ligada a una fuerte amnesia selectiva crónica.
La mayoría de sus líderes y exponentes están presos, extraditados o investigados, pero ellos aluden que todo se trata de una persecución política, lo que representa una constante negación de las realidades.
Este impedimento de captar y asimilar el contexto se manifiesta de igual forma en su convicción de que un sujeto que hace parte de la más alta oligarquía colombiana, que cree en la privatización de la industria nacional y entrega los recursos del país a multinacionales, además de tener cercanas relaciones con los Estados Unidos, es un comunista, guerrillero y además mamerto popularmente conocido como “FarSantos”, esto sin dejar de lado que asignan estos apelativos en igual proporción a la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea y la gran mayoría de países del mundo.
Los expertos han concluido que los especímenes aparentemente humanos utilizan el vocablo en cuestión a diestra y siniestra para referirse a toda persona, país u organización que no promulgue sus ideas, y que diga la verdad sin matices sobre un delincuente lamentablemente colombiano de apellido Uribe y su séquito de fanáticos seguidores.
Es igualmente usado contra quienes no poseen grandes extensiones de tierra y no se vieron beneficiados por Agro Ingreso Seguro, no tienen familiares o amigos presos en los Estados Unidos, y no comparten costumbres como “chuzar” magistrados, comprar reelecciones o tener vínculos con grupos paramilitares ni llevar a cuestas uno que otro “falso positivo”.
Cuando se habla del mamerto generalmente se alude a quienes permanentemente ejercen una visión crítica de la realidad nacional, leen, cuestionan, son críticos, no comulgan con la corrupción ni son fanáticos desenfrenados de caudillos.
De tal forma, los estudios nos permiten ultimar finalmente que el ser llamado “mamerto” no constituye un insulto, sino todo lo contrario, es un arte que pocos practican en un país acostumbrado a no pensar, a callar, a mirar hacia otro lado. Por esto y más, me siento orgulloso de ser llamado mamerto junto a muchos compañeros que se niegan a callar en estos tiempos del silencio obligatorio.