Enamorarse hoy día es casi una utopía. La inestabilidad asecha, las perspectivas y expectativas se frustran rápidamente. El amor tiende a ser efímero, insuficiente, interesado, flácido, enclenque, frívolo y ruin.
Las parejas parecieran muchas veces, enamorarse de espejismos, cuando no de (o impulsadas por) delirios reprimidos, resabiadas, exasperantes y “vetustas” angustias o simplemente de “viles” … bolsillos. En la época actual y como nunca, con el alma materialista (o materializada), con el sentido de responsabilidad herido o destrozado en “las nuevas generaciones”, y, un reprochable afán por el cortoplacismo y la oprobiosa, peligrosa e irritante consecución del dinero fácil, el amor puro, espontáneo, sincero, desinteresado y equidistante se ha ido degenerando y asfixiando hasta su máxima expresión.
Pareciera que ya no “se amara por amar”, para alimentar prioritariamente el corazón, sino “se ama” para no estar solo, para sobrevivir, para aparentar, para “chicanear”, para figurar, para dar de que hablar, para salir de apuros financieros o de la mismísima miseria, incluso. Se ama por necesidad, se ama “por obligación.”
Muchos dirán que cualquiera sea la razón de amar, es igualmente respetable, que lo importante es entretener el cerebro (aliviar el bolsillo) y si acaso, consentir el corazón. Y, seguramente estén en lo cierto. Personalmente, hallo formas de amar, unas más preciosas e ideales que otras, unas más reprobables que otras, pero, mientras prime la sinceridad, cualquiera de ellas, libres de juicio, inmunes serán muy seguramente, a cualquier tipo de censura.
Pero no solamente “enamorarse del amor” en estos tiempos de cólera, angustia, irritabilidad, inseguridad, impaciencia, intolerancia, interés, oportunismo, y falsedad, resulta muy difícil, sino, hacerlo de disciplinas y profesiones tan grandilocuentes como la Medicina, el Derecho y, antes que nada, de la Política, resulta casi que imposible.
La medicina está de capa caída, no tanto por la falta de idoneidad y reputada incompetencia de algunos galenos (los hay extraordinarios, definitivamente) sino por el inaudito y endiablado sistema de salud. Salir de un consultorio médico (ordinariamente de un hospital público o una EPS) con un ibuprofeno luego de fracturarse el extensor corto de los dedos, las falanges y metatarsos (le pasó recientemente a un familiar) o, darle de alta a alguien (le pasó desgraciadamente a una “medio hermana”) quien por necrosis intestinal que devino en fatal peritonitis, falleció 8 días después de que en un hospital distrital le dijeran “váyase a casa, Ud. está mejorando”, sin antibióticos ni nada de nada, es inconcebible. Abominable.
Hoy día, muchos para un brote de cólera o varicela, no ahorran esfuerzos en recetar acetaminofén o “aspirina”. (¡)
La experticia médica en muchas áreas, más allá de los cirujanos con títulos espurios, sigue tristemente en entredicho, y el nefasto sistema de salud auspiciado por el gobierno, aborrecido más que nunca. Dudo mucho que la alerta verde por cuenta de la temporada navideña, en la red hospitalaria de Bogotá activada a partir el jueves 7 de diciembre y, anunciada recientemente por El Espectador, vaya a resultar en un parte de tranquilidad para los capitalinos.
Y, ciertamente Derecho, es otra egregia carrera cada vez menos respetada, y de la que pareciera resultar muy difícil enamorarse; habiendo juristas excepcionales sin duda, no dejan de proliferar no solo las universidades de garaje, sino los tinterillos y los jurisconsultos a merced de mafias, esclavos de la marulla y el cohecho o simplemente, hábiles y sagaces “gusanos” expertos en torcerle el pescuezo a la blandengue y burlada ley, cuando no de robar cámara y vociferar ante los flashes de la rimbombante TV o los “estentóreos” micrófonos de la radio.
Y, finalmente, en cuanto a “enamorarse” de la política, casi todo se ha dicho; para mí, sería como enamorarse de aquellos parásitos que anidan en la más pestilente cochambre. Aguas corruptas de donde mana un inaguantable efluvio. Pero, en todo caso…
“¡que viva el amor!”.
Mucha razón, ya el amor no pasa la prueba ácida: Ahora todo se resuelve y disuelve pronto con un »ha sido un placer».