Autor: John Fernando Mejía Balbín
La terrible situación por la que atraviesa el llamado pulmón del mundo pone hoy la lupa, como hace mucho tiempo no se hacía, en el planeta y en las atrocidades que el ser humano ha hecho con su hogar.
La humanidad está quedando en vergüenza a sí misma por el cargo moral casi insoportable que genera el saber que, cada vez más, nos acercamos a un punto de no retorno en la destrucción de nuestro hogar común y no somos capaces de parar ese terrible desenlace.
Con las pérdidas de bosque, especies y hábitats que está generando la emergencia en el Amazonas, al menos el mundo debería darse a la tarea de proponer ciertas discusiones y reflexiones respecto a qué tan dispuestos estamos de salvar el planeta.
Sin embargo, dudo mucho que puedan surgir medidas de fondo que conduzcan a implementar cambios inmediatos frente a cómo la humanidad está impactando el lugar, el único lugar hasta el momento conocido, donde puede vivir.
Esto se da porque, de entrada, hay una incompatibilidad insalvable entre la supervivencia del planeta y el modelo económico que impera en el mundo: el capitalismo.
Este modelo económico se sirve de la extracción indiscriminada de recursos, a una velocidad frente a la que el planeta no es capaz de responder, para establecer un ritmo frenético de consumo que permita a las grandes corporaciones que manejan el mundo, los recursos y los gobiernos amasar riquezas inimaginables.
El ritmo de consumo del ser humano es voraz, y países como Estados Unidos tienen un nivel de consumo, que, si lo replicaran el resto de seres humanos, se necesitarían 5 planetas para satisfacer tal demanda.
Los recursos que genera la tierra en doce meses, el ser humano los consume en ocho meses, pero a pesar de todo, millones de personas mueren de hambre y no pueden satisfacer sus necesidades más básicas.
El planeta, a pesar de todo, posee todavía la capacidad para satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos. Pero tenemos un modelo económico tan aberrante, que exprime sin misericordia a la tierra para la satisfacción y las ganancias de unos pocos, develando niveles de desigualdad aterradores.
El capitalismo se sustenta en el afán de lucro y, en esa medida, todo tiene un precio:
– Los bosques, que son un estorbo para los ganaderos, entre otros.
– Los gobiernos, que se convirtieron en sirvientes de los grandes capitales, poniendo leyes a su medida y creando ejércitos para causas económicas.
– Las almas de millones de personas que trabajan en países subdesarrollados por miserias y bajo regímenes de práctica esclavitud.
– Los países, que deben satisfacer a los grandes imperios, so pena de ser invadidos o condenados al caos económico (quién sabe qué tanto de esto han tenido que probar Venezuela y Cuba).
– E incluso la tierra. —Y es, entonces, donde no suena descabellado e insultante la propuesta de Trump, por estos mismos días de querer comprar Groenlandia.
Quién más que el presidente de los Estados Unidos para saber que bajo el capitalismo, todo tiene un precio. Lo que indigna es que se diga en los medios, mientras en las oficinas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y de Wall Street se compran y se venden países subdesarrollados todos los días.
Hoy el mundo está dominado por aquellos grupos económicos que han amasado riqueza y poder a partir de acabar con el planeta. Es esto lo que les da su sustento y en tal sentido, utilizarán su poder para seguir devorándose el planeta, mientras esto les dé riqueza.
El capitalismo sustenta su filosofía en la depredación del planeta y es por esto que no es posible que tal modelo se mantenga a la par de la supervivencia de la tierra. Hay allí entonces un antagonismo irreconciliable y ese es quizás la razón por la cual tristemente el planeta está condenado.
Y como si todo lo anterior no fuera suficiente para constatar que bajo el dominio del capitalismo no es posible pensar en la viabilidad del planeta tierra, hay otro gran obstáculo para la supervivencia de la misma: estamos enamorados del capitalismo.
Así como Michael Moore nos muestra en su documental “capitalismo, una historia de amor” (2009) la manera en que, por este amor enfermizo, Estados Unidos entró en la crisis económica del 2008, hoy la realidad es que este modelo ha sido muy exitoso en crear la sensación que, si no es bajo el capitalismo, el mundo no es posible.
Boavetura de Sousa plantea que la humanidad, y Hollywood sí que sabe de eso, ha imaginado miles de formas para el fin del mundo, pero en ninguna parte se han imaginado una forma para el fin del capitalismo. Esto lo que demuestra es que la humanidad no se concibe viviendo bajo otro modelo económico distinto.
Mala suerte para el planeta, su biodiversidad y su futuro que, parece ser, va a perder el pulso contra el capitalismo, que tiene muchos más adeptos.
Entre tanto, las grandes corporaciones y potencias se devoran el mundo, mientras disimulan su culpa haciendo responsables del cuidado del planeta a toda la humanidad, cosa que es cierta, pero que convenientemente esconde sus crímenes contra la tierra.
Los gobiernos ecocidas, como el de Brasil, a la cabeza del criminal Jair Bolsonaro les hacen el juego a los intereses económicos y muestran que una forma de cuidar o de destruir nuestro planeta deriva también de los gobernantes que elegimos y, para desgracia de la humanidad, los brasileños no pudieron haber escogido peor.
Quién sabe si seremos capaces de darnos cuenta de lo que estamos haciendo con el planeta y de parar a quienes lo están devorando, los cuales, seguramente, serán los dueños de los recursos vitales para el humano y cómo no, ponerle un precio para que solo vivan quienes puedan pagar por ella.
Quién sabe si en algún momento sea posible transformar este capitalismo depredador y salvaje en un modelo que ponga al bienestar del humano y del planeta por encima de la ambición y el lucro de unos pocos.
Por el momento, hay una cosa clara. La humanidad no parece dispuesta a abandonar el capitalismo. Se encuentra tan enceguecida, enfermiza y enamorada de este, que parece dispuesta a entregar el destino de la tierra antes que a abandonar el capitalismo.